La parte que más me aburre de los diarios, que a menudo me salto, es la que da cuenta de viajes y lugares, páginas que muchas veces me parecen de relleno. El relato pormenorizado del paseo por la Spandauerstrasse, con sus escaparates abigarrados y sus farolas isabelinas, por decir algo, la bulliciosa terraza en la Praça da Republica o la errabundia lánguida por el jardín de Luxemburgo al ocaso, no me parece que tengan en sí mismos el interés suficiente que justifique su publicación. Lo tendrá para el autor (que escribe, en parte, para disputarle al olvido bocados de vida) y acaso para el lector que conozca esos lugares. Conste que hablo por mí. Habrá aún quien, como en el XIX, se abandone a la idealización de países y ciudades que no conoce ni conocerá. Tiene que haber algo más: reflexión sobre descripción y componente humano sobre componente físico (Unamuno también podría ser ejemplo en esto), no vaya a parecer que ponemos la literatura al servicio de nuestro irrelevante currículum viajero.
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