miércoles, 10 de noviembre de 2021

CONTRA TIEMPO, DE AVELINO FIERRO

Voy tarde. Tocaría hablar de Calendario, la última entrega diarística de Avelino Fierro. Pero entre el despacio que se trae uno y el hormiguismo que se trae Avelino, lo que toca es dar cuatro brochazos a Contra tiempo (2019).

Los diarios de Fierro, como las Cartas desde su celda escritas durante el confinamiento, van diciendo lo mismo pero de manera diferente. Acaso esta vez con más peso de las páginas viajeras (separata incluida con las cinco entregas de "Días en París"). De Contra tiempo lo que me atrae de entrada es su aparente ausencia de plan. Su escritura es como la de las nubes que corren por estas páginas, que no saben adónde van. Exactamente como sucede con los buenos paseos: ahora cambio de acera, voy a evitar esta calle, a ver el parque... Esto hace de Contra tiempo y de sus hermanos (aunque Calendario me parece otra cosa, con más voluntad de estilo) un diario-diario, sin ínfulas novelescas, por más que en las solapas la palabra novela venda más que la palabra diario. No quiere esto decir que Avelino no busque su mejor perfil (¿quién no lo hace?). Pero eso es una cosa, y otra muy diferente es vender un producto con la etiqueta de otro.

En cuanto al título, no se trata de ganar tiempo al tiempo, cosa esta imposible, sino de la ganar vida al tiempo. Vida vivida y vida leída, vida también. Sospecho que Avelino tiene mucho escrito sin publicar, y que si no publicara escribiría igual, porque al cabo lo importante es leer y escribir, escribir y leer, tanto monta. Por otra parte, no creo que hayan embelesado a Avelino Fierro los cantos de sirena de la posteridad, ese caramelo. Lo más, ese consuelo del arte que acierta a congelar "instantes de la vida que perece".

León. Si me gustan estos diarios, además de por su morosidad y por las copiosas referencias literarias y culturales, es por llevarme de paseo por mi ciudad cuando no estoy en ella. León es ese personaje que impregna todo, a veces de manera opresiva, como la Vetusta de La Regenta. León es a estos libros lo que Madrid a los de Mesonero Romanos. Pero León no es Madrid, y el tono modesto y asordinado de estas páginas es el de la voz de quien ha sabido hacerse uno con su ciudad, ese burgo levítico y provinciano de los poemas de Andrés González-Blanco.

    

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