sábado, 8 de noviembre de 2014

AFORISMOS DE SANTIAGO RUSIÑOL (y III)

Quienes buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla.

En vez de llamarla "casa paterna", deberían llamarla "casa materna", pues hay algunos que pueden ser "paternos" sin llegar a ser los padres.

Cuando alguien habla a una mujer, si quien lo hace no le resulta simpático, ella nunca entiende lo que le dice. En vez de escucharle, se distrae. Por eso, la mujer jamás puede ser juez.

El matrimonio es complicarse la vida; el divorcio es volvérsela a complicar.

La mujer hermosa es un peligro. La mujer fea es un peligro y una desgracia.

El esfuerzo de la mujer para aparentar juventud es, de los cuarenta a los cincuenta años, una cosa heroica. Al pasar de los cincuenta, una cosa trágica.

Cuando un hombre tiene un picor en el brazo, se rasca; cuando lo tiene en el cerebro, hace animaladas.

La inconsciencia es un libro alegre. La experiencia es un libro tristísimo. 

Dos cosas que molestan mucho son los gritos de los niños y el silencio de los viejos.

Cuando un hombre tiene razón no grita; cuando no la tiene, grita para hacer creer que la tiene.
 
Todos decimos tonterías. Los filósofos son los únicos que las dicen seriamente.

Para sentir admiración hacia un sabio, es preciso no terminar de entenderlo bien del todo.

A quien le hagan un homenaje, que se vaya preparando el nicho.

El ingenio es la hembra del genio.

El hombre calvo cree tener talento y el que tiene pelo cree tener genio. Sin embargo, el cerebro ni lo distingue.

Llamar hábil a un artista es censurarlo; llamárselo a un político es alabarlo.

El escritor que cuida demasiado el estilo lo hace porque tiene pocas cosas que decir; el que no lo cuida nada, mejor sería que no las dijera.

Escribir versos es como fabricar una colcha: cuanto más bordada, menos abriga.

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