jueves, 29 de agosto de 2013

ABRIENDO

    En este sector de la costa oriental de Asturias, donde la climatología está marcada más que a fuego a agua por la cercanía de la sierra del Cuera, a la que se enganchan las nubes como al pecho la cría, sólo tiene sentido fiarse de la previsión meteorológica en el caso de que pronostiquen con certeza buen o mal tiempo: entonces podemos apostar a que sucederá lo contrario. Pero lo más habitual es que para curarse en salud sitúen sobre la zona el triple  símbolo, gastado comodín, del sol, nube y lluvia. “Nubes y claros en la cornisa cantábrica...” Y sí, aciertan, pues claro que hay nubes, claro.

    En tales circunstancias, a las ocasionales visitas que nos sacan momentáneamente de este limbo de mes y medio de ensimismamiento, les decimos con rictus lo más serio posible que el horizonte está nítido, que ha dejado de soplar gallego, que está abriendo. Al tercer día con la panza de burra sobre sus luminosas expectativas veraniegas, empiezan a pedir explicaciones sobre nuestros pronósticos. Está abriendo, hay que responder sin titubear. Esta vez lleva abriendo una semana.



lunes, 26 de agosto de 2013

PROSA, POESÍA

     [Prosa] Escribir como se habla, sí, pero después de haber pensado bien lo que vamos a decir.

     [Poesía] Escribir como si habláramos solos.


martes, 20 de agosto de 2013

LECTURAS VERANIEGAS

    Para evitar que me sucediera lo que otros veranos, traje al retiro asturiano pocos libros. Así he leído más y mejor y he conseguido dar con la puerta en las narices a esa absurda insatisfacción de no poder leerlo todo, obsesión que acaba convirtiendo la lectura en una forma más de la ansiedad. Una ansiedad que nos lleva a menudo a beber una copa del mejor vino como si de uno de mesa se tratara, de un trago, desatentos.

    Vinos de mesa se ven y beben muchos en la playa. Mucha Mateldi Asensi, mucho Dan Brown, mucha Laura Restrepo. Sólo trama y fluidez, como si el entretenimiento fuera la única recompensa. A qué intentar explicar que eso mismo más otras muchas cosas se hallarán en Stendhal, en Balzac, en Galdós, que si son clásicos lo son por algo. “Lo importante es leer”, oímos a menudo, como si valiera lo mismo Cervantes que Ken Follet, “se lee fácil”, como si fuera la lectura un esfuerzo más o menos imperativo, como lo es para algunos ir al gimnasio o salir a correr. Lo curioso es que se asocia esta literatura de tetrabric a las vacaciones y al verano, el tiempo en que parecería que más abiertos pueden estar los poros del sentir. Experimentamos, por comparación, cierta vanagloria con nuestro Fray Luis debajo del brazo, pero enseguida, como haría aquel, tratamos de enterrar ese sentimiento, pues sabemos que es ésa gloria vana, con toda la vanidad pero ninguna gloria.  

viernes, 16 de agosto de 2013

BREATHE THIS AIR

    Para que el dios del instante nos visite conviene alumbrarle el camino. El mío es últimamente noctívago. Al crepúsculo me siento a mirar las primeras estrellas y el mar. Como entra en él un niño entra la noche, tímida al principio, confiada después. También va tanteando en mí la música que escucho, redondeando las aristas del día, guardándolo en su manto oscuro, como el de la noche, hasta mañana. No es una música fácil. Requiere toda nuestra atención. Sólo entonces nos deja entrar en ella, mostrándonos su miríada de detalles, sus ruiditos, sus atmósferas, sus paisajes sonoros. Hace ya tiempo que no se trata de estribillos y estrofas. Ni siquiera es necesaria una melodía, una voz. Seducción, sonidos y ritmo. Habrá quien escuchándola –la mayoría– no llegará al minuto, pero yo os aseguro que hay en ella algo muy puro y vivo, y en el prodigio de que una sola persona en su habitación, con un ordenador y unos cuantos cachivaches, pueda arrancarle al silencio su más bello eco, como una Emily Dickinson de su siglo. Paseo luego hacia el acantilado sin más luz que la del firmamento, que luce sus mejores galas. Me tiendo sobre la hierba, un poco húmeda. Pongo la capucha. Sube por los auriculares la canción que esperaba ese momento. Aun desconocida, también yo la esperaba. En sus silencios creo escuchar el cercano romper del mar contra las rocas, aunque no estoy seguro de que no suene en la propia canción. Habrá otras más bellas, pero esta será ya especial, pues siempre que la oiga me devolverá este minuto que más tarde, de otra manera, intentaré preservar con palabras. El humo, sabio, se aquerencia a la vía láctea. Tres estrellas fugaces. ¿Me creerá alguien si digo que una estrella explotó ante mis ojos y desapareció? ¿Lo creeré yo? Qué más da. Mejor así, ¿no vinimos aquí en pos del misterio? Ensayo a mi pesar el exiguo tributo de un haiku: “Siglos y Sueño. / La más lenta nevada. / Cielo estrellado.” Trato de no pensar, sólo sentir. Ya tendrán su momento las palabras. 

Jon Hopkins: "Breathe this air" (de Inmunity, 2013)
(Fotografía: Dani Pozo) 
 

viernes, 2 de agosto de 2013

MÁS TE QUIERO SI LEJOS

    Volver a una rutina fuera de su tiempo natural es doblemente gozoso. Lo es hasta la euforia (la buena, la que no sale) pasar una hora en la plaza del Grano dentro de este paréntesis en plena temporada campista. Bebo de la fuente –es lo primero–, me apoyo en el pretil a mirar pasar la gente, me siento en el humilladero, doy una despaciosa vuelta alrededor de la plaza, me apoyo en uno de los soportales de negrillo y me vuelvo a sentar en una terraza. Van compareciendo por tierra las palomas y por aire los gorriones, esa calderilla del cielo de Miguel d´Ors. Les administro la rebanada del pan de la tapa. En principio hay migas para todos, pero las palomas, tan torpes las pobres, están a verlas venir. Los gorriones, más rápidos, se adelantan siempre. El tamaño no importa, acaso piensen orgullosos, como un Messi que valsara con el balón en los pies entre fornidos centrales. Las palomas harían bueno el lema que leímos en la camiseta de un adolescente en una verbena: “Si nos organizamos follamos todos”. Pero los gorriones no están por la labor. Esto es la ley del más rápido. Uno de ellos, al que le sobra la i de gorrión, hace vibrar las alas mientras con el buzón abierto pedigüeñea un bocado a su madre a pesar de que podría alimentarse solo. Otro llega a comer de mi mano, suspendido en el aire como un colibrí diesel. A esto sale el dueño agitando un paño y los espanta malcarado. Le falta gritar como el Gañán: “¡Ea, las ratas del aire!” Los peregrinos no dan crédito. Cuando sale una segunda vez y me ve trabajando de nuevo en su alimentación, que simultaneo con el picoteo en un par de libros, se permite recordarme la ordenanza que prohíbe dar de comer a las palomas. Ah, no, yo echaba a los gorriones, respondo. No está mal, pero podría haber sido mejor: “¿Desde cuándo le importan a usted las prohibiciones? Lo que está prohibido es ampliar una terraza sin licencia, y más en una plaza como esta.” Se pasa uno la vida yéndose de los sitios rumiando ingeniosas réplicas que llegaron dos segundos tarde, aún en el huevo de la idea. ¡Asísteme, John Wayne!