Había que empezar el curso a como diera lugar. Esa era la única respuesta de la Junta a las peticiones (casi llamadas de socorro) de nuestro centro. Se comportaba la Administración como el profesor cejijunto y brutal que no atiende a razones, quizá para ocultar lo que lleva dentro, ese niño tarambana al que se le pasó el verano a necias y le llegó septiembre sin haber hecho los deberes. Faltaban días para el inicio de curso y en reunión de departamento debatíamos si cabría negarse a dar las clases en condiciones en que no se pudiera garantizar nuestra seguridad y la de los alumnos. El trabajo del equipo directivo debió de ser ingente, haciendo todas las piruetas imaginables y aun inimaginables ante cada “no” de la Junta y la inefable Rocío Lucas, otra valiente inútil. Se solicitó otro edificio para desdoblar las clases grupales. Se negó (el Ayuntamiento sí había acondicionado uno para la Escuela Municipal de Música). Se pidió a la Fundación Siglo que cediera cuatro de sus aulas interactivas. Cedieron dos.
Los profesores de viento estábamos especialmente preocupados, porque poco podrían contra los aerosoles, en un aula de 10m2 y con ventilación escasa, las mamparas de un metro por dos que nos facilitaron por toda protección. Lo demás, lo de siempre: mascarillas, distancia, y lo que resolviera el equipo directivo. “¿Pero las clases colectivas, que ni siquiera tienen calificación propia, preguntaba uno, no podrían suprimirse como en otros conservatorios?”. Nones. “¿Y la banda se mantiene?”. Sipi.
Nunca pensé que pudiera no disfrutar de este trabajo. Pero así no se puede, parapetado detrás de una pantalla, sin poder tocar para poner un ejemplo de fraseo (de momento no me la juego), parando a los 20 minutos para renovar el aire y luego a los 50, sin poder tocar las manos de los alumnos. La impotencia con los de 1º es inexpresable. Me resisto a aceptar que lo pedagógico quede en un segundo plano.
Ayer, al ir al servicio, observé que una compañera había dispuesto el aula de otra manera, con la mampara en el centro como si fuera la red de una cancha de tenis. Demasiado se parecía a eso. Hacía la alumna un ejercicio de sonido imitando lo que tocaba su profesora: redondas con el Re sobreagudo, algo equivalente al estornudo de cinco elefantes. Como ir a un tablado sin chubasquero. Quizá esté pecando de prudente. Lo que está claro es que así los alumnos no tiran, que no hay en el aula la alegría que solía. Algo hay que hacer.
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