lunes, 30 de mayo de 2016

JARDÍN DE LA POESÍA FEMENINA

Una poeta a la que no he leído, Elisa Martín Ortega, recitaba poemas de su último libro, titulado Alumbramiento. Está dividido en tres partes. La primera contiene poemas amorosos que culminan en la concepción, la segunda se centra en el embarazo y la tercera en los dos primeros años de vida del hijo de la autora. La lectura fue grata. La poeta, sin incurrir en spoilers, ponía en situación a los oyentes para que pudieran comprender cada poema casi como si lo tuviese delante, pero lo hacía sin prolijidad, lo cual es de agradecer (en cuántas lecturas entre presentaciones, explicaciones previas y posteriores, balbuceos y barajeo de papeles no se han llegado a oír diez poemas). Es mérito de este libro que no cargue las tintas de la emoción cuando ya la tiene el tema que aborda. Hay muchos versos felices y algún buen poema, pero en conjunto tal vez les falte alcance, a veces hasta intención. Al cabo de un tiempo percibí que había algo que me molestaba, y creo que era un tácito menoscabo de la figura paterna (figura que desaparece llamativamente en las secciones segunda y tercera del libro), ninguneo que en algún momento muchos padres habrán sentido. Que la naturaleza haya negado al hombre la facultad de gestar o amamantar no convierte la paternidad, a mi modo de ver, en subsidiaria, y superadas estas etapas la importancia de ambos progenitores no tiene por qué ser distinta. Su papel tal vez sí, pero no su importancia. Eso era, sí, lo que me escarabajeaba, pero a parte de mis reparos lo que contaban los poemas era tan de verdad –la vida misma– que fueron ganando al auditorio. 


Acabada la lectura, invitado éste a preguntar o comentar, una mujer felicitó a la autora porque, decía, no hay libros de poesía que aborden íntegramente la maternidad –haberlos haylos–, y agradeció su valentía. Fue entonces, y se veía venir, cuando tuvo que salir la palabra reivindicación. Hubo cabeceos cuando otra mujer vino a proclamar que por qué la poesía no iba a hablar, por ejemplo, de la menstruación, y aludió a la Peri Rossi y otro par de horribles pseudopoetas por las que entiende uno que se creara la despectiva voz poetisas. Ya no pude callarme y tomé la palabra con la sana intención de aguar aquella incipiente fiesta. La mejor reivindicación que se puede hacer de cualquier cosa, dije, es tratarla con rigor y naturalidad, sin que haya nada de valiente (y sí mucho de estúpido) en forzar la nota para intentar epatar. Y llegó el momento de gastar el triunfo que tenía en la mano. Precisamente una poeta de verdad escribió un libro sobre la maternidad, su propia maternidad proyectada en la de la Virgen: los Trances de Nuestra Señora, de María Victoria Atencia. Ella no necesitaba anteponer su condición de mujer para serlo plenamente, pues entendía que antes que mujer se es persona. Añadí que ese era el problema de la mayoría de la poesía escrita por mujeres, que convierten el punto de partida en punto de llegada, y que por eso las poetas españolas que admiro son las que escriben poemas que en lo esencial no se diferencian de los que escriben los hombres, contándose éstas con los dedos de una mano: la propia Atencia, Rosalía de Castro, Amalia Bautista, Susana Benet y Aurora Luque, y a veces (con los dedos de las dos manos) Dionisia García, Isabel Escudero, Pilar Pardo, Laura Campmany, Olga Bernad, Herme G. Donis o Rocío Arana.
Salí de mi ensoñación cuando los primeros asistentes se levantaban. El corazón me latía a toda vela. Naturalmente, no había dicho ni Pamplona. Otra vez será, y entonces verán.

domingo, 8 de mayo de 2016

VENTANAS



Ayer me acerqué a oír al ruiseñor. Llegó hará dos semanas. No sé si será el mismo de otros años, me gusta pensar que sí. De parar en un soto con unas mimbreras ha pasado a otro cercano con unos almendros, espinos y otros arbustos. Entonces me acordé de esto. Abrí el blog después de tantos meses, leí esa entrada, y no me pareció mal. Si acaso algún pasaje un tanto edulcorado. Pero sólo en un estado que pudiera derivar en esa tesitura se nos ocurre ponernos a escribir, qué se le va a hacer. Leí más. Pinché en un mes al azar. No echo de menos la bitácora, pero la tengo cariño y me gusta que siga ahí, como el fuego que queda palpitando solo en la noche. Me apeteció de pronto echar alguna racha más, por alargar su moribundia.
Podría ser una ventana más, otro punto de fuga de la nueva realidad a la que la paternidad me ha conducido. La repetición de tareas mecánicas podría llevarse toda la energía y todo el día, con la única tregua del trasacueste, esos minutos de la basura en que uno sólo tiene fuerzas para derrumbarse en el sofá y embaularse lo primero que echen en la tele. ¿Seré capaz, me pregunto en verso, de en lo nuevo que soy seguir siendo lo que quiera que fuera? Es, por cierto, la poesía, otra de esas ventanas, pero es ésta dama caprichosa y muy suya, desdeñosa de nuestros calentones líricos. Así que me pasa casi siempre como al parroquiano que va día tras día hasta su bar para encontrarse, día tras día, que está cerrado. Y el caso es que sigue yendo.
El paseo a las niñas es otra tregua. Permite leer, escuchar música y oxigenar cuerpo y mente. Hoy, en Zazuar, hemos ido por las viñas. Quería llover. El campo estaba precioso con el cereal tan verde cabeceando en brazos del aire. Yo escuchaba precisamente “Waves, waves, waves”, del Digital shades de M83. Cuando intuía que algo hablaría fuera me quitaba los cascos, pero volvía a ponerlos porque la música aportaba nuevos alcances al paisaje. Oír me ayudaba a ver. Los temas lentos se entendían con el movimiento solemne de las nubes; y la carrera de una lavandera o el culebreo de unos pobres renacuajos nacidos en los charcos de las cunetas, daban otro sentido a los temas rítmicos, esos de los que mi padre diría: “Y esto… ¿es así todo el rato?” De repente Laura se sacude el chupete y se frota la boca. Gira la cabeza para el otro lado y sigue. Al rato Andrea, sin dejar de dormir, se estira levantando los brazos, echando acaso otro medio centímetro. “Se estira el galgo, día de caza”, habría dicho su abuela materna.
Preciosos días. Mayo se está portando muy bien. “A ver cuándo empieza la primavera”, me decía una alumna en clase, sin entender que primavera es que haga de todo, incluso en el mismo día, que lo que entiende por primavera se llama verano. Pero no todavía, por favor.