Lo
advierte Miguel d´Ors en “Por
una muerte”, poema memorable como
la mayoría de los suyos (si tuviera que hacer una antología de cada
poeta predilecto, la suya sería sin duda de las más representadas):
Después de morir uno, mientras
uno
se está muriendo, se abre
una ferretería, pintan una
fachada
y
el muerto ya es ajeno, y todo nos lo aleja.
O ruge, como hoy a la puerta de la iglesia de Colombres, el
estrepitoso motor de un coche que compite en hiriente volumen con la
machacona música que sale de su interior. Esa zapatiesta sin
sentido, en la hora en que enterramos a una joven de 35 años, más
que indignarme, me sume aún más en la tristeza paralizadora.
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