Crieme, como todos los niños, con teta y moco, lágrimas y caca,
besos y papilla (…). Ensuciando pañales, faldas y talegos, llorando a chorros,
gimiendo a pausa, hecho el hazmerreír de las viejas de la vecindad y el
embelesamiento de mis padres, fui pasando, hasta que llegó el tiempo de la
escuela y los sabañones.
Desde muy niño conocí que de las gentes no se puede pretender esperar más justicia ni más misericordia que la que le haga falta a su amor
propio.
Fui
bueno porque no me dejaron ser malo; no fue virtud, fue fuerza.
Empecé
la tarea de los que llaman estudios mayores, y la vida de colegial, a los 13
años, bien descontento y enojado, porque yo quería detenerme más tiempo con el
trompo y la matraca, pareciéndome que era muy temprano para meterme a hombre y
encerrarme en la melancolía de aquel caserón.
En
todas edades somos niños y somos viejos.
Creer
algo, disputar poco y no temer nada.
Expuesto
a los muchos rubores y escaso alivio que produce la limosna.
Asistía
a todas las diversiones cortesanas con que tiene comúnmente dementados a sus
moradores aquel lugar indefinible. Lograba coche, Prado, comedias, torerías y demás espectáculos adonde concurren los ricos, los ociosos y los holgones.
Para
nada me importa que se sepa que yo he estado en el mundo.
Por
lo mismo que ha tardado mi muerte, ya no puede tardar.
Estoy
en irme muriendo poco a poco, sin matarme por nada.
Aún
me hago las cuentas más alegres.
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