jueves, 21 de septiembre de 2017

CUADERNO, QUÉ DIRÁS, I



El viaje es el recreo de la vida. Y tiene a su vez su recreo, que es el tiempo en que nos despedimos del grupo (da igual que sean familia o amigos) y quedamos solos. Es en esas horas cuando podemos de verdad hablar con la ciudad, mirar sin prisa a sus gentes, gustar el pan de lo cotidiano.
Habiéndonos despedido en Chiado, lo inmediato era visitar la que dicen librería más antigua del mundo, Bertrand, recorrer despacio sus sucesivas salas para volver luego hasta el expositor de Paper blank. El último cuaderno salió tan bueno que se ha ganado el descanso junto a los que vieron criarse a los poemas de los otros dos libros, y no porque no le quepan más al cuaderno, sino porque no le convienen más al libro: No lo toques ya más… Algunas libretas eran poco prácticas, con cierres de floritura, demasiado bonitas. Escogí una más pequeña, en octavo, acaso por ese prurito no sé si antinatural de pretender poemas más breves. Los poemas necesitan el espacio que necesitan, ellos son el espacio. Yo sólo tengo que proporcionarles el lugar y el momento y dejarles hablar y ser. Nada más coger el cuaderno, en el mismo lugar donde tan buenas horas echara Pessoa, ya me veía alumbrando los versos que el mundo necesita y, en justicia, recibiendo los más altos parabienes. Sin embargo la Providencia, que es sabia, quiso que en la cola para pagar me precediera un hombre que encargaba los libros de texto. Diez minutos después, que se me hicieron más largos que 90 en el Bernabéu o 5 en el Reino de León, ya me recitaba, despacio como manda tan sabio endecasílabo, aquel verso de Ezequiel Martínez Estrada: despacio, despacio, despacio. Diéresis muy dura, diría mi amigo don Rodrigo Olay, pero…
Ya me tocaba y me volví a venir arriba. Y eso que la cajera, hermosísima como cuadra a cualquier relato, ni me miró a los ojos. Sin duda no se daba cuenta de la aportación que hacía a la historia de la literatura sólo con venderme aquel artículo. Daba igual, pues ya tenía en mente el próximo movimiento: desde la acera de enfrente me llamaba otro paraíso con otro aún más refinado sabor, el de los libros viejos y su promesa de hallazgo. El dueño de Sá da Costa me mostró de la manera más sutil la diferencia entre un librero y un vendedor de libros sólo con mirar el volumen que le alcanzaba, la poesía completa de Miguel Torga: me miró mientras asentía de manera casi imperceptible. Eso se llama fraternidad, y no hace falta más.
Me senté en un banco de la plaza Camoes y abrí el libro al azar. ¿Al azar? ¿Qué mano que guía nuestra mano nos pone en los ojos ese poema que ya será el que más nos guste de su autor, y no por la situación, sino por ser el más hondo, el mejor?
                                                                                 
           MEDIDA

Juego contra el destino
cada minuto, en cada desafío.
Libre en este baldío
de humana libertad,
arriesgo la conciencia de mis actos
en la ruleta de la suerte.
El triunfo o la derrota no me importan.
No vale ningún triunfo lo que el sol que lo alumbra,
y ninguna derrota lo es ante la muerte
que tenemos segura.
Tan sólo quiero la revelación
de que puedo y no puedo
sin poder nada. Aprendo mi tamaño
por la manera como pierdo o gano.

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MEDIDA

Jogo contra o destino. / Cada minuto, cada desafio. / Livre neste baldio / Da liberdade humana, / Arrisco a consciência dos meus actos / Na roleta da sorte. / O triunfo e a derrota não me importam. / Nenhum triunfo vale o sol que o doira, / E nenhuma derrota o é na morte / Que temos certa. / Quero apenas fazer a descoberta / Do que posso e não posso, / Sem poder nada. / Aprendo a conhecer o meu tamanho / Pela maneira como perco ou ganho.


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