¿Por
qué no me terminó de gustar –no me gustó, gustándome– La
invención de Hugo? Por el mismo motivo
por el que no me terminó de gustar Midnight
in Paris: por las trazas de
inverosimilitud, que habría sido tan fácil evitar, en una historia
que podría pasar por verosímil. Comparten la cinta de Allen y de
Scorsese aciertos y caídas. Entre los aciertos, un ingenioso y bien
armado guión, una seductora fotografía nocturna de París y una
trama que va ganando en interés, si en Midnight
in Paris a medida que se adentra en la
ficción, aquí a medida que el peso de la historia va recayendo en el personaje de
Mélies, apoyado en precisos datos biográficos, aunque con algunas
libertades (gran trabajo, por cierto, de Ben Kingsley). Coinciden
también ambas cintas en evidenciar cierta recuperación de sus
directores tras sus últimos fiascos (corramos un piadoso velo sobre
El aviador,
Infiltrados o
Shutter Island).
La invención de Hugo transmite
además amor por el oficio del cine, el dibujo o los ingenios
mecánicos (nunca habríamos soñado ver tan de cerca las tripas a un
reloj). Pero ¿por qué no me terminó de gustar –no me
gustó–? Por la sobreactuación, la parodia de trazo grueso, si
en la película de Allen del fatuo amigo de la prometida del
protagonista, aquí del inspector de la estación, arquetipo del
policía torpe y amargado pero con buen corazón. Suficiente para
irritar al espectador que busque, además de entretenimiento, y aun a
costa de forzadas chacotas, la verosimilitud que, para uno, la verdad necesita.
Después de haber visto la película creo que no es que le falte verosimilitud sino que huye de ella: la historia está contada desde el ilusionismo y en esa clave debe ser vista pues solo así homenajea de verdad al cine de Melies, quien nunca dejo de ser el mago que fue al principio. No es una gran película, pero en mi caso particular, si salen relojes, trenes y estaciones ya me tiene medio ganado.
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