Escucho, mientras desayuno, una entrevista en Radio 3
a una poeta de moda. Tanto que en no sé qué instituto han decidido que uno de
sus libros sea lectura obligatoria. Reediciones, entrevistas, su guisote
desplazando de la programación no sé si a Bécquer o a Lope… Pero por lo visto le
parece poco: pide más ayuda a las instituciones apelando a la “democratización”
de la que se ha beneficiado la poesía al ponerla al alcance de todos en las
redes sociales. ¿Se ha beneficiado la poesía? Elvira Sastre, que así se llama
este nuevo Fénix de los Ingenuos, habla en serio, no se adivina en sus
peroratas asomo de cinismo. Sin duda se tiene por poeta. Si no, ¿cómo se
entendería su presencia en cuantos festivales de poesía en el mundo han sido y
son? ¿Pensarán todos estos que sacan libros como churros, echándolos a veces a
pares como los chorongos, en lo que pensará el poeta genuino, ese corredor de
fondo que sabe y acepta que la poesía no puede dejar de ser minoritaria?
Sigue la entrevista. Sobra decir que la poetisa no
perdona tópico, pero me gusta oírlos, porque los dice con el arrobo de quien
estuviera convencida de ser la primera que desgrana tales vislumbres. Tampoco
se le cae de la boca el atenuante “un poco”, por si acaso. Para terminar,
recita uno de sus pestiños. Lo he buscado en internet para acabar antes, pues
se comenta por sí solo, pero no he dado con él. No importa, sobran ejemplos no
menos ilustrativos, y leído uno, leído ciento. Vean si no (prescindo, por
indiferente, de la separación de los supuestos versos): “A ti podría decirte
que para mí cualquier lugar es mi casa si eres tú quien abre la puerta.” “Eres
lo más bonito que he hecho por mí.” “He soñado tanto contigo que verte es como
seguir dormida.” Tengo que revisar las carpetas del instituto, y las de 7º y 8º
de EGB, porque debe de haber decenas de potenciales poemas superventas.
Decíamos que este punto de inflexión en las letras
hispánicas leía una de estas cosas. Mis bufidos a cada ataque de vergüenza ajena
deben de molestar a Sara, que está haciendo la comida de las niñas. Cuando
acaba el dizque poema, mi señora aventura: “Pues no está tan mal”. A esto le
siguen unos segundos de silencio sólo rasgados por la guitarrilla que acompaña
a la voz y mi cruasán goteando sobre la leche, a medio camino de mi boca.
Demasiado silencio debió de parecerle, pues aún preguntó: “¿No?” “¿Tú también,
hija mía?”, pensaba sombrío mientras reconducía mis esperanzas a las criaturas,
en la fe de que, cuando estén en disposición de leer poesía, de todo este
poblado de casas prefabricadas no queden ni las ruinas. (Tampoco
en esto soy optimista).
MORDAZ Y ATINADO.
ResponderEliminar