Grimes es el nombre artístico de Claire Elise Boucher,
canadiense del 88 que acaba de publicar su quinto disco, Miss Anthropocene (4AD). Es éste un trabajo representativo de por
dónde van los tiros de la música popular a estas alturas del S.XXI. Su
principal rasgo es el eclecticismo, pero ¿no se puede hoy día decir lo
mismo de la poesía, la pintura o las otras artes, no están en un punto de dispersión
notable? El eclecticismo como estilo, podría decirse. Difícil sería etiquetar esta
música, que es synth-pop, electro, post punk, nu y muchas
cosas más.
Grimes debutó a los 22 años con dos discos casi
consecutivos, Geidi primes y Halfaxa. Fue después
telonera de Lykke Li y firmó por su actual sello, 4AD, lo que le permitió dar un
salto de calidad patente en sus siguientes dos álbumes, Visions (2012) y, sobre todo, Art
angels (2015), que le valieron el reconocimiento a nivel mundial. Tienen estos
trabajos un sonido más orgánico y luminoso, y un menor peso de lo electrónico,
por más que las programaciones estén presentes en cada tema.
Miss Anthropocene (que sería la diosa del cambio
climático resultante del juego de palabras entre misantropía y Antropoceno, o actual
era geológica) tiene la virtud de dotar de homogeneidad a ese eclecticismo, y
lo hace a través de un sonido que retoma la oscuridad de sus dos primeros
discos, en ocasiones con tintes apocalípticos que recuerdan a Crystal Castles
(así “My name is dark”, título significativo). Pero Grimes tiene la virtud de
encontrar en lo oscuro una variedad cromática siempre más difícil de conseguir
que en las tonalidades luminosas. Las letras hacen referencia lo mismo a la
inteligencia artificial que al amor redentor o los videojuegos. Las canciones son largas, con
algo de impredecible, siempre como en trance de cambiar a otra cosa. A veces lo
hace: “4 ÆM” empieza con unas voces etéreas a
lo Cocteau Twins para mutar en un rabioso y espídico drum and bass. Como una anomalía puede considerarse el luminoso folk-pop de “Delete forever”, con su
guitarra acústica acorralada por los sintetizadores de los otros temas. Predominan
el down tempo y un sonido cargado de
bajos, hiriente, a veces industrial, mantenido en los márgenes de la emoción
gracias a una voz que denota una poco común sutileza en el empleo de los
filtros como el autotune, tan abusados hoy. “Violence” e “IDORU”, para uno los
dos mejores cortes del lote, dan en la diana de ese difícil equilibrio entre
esperanza y desasosiego. La primera tiene un sonido disco, pero refrenado,
demorado en sonidos exquisitos y una textura donde nada sobra. Los siete
minutos de “IDORU” son un ejercicio de krautrock
en la misma línea épica, pero con un matiz ensoñador.
Grimes no sólo escribe sus canciones. Toca, graba y
produce, se lo guisa y se lo come. “No quiero ser la cara de esta cosa que
construí, quiero ser quien la construyó”. Ha conseguido mantenerse en el mainstream yendo por libre, y está, con
otro álbum anunciado en ciernes, en ese estado de gracia que le permite hacer
lo que quiera… bien.
Grimes: "Violence" (de Miss Anthropocene, 2020)
Grimes: "IDORU" (de Miss Anthropocene, 2020)
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