martes, 9 de agosto de 2022

PERLAS PICARESCAS, I (VIDA DEL BUSCÓN)

 

Salí en un caballo ético y mustio, el cual, más de manco que de bien criado, iba haciendo reverencias. (…) No habían llegado a su noticia la cebada ni la paja.

Tuve nueva de que ya era muerto, y no cuidé de preguntar de qué, sabiendo que hay hambre en el mundo.

Todos los que me veían me juzgaban por comido, y si fuera de piojos, no erraran.

Ellos bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los güesos y el destrozo de la carne. Y si va en decir verdad, entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos.

Al fin, llegamos a los túes.

Tan juntos que parecíamos herramienta en estuche.

Gastamos el día en pláticas desatinadas.

Hacíase soldado, y habíalo sido, pero malo y en partes quietas.

Muy a lo dineroso.

Sacaron naipes: estaban hechos.

Nuestras cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.

Acosté a mi tío, que, aunque no tenía zorra, tenía raposa. [Estaba achispado].

La otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de hocicada.

Acostáronse, mataron la luz.


Quevedo, por Francisco Pacheco

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