lunes, 15 de agosto de 2016

AFORISMOS DE ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



“En cuanto un género alcanza un mínimo esplendor, el crítico literario atento se pregunta por qué, sabiendo que ahí se agazapa una clave de la época. El tonto protesta automática y airadamente contra la moda, autoerigido en guardián de las puras esencias de la originalidad. Lo estamos viendo  ahora que el aforismo español vive un auge felicísimo. Responde, sin duda, al espíritu de nuestro tiempo y viene a sanarlo con su propia medicina de intensidad, velocidad y dispersión, como un tratamiento de choque. Aparentemente es homeopático, pero añade profundidad, amor a la tradición y una visión personal del mundo.”
Quien esto escribe, en la solapa del volumen que reúne los aforismos de Ramón Eder, es Enrique García-Máiquez, quien ha aportado al género su gran granito de arena en Palomas y serpientes (La Veleta, 2015), uno de esos libros inagotables, por inteligencia, por humor y por mirada, esto es, por poesía. Pongo al frente tres de esos aforismos, a los que tengo especial cariño por deformación profesional:

La música me redime de las matemáticas que no sé, de los idiomas que no hablo, de lo espiritual que no soy.
(EL ALMA SIMPÁTICA) Como esa tinta juguetona, llamada simpática, que se vuelve visible cuando se la acerca una llama, a mi alma la veo cuando la acerco a la música.
La música dice el secreto. Pero, como no dice nada más, no lo traiciona.

Y estos otros tres por algo parecido:

De la poesía, como del amor, es más emocionante la intuición que su cumplimiento; pero el cumplimiento vale más.
Procuran añadir misterio a lo que escriben y logran, en el mejor de los casos, suspense. O un poco de penumbra. O cierto difuminado en los bordes. El misterio verdadero sólo condesciende a posarse en la página del que hizo todo lo posible para alcanzar la claridad.
No subas el tono de voz porque nadie te escucha, ni te repitas por si ahora pasa alguien. No le hagas eso al lector que tal vez tendrás en el futuro. Es el único que se daría cuenta y el único que no se lo merece.

Y más y más y más:

Si aplauden tu inconformismo y tu rebeldía, no eres rebelde ni inconformista.
La autoironía es un arma defensiva. Pero sólo sirve, ay, si nos hace daño de verdad.
No era deslumbrantemente inteligente ni profundamente culto, pero estaba atento; y, sólo con eso, nos excedía a todos.
Se comienza a ser un maniático del orden cuando gusta, no tanto hallar las cosas en su sitio, como dejarlas en su sitio.
Cuando uno se arrepiente de haber sido bueno, fue tonto, no bueno.
Mi corazón –tac-tac, tac-tac– llama sin cesar, pero qué pocas veces le abro.
Sin principios se empieza mal.
Vigilar un examen –si uno se fija bien– es una intensa experiencia estética. Nada embellece tanto como la concentración y el silencio.
Mi timidez preferida es la de aquellas chicas que tienen miedo, con razón, a los estragos que pueda ocasionar su belleza. Y, al empeñarse en ponernos a salvo, lo empeoran todo, deliciosamente.
Sólo podemos hablar con quien podemos estar en silencio.
(COEFICIENTE) La inteligencia es directamente proporcional a la alegría que produce descubrir que se estaba equivocado.
Si el precio de ser feliz es que los tristes piensen que eres tonto, es bastante barato.
En los cuernos del ciervo siempre es otoño.
Tanto afán por la igualdad sólo nos alcanza para repetirnos: «Nadie es más que yo», en vez de «No soy más que nadie».
Las arrugas son más profundas que las cicatrices.
La tristeza atonta.
«Todo el sentido del mundo de hoy cabe en dos frases dichas o mejor desdichas: Ganarse la vida, dicen los pobres. Matar el tiempo, dicen los ricos». Eso notó Max Aub en «el mundo de hoy» de ayer. En «el mundo de hoy» de hoy, habría observado que todos procuran ganarse la vida entre semana y matar el tiempo los fines de semana. Progreso lo es, sin duda; pero no demasiado.
Qué significativo que la expresión no sea oírlos, sino leer los pensamientos.
Mi verso libre es la prosa.
Escritor original no es el que no imita, sino al que imitan.
La poesía es lo que no hace falta que se necesita.
Cada verso, la cicatriz de un corte.
(…) La poesía y el arte nos gritan a cada instante: «¡Sorpresa, sorpresa!»…; pero tienen tan poquita voz y hay tanto jaleo…
El primer verso te lo dan los dioses, y el último hay que devolvérselo. Con intereses.
El escritor de ficción se escapa; el autobiográfico se persigue. Sólo los muy buenos de uno y otro signo se alcanzan.
Hay un solo modo de que la escritura sea sencilla y, a la vez, brillante: que transparente –clara, limpia, sin una distorsión–, lo que resplandece. Que siempre está más allá del papel.
TERTIUM NON DATUR. O diferente o indiferente. No hay otra manera de salir de un libro.
La poesía flirtea con el tiempo; que a veces se enamora de ella.
La literatura es usar más palabras de las necesarias y que resulten imprescindibles.
Se reconoce a los grandes porque siguen creciendo.
Se buscaba la gloria; luego, la fama; luego, el éxito; ahora, los «Me gusta» y los retuits; y todavía hay quien habla de progreso.
La grandeza de un libro estriba en que creó el espacio suficiente, aun en muy pocas páginas, para que resonasen dentro ecos lejanos. Y más ecos. Una continua, incansable cascada de ecos.
Lo más lírico de la lluvia, como de casi todo, es el principio y el final.
Pájaro sin nombre se va volando.

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