domingo, 15 de marzo de 2020

GRIMES, EL SONIDO DE SU TIEMPO


Grimes es el nombre artístico de Claire Elise Boucher, canadiense del 88 que acaba de publicar su quinto disco, Miss Anthropocene (4AD). Es éste un trabajo representativo de por dónde van los tiros de la música popular a estas alturas del S.XXI. Su principal rasgo es el eclecticismo, pero ¿no se puede hoy día decir lo mismo de la poesía, la pintura o las otras artes, no están en un punto de dispersión notable? El eclecticismo como estilo, podría decirse. Difícil sería etiquetar esta música, que es synth-pop, electro, post punk, nu y muchas cosas más.
Grimes debutó a los 22 años con dos discos casi consecutivos, Geidi primes y Halfaxa. Fue después telonera de Lykke Li y firmó por su actual sello, 4AD, lo que le permitió dar un salto de calidad patente en sus siguientes dos álbumes, Visions (2012) y, sobre todo, Art angels (2015), que le valieron el reconocimiento a nivel mundial. Tienen estos trabajos un sonido más orgánico y luminoso, y un menor peso de lo electrónico, por más que las programaciones estén presentes en cada tema.   
Miss Anthropocene (que sería la diosa del cambio climático resultante del juego de palabras entre misantropía y Antropoceno, o actual era geológica) tiene la virtud de dotar de homogeneidad a ese eclecticismo, y lo hace a través de un sonido que retoma la oscuridad de sus dos primeros discos, en ocasiones con tintes apocalípticos que recuerdan a Crystal Castles (así “My name is dark”, título significativo). Pero Grimes tiene la virtud de encontrar en lo oscuro una variedad cromática siempre más difícil de conseguir que en las tonalidades luminosas. Las letras hacen referencia lo mismo a la inteligencia artificial que al amor redentor o los videojuegos. Las canciones son largas, con algo de impredecible, siempre como en trance de cambiar a otra cosa. A veces lo hace: “4 ÆM” empieza con unas voces etéreas a lo Cocteau Twins para mutar en un rabioso y espídico drum and bass. Como una anomalía puede considerarse el luminoso folk-pop de “Delete forever”, con su guitarra acústica acorralada por los sintetizadores de los otros temas. Predominan el down tempo y un sonido cargado de bajos, hiriente, a veces industrial, mantenido en los márgenes de la emoción gracias a una voz que denota una poco común sutileza en el empleo de los filtros como el autotune, tan abusados hoy. “Violence” e “IDORU”, para uno los dos mejores cortes del lote, dan en la diana de ese difícil equilibrio entre esperanza y desasosiego. La primera tiene un sonido disco, pero refrenado, demorado en sonidos exquisitos y una textura donde nada sobra. Los siete minutos de “IDORU” son un ejercicio de krautrock en la misma línea épica, pero con un matiz ensoñador.
Grimes no sólo escribe sus canciones. Toca, graba y produce, se lo guisa y se lo come. “No quiero ser la cara de esta cosa que construí, quiero ser quien la construyó”. Ha conseguido mantenerse en el mainstream yendo por libre, y está, con otro álbum anunciado en ciernes, en ese estado de gracia que le permite hacer lo que quiera… bien.

Grimes: "Violence" (de Miss Anthropocene, 2020)

Grimes: "IDORU" (de Miss Anthropocene, 2020)

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