¿Qué trampa es esta del tiempo que
hace que nos parezca más veloz cuando son los días procesión
desganada y más pausado cuando los acosan los llamados
imponderables? ¿Volveremos a
comparar al tiempo con un río? No conoce nadie el cauce por el que correrán sus aguas. Lo accidentado del mío en los últimos meses ha dado en remansos y aluviones, vaquillas o morlacos que ha habido que capear
con peor o mejor maña.
Llegó Cristina, la profesora de
prácticas, y en el aula había de pronto un aire como más limpio con los alumnos buenos
y más viciado con los pasotas. La pobre sufría en silencio mi reticencia a la
luz artificial, y anotaba sus cosas en teresiana penumbra hasta que se
decidía a pedir permiso para encender. Cuando comenzó la fase de intervención,
que así se llama ahora al hecho de que los profesores en prácticas impartan las clases,
superó enseguida su inicial temor a no saber llevar a los alumnos de 1º. Hay que
decir que Cristina Sevillano López-Romero conocía el paño, pues fue alumna mía durante los cuatro
últimos cursos de enseñanzas profesionales, antes de hacer el grado superior y terminar tocando como los ángeles. Fue todo mejor que bien. Pondría el único pero
de que, hija de su tiempo, hiciera resonar en el aula a razón de 4 veces por
hora el infeliz “en plan”, ante lo que algunos alumnos me miraban de reojo con
sonrisilla chinchona. En conjunto acabaron teniendo con ella tal sintonía que su
último día de prácticas, que coincidía con el examen, le regalaron unos
bombones y unas flores. Habiendo recibido uno en 21 años de docencia no más que
dolores de cabeza y esquiveces, no daba crédito. Esto sucedía
un 19 de marzo, día, dicen, del padre.
F. Couperin: Troisième leçon de ténèbres.
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