No me dormía y no entendía por qué. Esa mañana no había madrugado, la noche anterior descansé bien, incluso me quedé un ratín entrevelado en un sillón después de comer. Pasaban las 4 y caí en la cuenta del motivo: los dos cafés seguidos que tomé en el Félix. Venía de jugar con las niñas en las bodegas nevadas y me apeteció algo caliente, también de segundas (y es un problema el afán invitatorio, y un tema difícil de llevar con naturalidad). Esto fue antes de las 7 de la tarde. Pero no pudo ser otra cosa. Nunca antes el café había influido en mi sueño, ni que tomara cinco en un día. ¿Cosas de la edad?
Cuando
tardo en dormirme tengo un recurso, y es pensar en algún poema que tenga en la
cabeza. Suelo embocar por ahí en el sueño. Pero di en pensar en algo sobre lo
que me gustaría escribir pero de lo que no tenía nada. Y el ir llegando ideas y
versos me iba estimulando más, y tenía que anotar esos versos, por no dar la
luz, en wasaps que me enviaba a mí mismo, y que graciosamente llegaban en un decir
amén. Cuando ya tenía digamos la mitad del poema y la tranquilidad de no saber
aún cómo seguir y de no tener que volver al móvil, me repetía hasta por fin dormirme: Ha sido menos niño quien no
ha arrancado nunca de un alero la batuta de hielo…, ha sido menos niño quien no
ha arrancado nunca de un alero…, ha sido menos niño quien no ha arrancado nunca…, ha sido menos niño...
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