martes, 24 de diciembre de 2013

LO MEJOR

Amigos todos:
El administrador de Mitos y flautas y su equipo de redacción se tomarán desde hoy hasta la segunda semana de enero unas merecidísimas vacaciones blogueras, y aprovechan para desearles una feliz Navidad y un tranquilo y proficuo 2014. Queda para el ocioso internauta que dé con sus descarríos aquí un poema para la ocasión. De corazón, sea lo mejor.
                                                             EL TRAIDOR

Los rostros de los familiares
son espejos que no traicionan
                               AZORÍN

Aquí la estrepitosa pastorada
familiar, las partidas,
la sobremesa adulta, tutelar,
sobre los juegos de los niños,
el ITT monstruoso en blanco y negro,
los cumpleaños con chocolatada,
el proyector vertiendo sobre sábana blanca
–quién nos lo iba a decir– nuestros recuerdos
futuros...

Sobre la misma mesa, como entonces,
el hule navideño, los dulces, el romero.
                                   Todo igual, más o menos. Pero nada es igual.
Va cambiando la vida
unas vidas por otras, y aun las mismas.
Por saber del que fuiste, hacia el silencio,
tú fatigas cajones y recuerdos,
remueves un rescoldo de palabras e inquieres
el retrato del niño que reinaba sin dudas
sobre el claro dominio de su casa.
Él te mira también.
No traiciona su rostro y no es espejo.

                                             (De Lo breve eterno)

viernes, 20 de diciembre de 2013

PAN Y CARPA, II

    Presentaciones, lecturas, conferencias… Siempre va uno a estos saraos con las más altas expectativas (si no no iría), incólume al desaliento con el que las más de las veces sale de ellos. Y si bien en esta ocasión también esperaba uno otra cosa, salió al menos reafirmado, siquiera por oposición, en algunas fes. En la biblioteca de Valladolid, Jesús Marchamalo entrevistaba a Javier Gomá dentro del ciclo “Bibliotecas de escritores” que organiza la fundación Miguel Delibes. El eje central de la conversación era la colección de libros del filósofo bilbaíno, que su interlocutor había visitado, y de la que se pasaban fotos. Vaya por delante que uno no ha leído ninguno suyo; sólo algunos ensayos en El país, amenos y provechosos, ensayos de tesis, de filósofo más que de escritor, cosa esta ni buena ni mala.


No empezó mal Gomá, definiendo la literatura como una emoción que busca una forma. Si la encuentra en la celebración del mundo, se es poeta. Si indaga sobre las causas, se es filósofo. Habría, claro, mucho que decir, pero uno siempre preferirá que alguien peque de sentencioso que de digresivo. Aquel modo de razonar inductivo quedaba también patente al hablar de su método de escritura: “Primero busco el concepto, claro, diamantino. Luego ya la palabra.” Vaya, pensé yo, no es mala poética, ya podía aplicársela tanto arrendajo de Gamoneda como queda por León, así tendría alguien con quien hablar de poesía cuando cayera por allí.
Cuando Marchamalo, bibliófilo empedernido e impenitente, como acaso se lea en la solapa de alguno de sus libros, muy en su papel, preguntó a Gomá sobre sus primeras lecturas, respondió este en épico, apuntando que estaban marcadas por una ansiedad extrema. Su relación con los libros era, confesó, compulsiva, delirante, parecía que el mundo dependía de ellos. No conocía la lectura como placer, sino como misión. Ahora era ya capaz, decía, de reconducirla hacia el deleite. Menos mal, pensó uno aliviado, aunque no pudo por menos que ponerlo en duda ante los juicios que emitía sobre tal o cual obra o autor (ahorro las comillas): Hamlet es un libro retórico, pesadísimo, lleno de defectos formales. Borges se le cae de las manos, sólo ve en él juegos mentales, ingeniosidades, barroquismos, no le transmite emoción. Delibes le parece un estilista extraordinario, pero duda que sea capaz de sostener durante mucho tiempo una peripecia. Y así. ¿Hamlet pesado? ¿Conocerá Gomá tantos versos borgianos llenos de emoción como aquellos que se lamentan «Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. / Ya no compartirás la clara luna / ni los lentos jardines»? ¿Habrá leído El hereje, Las ratas, La hoja roja? Si se puede hablar de estilo en Delibes ¿no sería ese precisamente su falta de estilo? Raro. Cuando, preguntado por el número de volúmenes que posee, deslizó la palabra “piezas”, odiosa cuando se refiere a libros, liebres o perdices, tuvo uno una de esas intuiciones que sabe infalibles: este hombre no puede leer mucho. Atenazado ante los miles de ejemplares que le reclaman, no puede sino dudar entre uno y otro y otro para acabar no cogiendo ninguno.
A partir de ese momento el filósofo, como a él Borges, se le fue a uno cayendo de las manos. El malditismo se puede perdonar si hay chicha. En un Reverte, pongamos por caso, hace reír. Arrellanado en su sillón, contando las batallitas de su premio nacional de ensayo y su número uno en las oposiciones al Consejo de Estado, me parecía estar viendo a Juan Luis Panero en El desencanto, garlando y engolando, tan aspaventero. He aquí un animal político, me dije. Fíjate y aprende… y echa a correr. En el turno de preguntas, fue interpelado por un émulo de Punset, a juzgar por sus trazas y su temática preguntil, que pidió su opinión sobre la literatura teológica, a la que Gomá defendió por ser el teológico “un relato potente”. Yo me acordé de Florentino Pérez cuando con su proverbial tono de predicador defendía el fichaje de Mourinho con el argumento de que el Real Madrid necesitaba un entrenador potente. ¿Y qué será un entrenador potente, un relato potente? “En la ciudad la naturaleza ya no existe”, prosiguió, olvidándose de los árboles, los pájaros y aquellos otros animalitos que por ella evolucionan y que como filósofo debería conocer, las personas, para concluir: “por eso lo sublime sólo perdura en la teología.” “¿Y en la astrofísica?”, inquirió el otro. “Sí. También. También.”
Así que tampoco, tampoco.

jueves, 12 de diciembre de 2013

PAN Y CARPA

    Feria del libro de Valladolid 2012. En una de las carpas pequeñas, tres poetas castellanoleoneses debaten sobre su tarea en un coloquio que lleva por nebuloso título “En el origen fue la poesía”. Entre poema y poema van respondiendo por turno cuestiones que plantea un moderador; aunque más exacto sería decir que las planta, y no porque hunda en tierra fértil la semilla que las razones de los otros transmutarán en fruto, sino porque las deja plantadas, pobrinas. Bien pronto salió a escena aquel odioso tópico de la inutilidad de la poesía, que se convirtió en la idea alrededor de la que giraba todo. Mal se podía sufrir aquel eterno retorno a la nada que el moderador morigerado no quería o no sabía atajar. Cuando a los tres cuartos de hora se decidió a dar paso al turno de preguntas, un hombrecillo avellanado, vestido con traje y chaleco, correctísimo, protestó con vehemencia por aquella reiteración tan extraña en boca precisamente de los poetas. Ya hay suficiente desprecio en este país hacia la poesía, venía a decir, como para tener que sufrirlo de los que consagran a ella su vida, y añadió que si así la trataban acaso era porque no consagran a ella sino… sus libros; sus libros de no poesía. Razones ajustadas y hermosas que arrancaron aplausos del público. Entonces uno de aquellos tres poetas, picado, se revolvió de la peor manera: “¿Tú no eres […]? ¿Tú no eres el de la editorial […]? Y le acusó de no sé qué agravio supuestamente infligido por el anciano, dueño por lo visto de una modesta editorial local. Los otros dos no dudaron en secundar el ataque del poeto ante la expresión de pánico súbitamente pintada en el rostro del hasta entonces modorrado moderador. Incapaz de calmar los ánimos, tuvo al menos la afortunada ocurrencia, bendito recurso, de preguntar a los tres tenores qué era la poesía. Pregunta a la que, por fortuna, no es posible responder. Esta sería, por cierto, una buena respuesta. O bien la que recordara lo que escribió Machado en el prólogo de sus Páginas escogidas, a saber, que no se define en arte, sino en matemática. Pero el vate grescón que se había enganchado con el viejo vio su ocasión: “La poesía es lo contrario de la televisión”. Sonorosos aplausos festejaron la boutade, quedando así él doblemente hueco y la bancada de los aedos en parte redimida de su pobre imagen. Yo pensaba con tristeza en la razón que lleva José Luis García Martín al hablar de la indigencia teórica de nuestros poetas. 

(Continuará)

martes, 10 de diciembre de 2013

miércoles, 4 de diciembre de 2013

CANTA

    El ámbito es, si no evocador, sí propicio al trabajo. Más para corregir que para escribir, diríamos si no supiéramos que corregir es escribir, a veces más escribir que escribir. De frente, el sol poniente sobre los montes Torozos, entre los últimos bloques de Parquesol y el estadio; ya sabéis, esos atardeceres en cinemascope del otoño, con su arrebol, sus flavos y sus malvas, filarmónicos, diríamos. A la izquierda, el sonido de una flauta ensayando unas notas tenidas. A la derecha, el de un clarinete, con sus consabidos cromatismos, un tanto absurdos, entre clase y clase. Son sonidos familiares que llegan asordinados y no molestan. He dicho que el ámbito es propicio al trabajo, y lo es para uno precisamente porque es su lugar de trabajo. Y qué placer hallamos en estos inesperados descarríos de la rutina, como en esta ocasión en que ha telefoneado el padre de un alumno para avisar de que su hijo no asistirá a clase. He dicho también que el ámbito no llega a ser evocador. Pero nunca se sabe; aquí nació hará el año un poema al piadoso sol de invierno, y en este mismo momento miro a un membrillo que, posado en un altavoz, envolviendo el aula con el más sutil de los aromas, me está diciendo algo que debería escuchar con más atención.

Dejo entonces estos brujuleos y saco del bolsillo interior del abrigo el borrador (oscuro) de un poema a una estrella y a todas, hermanas en el misterio. Nació de una imagen un tanto gregueresca pero irresistible: la luna derramando sobre la oscuridad su copa de burbujeantes estrellas. Dio pronto un par de estirones, cuando volvía conmigo a casa en la noche cerrada de mi barrio, tan poco iluminado que parece pueblo, cruzando los solares entre abrojos, y le nacieron ahí algunas imágenes hermosas (son fuentes las imágenes en la incierta jornada del poema). Pero faltaba lo principal. Si es el mejor paseo aquel en el que no sabemos hacia dónde vamos, no puede haber peor destino para la poesía. ¿Dónde íbamos sin final? Sentía uno la tentación de justificar tal incertidumbre con la que nos nace de mirar el cielo, y cerrar así el poema sin cerrarlo. Pero no era tal analogía sino fácil pretexto de la pereza. Poema de preguntas (sabe que ese misterio, una noche estrellada, es insondable), ya cree ver el final. Y canta, ¡canta!


Farola y estrella