miércoles, 22 de agosto de 2012

LÁGRIMAS EN LA HIERBA

Subo con mi padre desde el collado de Pandébano hasta el refugio de la vega de Urriello, en la base del Naranjo de Bulnes. El día es caluroso. Apenas encontramos sombras en el camino. Nos cruzamos con muchos turistas (bien está) y algún montañero (por las botas los conoceréis). Se nota en aquellos la extrañeza por el hecho de que en el monte la gente se salude. Será por eso que alguno no responde. Nos refrescamos en la fuente de La Terenosa y atravesamos el Collado Vallejo. De vez en cuando nos asalta la fragancia incomparable del té florido, ya un poco seco.

A mitad de subida alcanzamos a un hombre de mediana edad y una chica joven. Están parados, de pie. Él, con acento francés, la fuerza a seguir con una agresiva arenga con ínfulas filosóficas aderezada con numerosos tacos. Le dice palabras terribles en tono violento y llega a amenazarla con tirarle una piedra que coge del suelo. Mi padre saluda y sutilmente la recomienda que se cubra la cabeza y beba a menudo, y que pare a descansar en las contadas sombras que encuentre. Ella calla. Él, que es a quien realmente se dirige mi padre, balbucea algunas palabras como disculpándola. Por ellas deduzco que es su padre. Entonces les adelantamos y la chica echa a andar detrás nuestro, mientras él se sienta desencajado. Aprovechamos para animarla. Mi padre le dice palabras cariñosas que hacen desbordar por sus coloradas mejillas un silencioso llanto. Es preciosa, y las lágrimas, como en el poema de Ángel González, la vuelven aún más bella. La sutileza y la ternura con que mi padre se gana poco a poco su confianza me llenan a la vez de orgullo y de envidia. Nos sentamos los tres bajo la visera de una roca y por sus respuestas lacónicas sabemos que es natural de Sotres, que ha vivido siempre en Bélgica y que veranea en La Franca, tan cerca de nuestro Celorio. A todo esto, llega hasta nosotros el que se cree su dueño y pasa adelante sin decir palabra. Mi padre y yo también reanudamos la marcha. Ella permanece sentada, sufriendo anticipadamente por cada paso que le queda. Tras una vuelta del camino me detengo y decido esperar a que ella llegue. Cuando lo hace, sencillamente camino despacio delante suyo sin decir palabra. Ella tampoco dice nada. Supongo que comprende que quiero ayudarla, pues advierto que, en efecto, va poniendo los pies justo donde los he puesto yo. Ya con la vega a tiro de piedra cobro distancia para que su padre no piense lo que no es. Hay junto a él dos chicos que resultan ser también hijos suyos.

Tras beber de la fuente, comemos fuera del refugio, echando de vez en cuándo alguna miga a las descaradas chovas y a algún curioso acentor de cumbres. Después decidimos subir hasta tocar la pared oeste de la base del Naranjo, así llamado porque de ese color lo veían, en las tardes nítidas, los marinos que bordeaban las costas asturianas al ocaso. Hacia arriba, 500 metros de roca caliza. Hacia dentro, la agradable consciencia de nuestra insignificancia. Al volver al refugio, nuestra accidental acompañante de la subida ya se ha ido. Yo voy pensando en ella a la bajada. Cuando la alcanzamos va más animada, hablando con un hermano. “Hasta luego”, le digo en voz baja. “Hasta luego”, responde igual.

Que la vida te trate dignamente, me habría gustado decirle parafraseando a García Montero. Sé que no la volveré a ver. ¿Será su vida todo lo maravillosa que debería?


3 comentarios:

  1. Padres, hijos, hijas, hermanos...y la montaña. Yo espero el momento de poder subir con mi hijo a la base del Picu. Aunque tal vez no sea esa su montaña y mi ascensión más dura consista precisamente en reconocerlo.

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  2. Lo importante es que lo conozcan, y si llega un momento en que la montaña o la naturaleza les son indiferentes, pues qué le vamos a hacer. Yo estaré eternamente agradecido a mis padres por transmitirnos a mí y a mis hermanos su amor y su respeto por la naturaleza. Sin esa sensibilidad que tanto nos unió y nos sigue uniendo, yo sería otra persona; no digo que peor, pero habría dejado de disfrutar tantas satisfacciones...

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  3. Preciosa evocación, hasta ese punto de la constatación de la insignificancia propia, que en mitad de la historia de la mujer, habla bien a las claras de los beneficios de una buena educación con un ambiente familiar propicio. Admirable y humana la actitud de tu padre y la tuya. Un saludo.

    Salud

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