domingo, 12 de febrero de 2012

MIGAJAS

Puestos a proyectar –¿por qué no?– libros que nunca escribiremos, se podría adobar uno con el cuento de tantas ideas huérfanas, abandonadas como bloques a medio levantar, fantasías postergadas que nos dieron su hora de luz, la flor de un día.

Por ejemplo, un poemario temático a la manera de La gracia del enano, de Fernández de la Sota, donde se refiriesen las vicisitudes de un personaje cuyos datos y móviles se irían dando a cuentagotas, alimentando un misterio nuclear y decisivo sólo desvelado al final, en que el lector descubriese, como en leva de niebla, que ese personaje es él.

O un vademecum en prosa poética sobre los árboles, fraternal y preciso como los de Los pájaros amigos, de Segarra, o Nuestras flores más cultivadas, de Clarasó.

O un libro de versos hecho sólo con ingredientes naturales, al estilo de Las cosas del campo, de Muñoz Rojas, con un poema sobre la vendimia, otro sobre los vencejos, otro a la flor de la adelfa...

Decía Azorín que no gustaba de hablar de sus libros cuando estaban en el telar. Si fueran éstos algo más que risueñas quimeras no serían así aireados y en cierto modo desechados. Pero como no están no ya en el telar, sino siquiera en la oveja, los sacudo alegremente como un mantel, sus cuatro migas al aire de las ilusiones.

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