domingo, 3 de marzo de 2019

BOTICIDIO


La penúltima escapada a Picos, esta, terminó en una zambullida en la Riega del Tejo. “Caso único. Se bañó en las aguas heladas del mar o de un río y no lo contó a nadie.” (Iñaki Uriarte). Touché. Como estaba ya cerca del coche me metí con las botas, por comodidad. La roca que me sirvió para saltar a la poza me sirvió también para secarme al sol. Desde el camino de arriba nadie me podía ver con esas trazas, en gayumbos y con las botas. Éstas se fueron secando al sol en el patio de casa. Hasta que dos meses después volví a ponerlas en Fuente Dé. Habían encogido. La presión contra los dedos empezaba a ser dolorosa en las contadas bajadas de la canal de san Luis, pero no entraba en mis planes dar la vuelta y comprar otras botas en Sotres. Quería llegar a dormir a Collado Jermoso después de hacer el cordal de la Torre de las Minas de Carbón, Casiano de Prado y Llambrión. Ya se irán dando, pensaba. Llegué al refugio de noche. Una noche profundamente estrellada. Ya escuchaba el agua de la fuente cuando a la escasa luz del frontal vi de pronto dos luces verdes que se movían delante de mí. Me asusté, hasta que me di cuenta de que eran los ojos de un rebeco. Mientras me preparaban un bocadillo de lomo llegó el momento de ver cómo estaban los pies. Sentía cada golpe de sangre del pulso en los dedos. La matriz de los pulgares estaba morada. Cuando me puse las deportivas quería llorar, no sé si de placer o de dolor. Metí unas piedras a presión en la puntera para que abrieran la bota en lo posible durante la noche. Dormí bien. Al día siguiente quería cruzar hacia Cabrones por el collado de La Celada. Parecía que las botas me molestaban menos. Llegué a la cima de La Palanca y bajé hasta el Jou Grande para remontar a la Horcada de Caín, o Arenizas Altas, una travesía preciosa que no conocía. En la collada quité las botas. Aunque me molestaban menos, los dedos estaban mal. Decidí cambiar de planes a pesar de que tenía pagada la reserva en el refugio de Cabrones. Fue curioso reservar por Booking una habitación en Sotres desde 2300 metros de altura, rodeado de agujas y desventidos. El milagro de Internet. Esta concesión al cuerpo me infundió un vigor repentino que no sé de dónde salía. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo. Los huevos con patatas y chorizo que me metí en la terraza del hotel Peña Castil los recordaré entre los platos más refinados con que me haya regalado, y la minúscula habitación con su catre y su ducha, como la suite más lujosa. Estar tumbado viendo pijadas en el móvil con no sé qué partido de tenis en Teledeporte de fondo me parecía el más alto de los destinos posibles. Me había hecho con mucho gusto a la idea de postergar para mejor vez la subida a Peña Castil y su cueva helada, pero tal vez podría llegar al día siguiente en coche hasta las Vegas de Sotres y caminar con las deportivas por la pista que llega al refugio de Áliva. Así se hizo, y mereció la pena.
Había renunciado, por no repetirme, al “Diario de Jermoso”, y mira por dónde se me caen ahora todos estos gentilicios. Canal de la Celada, Horcada de Caín, Hielo Pamparroso… Grand sabor. Lo iba a dejar en una entrada titulada “Una poética me manda hacer el monte”, una idea más bien sugerida por Javier Almuzara en el piscolabis que siguió a una de las representaciones de Fuenteovejuna, la tarde anterior al susodicho boticidio. Si lo dejo aquí apuntado es sólo para obligarme a escribirlo. Así está la cosa con el blog (no pones más que canciones, me recrimina uno de sus escogidos lectores).

Rebecos en la Colladina de las Nieves


Vega de Liordes

Collado Jermoso con el Friero al fondo


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