“Hoy
estornuda el día”, saluda bienhumorado un paisano. Está la mañana
incisiva en gramíneas, saturada de polen. Junto a los plátanos del
paseo de Recoletos se escucha a cada rato a alguien sonándose los
mocos. Las trompetas de la mañana. Las detonaciones de los
estornudos se suceden por doquier. Hoy estornuda el día, qué gloria
de frase, ya mía y para siempre.
* * *
También los autobuses estornudan. Y las latas de refresco. Y los
rebecos cuando dan la voz de alarma. Y los botes de pelotas de tenis.
Y las planchas de vapor. Y, más modestamente, los mecheros. Y las
botellas de gaseosa. Y el charles de una batería. Y los cuadernos de
espiral al arrancar una hoja de golpe. Y, con una frecuencia
inhumana, los aspersores ametrallando agua.
Pero es que el ruido de los chopos movidos por la brisa es el de la
cebolla al freírse. O como el reflujo de la ola en una playa de
piedras. O como una cascada oída desde lejos. O como el del viento
entre la cebada ya espigada. O como el soñoliento ronroneo de los
viejos discos de pizarra.
Una definición parcial de la poesía: el arte de buscar analogías.
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