jueves, 28 de febrero de 2013

LA MANO

         Cuando la poesía empezó a ser algo importante, en los años en que descubrí a Felipe Benítez Reyes o a Vicente Gallego, poetas inaugurales para mí, no me paraba a preguntarme cómo lo hacían, dónde introducían una imagen, cómo comenzaban el poema o preparaban su final, ni me paraba a contar las sílabas. Aun así, creo que, de una manera inconsciente, sí apreciaba esos y otros aspectos formales como parte fundamental de su seducción verbal. No creo que por no fijarme en sus entresijos dejara de disfrutar plenamente de aquellos poemas inolvidables. Cuando comencé a prestar también atención a la mano que movía la marioneta, en especial a la medida de los versos, aquella pulsión rítmica se convirtió en condición indispensable de la poesía que leía primero y escribía después. 

Disiento del tópico según el cual se disfruta más un arte cuanto mayor conocimiento se tenga de él. Se disfruta de una manera distinta. A veces más honda; pero otras ese conocimiento atenúa o difiere el goce al desviar el foco de nuestra atención de lo esencial. Tantas veces se sorprende uno perdiéndose parte del sentido del poema por prestar más atención a dónde caen los acentos...


Inscripción en la iglesia de Sos del Rey Catótico
("De toda palabra ociosa
darán los hombres cuenta rigurosa")

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