C. se ha levantado tarde. "No te hemos dejado nada de chocolate." Es decirlo y arrepentirme por lo ridículo de ese intento de dar una mano de presunta generosidad a lo que sólo ha sido egoísmo, peor, gula y egoísmo. "¿A sabiendas o sin daros cuenta?", podría haber preguntado C. Y entonces, ¿qué? Sin embargo, dice con desgana mientras bosteza: "Bah, no te creas que me gusta mucho el chocolate." Le gusta.
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