Es otro signo de los tiempos. Me ha ocurrido más
veces. Al ir a sacar la entrada del concierto del martes, la empleada quiso
asegurarse: ¿El de DQ Lee? No, el de las arias de Handel y Vivaldi. Comprobó. ¿Pero es en el
que canta DQ Lee, no? Sí, creo que sí. Imagino que captó mi afán didáctico, y de ahí su posterior aspereza, con la que contaba.
La idolatría alcanza extremos grotescos en el caso de
los cantantes. Hagan la prueba: escuchen o lean una entrevista a uno de ellos y
ya verán cómo antes o después sale a escena la palabra “éxito”. Cuando van
teniendo cierto nombre, casi da igual lo que hagan. El programa del concierto
que iba a ver era prometedor, con una selección de arias exquisitas (Sento in seno, Sol da te, Ombra mai fu), un concerto grosso de Corelli
y un precioso concierto para dos flautas de Telemann.
Pero ahí estaba DQ Lee, que no sólo me hizo pensar
absurdamente en CR7 por la elección de su nombre artístico, sino por lo
similar de sus poses al ir éste a lanzar una falta que acabará en el segundo
anfiteatro y al disponerse aquél a atravesar el umbral del Do5. Ya dije que todo vale. Si en uno de sus
silencios baila como lo haría en una discoteca, risas. Si actúa –sobreactúa– en
una aria que, fuera del contexto de la obra, no lo pide, risas. Si bromea con
pasar la página al concertino mientras la está leyendo, o le da un toquecito de
cadera al director, risas. Pero lo más irritante llega cuando éste, Spinosi,
pide en el segundo bis que el público cante el “Noche de Paz” mientras la
orquesta lo toca, dedicando su interpretación a los niños que mueren en nuestras
guerras, y al gallo no se le ocurre otra cosa que salir del escenario y volver con su móvil para agitarlo al ritmo de la melodía mientras afecta un rictus
emocionado con la intención de llevar a risa la complicidad sincera que el
director había conseguido crear.
Triste. Qué mal entendido. Recuerdo al mismo Spinosi años
atrás, durante el último aplauso de otro concierto, tomando la partitura del Te deum de Charpentier para enfocar hacia la obra los aplausos. Ni
más ni menos. Como quien traduce poesía: rigor, cariño y humildad.
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