lunes, 21 de octubre de 2013

EN VENDIMIAS


LA SANGRE FRÍA

Brillaban aún las uvas
lavadas por la aguada de la aurora,
y la baba de buey, al primer sol,
tiraba pasarelas fragilísimas
de cepa a cepa. Aún vimos más señales:
las pisadas de un corzo y el estrago
de una perdiz en los racimos bajos.

Atacamos por linios. Parecían
las vides otoñadas sonrojarse
por dar cumplido el fruto.
Mano a mano medraban
los cestos. Sobre ellos, una escuadra
de avispas levitaba, enajenada.
Por retraer la faena, los más jóvenes
se lanzaban colgajos o se hacían
untosos lagarejos. Los mayores
de las cosas del pueblo daban cuenta,
el habla hecha al refrán:
“San Isidro Labrador
buena nos la preparó.
Todo lo abrasó el hielo.”

                              Almorzamos. El pan
iba de mano en mano, y el porrón. A la fresca
no sé qué instante eterno nos tumbamos. Venía
un olor a tomillo a capricho del aire. Regresamos
a la viña. Unas nubes piadosas
del sol nos abrigaron. Los silencios
más espesos se oían. Ya la tarde
se desangraba en arreboles mórbidos
cuando el curvo garillo arrancó el último
racimo indiferente.
                                                                   Atemperados
los rigores de antaño, faltó sólo
dejar la dulce carga sin nostalgia
en manos de la alquimia y el tiempo que conviertan
sudor en sangre fría.
                                                                    Zazuar, 3-10-11 (de Lo breve eterno) 
                     

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