Salí en un caballo ético y mustio, el cual, más de manco que de
bien criado, iba haciendo reverencias. (…) No habían llegado a su noticia la
cebada ni la paja.
Tuve
nueva de que ya era muerto, y no cuidé de preguntar de qué, sabiendo que hay
hambre en el mundo.
Todos
los que me veían me juzgaban por comido, y si fuera de piojos, no erraran.
Ellos
bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla,
la persecución de los güesos y el destrozo de la carne. Y si va en decir verdad,
entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos.
Al
fin, llegamos a los túes.
Tan
juntos que parecíamos herramienta en estuche.
Gastamos
el día en pláticas desatinadas.
Hacíase
soldado, y habíalo sido, pero malo y en partes quietas.
Muy
a lo dineroso.
Sacaron
naipes: estaban hechos.
Nuestras
cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
Acosté
a mi tío, que, aunque no tenía zorra, tenía raposa. [Estaba achispado].
La
otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de hocicada.
Acostáronse,
mataron la luz.
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