jueves, 9 de mayo de 2013

DELARRIVADAS

      En La Galatea, librería de viejo sumida en un desorden definitivamente irresoluble, mientras reviso las resmas a sabiendas de que no han recibido un solo libro en semanas, pues las últimas adquisiciones se apilan en equilibristas rimeros en el suelo o sobre el sillón de la abuela, entra una mujer que pide permiso para pegar en la cristalera un cartel del ayuntamiento de Valladolid. Para mi sorpresa, el dueño responde sin inmutarse que no, que el señor alcalde le cae muy mal.

    Aunque sólo cruzan el Pisuerga las delarrivadas más meritorias (los morritos de la Pajín o la reducción en el presupuesto de todas las partidas del ayuntamiento salvo las de Semana Santa y festejos taurinos), aquí disfrutamos de ellas –es un decir– casi todas las semanas. La carcundia del personaje es un motivo más –ciertamente poco importante, pero uno más– para que uno, por más que lleve quince años trabajando y viviendo en esta ciudad, no la haya llegado a sentir como suya, ni es probable ya que llegue a hacerlo.

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