El viaje es el recreo de la vida. Y tiene a su vez su
recreo, que es el tiempo en que nos despedimos del grupo (da igual que sean
familia o amigos) y quedamos solos. Es en esas horas cuando podemos de verdad
hablar con la ciudad, mirar sin prisa a sus gentes, gustar el pan
de lo cotidiano.
Habiéndonos despedido en Chiado, lo inmediato era
visitar la que dicen librería más antigua del mundo, Bertrand, recorrer
despacio sus sucesivas salas para volver luego hasta el expositor de Paper blank. El
último cuaderno salió tan bueno que se ha ganado el descanso junto a los que
vieron criarse a los poemas de los otros dos libros, y no porque no le quepan más
al cuaderno, sino porque no le convienen más al libro: No lo toques ya más…
Algunas libretas eran poco prácticas, con cierres de floritura, demasiado bonitas. Escogí
una más pequeña, en octavo, acaso por ese prurito no sé si antinatural de
pretender poemas más breves. Los poemas necesitan el espacio que necesitan,
ellos son el espacio. Yo sólo tengo que proporcionarles el lugar y el momento y dejarles
hablar y ser. Nada más coger el cuaderno, en el mismo lugar donde tan buenas horas echara Pessoa, ya
me veía alumbrando los versos que el mundo necesita y, en justicia, recibiendo
los más altos parabienes. Sin embargo la Providencia, que es sabia, quiso que
en la cola para pagar me precediera un hombre que encargaba los libros de
texto. Diez minutos después, que se me hicieron más largos que 90 en el Bernabéu
o 5 en el Reino de León, ya me recitaba, despacio como manda tan sabio
endecasílabo, aquel verso de Ezequiel Martínez Estrada: despacio, despacio, despacio. Diéresis muy dura, diría mi amigo don
Rodrigo Olay, pero…
Ya me tocaba y me volví a venir arriba. Y eso que la cajera, hermosísima como cuadra a cualquier relato, ni me
miró a los ojos. Sin duda no se daba cuenta de la aportación que hacía a
la historia de la literatura sólo con venderme aquel artículo. Daba igual, pues ya tenía en mente el próximo movimiento: desde
la acera de enfrente me llamaba otro paraíso con otro aún más refinado sabor, el de los libros
viejos y su promesa de hallazgo. El dueño de Sá da Costa me mostró de la
manera más sutil la diferencia entre un librero y un vendedor de libros sólo
con mirar el volumen que le alcanzaba, la poesía completa de Miguel Torga: me
miró mientras asentía de manera casi imperceptible. Eso se llama fraternidad, y
no hace falta más.
Me senté en un banco de la plaza Camoes y abrí el libro al azar. ¿Al azar? ¿Qué mano que guía nuestra mano nos pone en los ojos ese poema que ya será el
que más nos guste de su autor, y no por la situación, sino por ser el más hondo, el mejor?
MEDIDA
Juego contra el
destino
cada minuto, en cada
desafío.
Libre en este
baldío
de humana
libertad,
arriesgo la
conciencia de mis actos
en la ruleta de la
suerte.
El triunfo o la
derrota no me importan.
No vale ningún triunfo
lo que el sol que lo alumbra,
y ninguna derrota
lo es ante la muerte
que tenemos segura.
Tan sólo quiero la
revelación
de que puedo y no
puedo
sin poder nada.
Aprendo mi tamaño
por la manera como
pierdo o gano.
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MEDIDA
GRANDE SERGIO.
ResponderEliminarMERCI BEAUCOUP.