Paseamos
por Llanes. Es la última noche de julio. En una escondida plaza con
una acacia florida en el centro, damos con una multitud de fieles
del bando de La Magdalena. Lamentan, más que celebran, el fin de su
mes y el inicio del siguiente, en el que pasarán el testigo de las
fiestas al bando de San Roque. Cantan en voz baja una melodía alegre
y triste, es decir, melancólica, mientras con las manos unidas se
balancean adelante y atrás formando poco a poco una espiral a
medida que, como un mantra, se suceden las estrofas. Dice el
estribillo:
Que con el
sueño de la mañana
te estás
quedando rosa temprana.
Que con el
sueño de mediodía
te estás
quedando rosa encendida.
Se
respira una emoción contenida que de pronto se vivifica y rompe en
gritos cuando, al finalizar la canción, ocho jóvenes, cuatro
mujeres y cuatro hombres, bailan el Pericote. Ellos tiran el palo y
caminan hacia ellas con una chulería todo deseo. Ellas los miran con
un orgullo todo deseo también. La sutil
simbología del baile, su limpia metáfora del cortejo amoroso, se
hace aún
más visible en la siguiente danza,
el Xiringüelu de Naves, en la que un mozo baila, con dislocados movimientos de marioneta, a cuatro mozas, a
las que rodea con vivos giros, de una en una primero y a todas juntas
después.
Emoción que es nostalgia, quién lo iba a decir, por los tiempos en
que el baile era la única ocasión de jóvenes y no tan jóvenes para mirarse, ceñirse y
hasta tocarse.
Qué economía de medios tan eficaz esta del baile. Y qué pena que se hayan quedado en folclore. Ahora tenemos otros rituales amatorios, no sé si más o menos eficaces, pero desde luego más toscos.
ResponderEliminar(Una vez me preguntaste si tenía fotos de la costa oriental de Asturias: pocas e insuficientes. Es tan hermosa que las fotos están de más.)
Antes de menos y ahora de más. ¿En qué segundo nos perdimos el término medio? Saludos desde Celorio.
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