domingo, 22 de marzo de 2020

EL "CASAMIENTO" FORZOSO


La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Sí lo sabe el cerezo del pequeño patio, todo florido, los pájaros tan contentos por el aire limpio y el poco ruido, que empiezan ahora a hacer sus nidos en lugares que con los meses sabrán temerarios. No sé cómo llevaría el “casamiento” forzoso en el piso donde vivía antes, sin el desahogo del patio, que no lo es tanto por salir a él como por poder hacerlo. Supongo que pasaría buenos ratos asomado a la ventana. Lo que no cabe es ser insolidario cuando los que dicen que permanezcamos en casa no son ni el centro de inteligencia, ni los que cocinan las encuestas, ni no sé qué otros oscuros intereses, sino precisamente aquellos que darían un ojo de la cara por poder pisar la suya, los médicos. Mil quinientos muertos, y todavía gente minimizando, reclamando su derecho al paseíto. No lo entiendo.
Circula un chascarrillo cibernético que dice que es la hora de que los alumnos del conservatorio demuestren que es verdad aquello que siempre dicen de que en casa les salía. Las clases telemáticas son lo que son, pero es mejor que nada. Me gusta ver los vídeos que me envían mis alumnos por ClassDojo, me ayudan a mantenerme en el mundo, a saber si es jueves o viernes. Hay algo bonito en verles tocar en su habitación, con las zapatillas, los peluches de fondo y el guirigay alrededor. Veo los vídeos y comento: esto bien, no lo toques más; esto para repasar por esto y esto. En general soy más indulgente, y paso algunos estudios que en clase no habría pasado. Como no se puede apreciar la calidad del sonido, la doy por buena. Todos necesitamos pequeñas alegrías en estos días. Estoy en ello cuando aparecen Laura y Andrea con mi regalo por el día del padre: unos llaveros con un dibujo suyo plastificado, y envueltos en un folio doblado y pintado. Quiero llorar.
La saturación mental a lo largo del día es importante. Fundamental la siesta. Tiempo para leer, eso es lo bueno, pero cosas sueltas, poesía por la mañana y prosa por la noche (por el día depende). Picoteo en antologías, artículos, diarios, cosas divertidas a poder ser, las impertinencias de Torres Villarroel, cosillas de Mesonero Romanos o los desopilantes “Cuentos de ayer y de hoy” de Ramón Carnicer. Y para dormir a las niñas, esa maravilla que son los cuentos de Antón Retaco, tan de verdad, tan bellos y tan tristes, que lo uno va con lo otro. Los encontré en el rastro, en la edición con los dibujos de Pilarín Bayés, que es la que había en la casa de León, a un euro cada tomo, seis en total. Leérselos es leer mi infancia (y qué tesoro) volver a ver a mis amigos, la mona Carantoña, los perros Can can y Tuso, la cabra Rubicana, que acaba de tener un chivito, el caballo Cascabillo, que echa de menos los caminos, los padres de Antón, el titán Plácido Recio y doña Martita Gorgojo, la buena de Ludivina, el tío Badajo, que no quiso quedarse en Villavieja y tiró por el camino de las montañas hacia el mar, con su clarinete y su poesía: “Pasa y pasa el que camina y el mundo no se termina: ¿Dónde acaba? ¿Dónde empieza? No tiene pies ni cabeza; ancho y alto, largo y hondo, qué bien hecho y qué redondo. A pasar, a pasar a los caminos del mar.


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