sábado, 21 de abril de 2012

EL VINO TRISTE

            En un recodo del paseo del sábado, el seguimiento de una música me conduce hasta una de esas pequeñas plazas del barrio húmedo, donde celebra su día la colonia dominicana en León. Un grupo ameniza la fiesta con sus bachatas y sus merenguitos, sus percusiones, su guitarrilla y sus letras románticas. El cantante ejerce de sex symbol, con su camiseta de licra blanca, sus vaqueros de pitillo y su dosificado movimiento pélvico (una vez por tema, en el solo de guitarra). Los jóvenes bailan o enredan cerca del escenario. Ellas, más guapas o menos, más o menos estilizadas, realzan sus poderes sin complejos. La mayoría de ellos calzan gorras abombadas. Da gusto verles bailar, padres con hijas, madres con hijos, hermano con hermana, amiga con amiga. Tienen el ritmo en el cuerpo, como suele decirse. Los no tan jóvenes platican en torno a la barra. Pululando aquí y allá, como aburridas moscas, los esmirriados leones del erotismo local. Todo en la escena es amable, natural, nada parece impostado. Entonces ¿a cuento de qué, de dónde surge, qué significa, en medio de esta serena alegría, la insidiosa tristeza que me invade, para más inri no por mí, mas por ellos?

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