El oráculo irónico (Renacimiento, 2019) es la última
entrega del que acaso sea el más fino de nuestros aforistas, Ramón Eder. Sigue
a Ironías (2016) y Palmeras solitarias (2018). Lo que convierte a Ramón Eder en punta de lanza del feliz momento del pensamiento
breve español es, para uno, un centro de gravedad al que no escapan la inteligencia, el
humor, el relámpago poético (en ocasiones cercano a la greguería), la mirada a un tiempo crítica y compasiva ni una bondad
que prescinde del sarcasmo y, cuando incide en la ironía, la aplica a las
costumbres, no a las personas.
Aquí, aquí y aquí se jugó a la conversación con los
aforismos de Ironías. Reincido ahora en tres nuevas entregas, no sin
cierto regodeo parasitario, con los de El
oráculo irónico. Esto es todavía mejor que traducir.
*
Toda persona inteligente trata de
hacer las paces con sus amigos.
[La cuestión
es saber si no han dejado ya de serlo.]
El libro que
compramos lo leemos con más interés que el libro que nos prestan.
[Porque al
comprar el libro también pagamos la emoción y el riesgo de la apuesta, y eso es
intransferible.]
Si al amor
le quitas lo cursi solo queda el alborotado sexo de una raza de primates.
[Pero mira
la mirada, ojo con los ojos.]
Los Premios
Nobel de Literatura deberían dar todos los años el Premio Nobel de Literatura
de los Premios Nobel de Literatura.
[Y ese
Premio Nobel de Literatura de los Premios Nobel de Literatura lo daría una filial
china de la Academia sueca, porque, visto lo visto, el caso es, año tras año,
no vel, no vel, no vel.]
El recuerdo
de nuestras ocasiones perdidas no debería llevarnos a la tristeza sino a la
decisión de no perder ni una más.
[Pero
cuidado con el calentón. También perdimos muchas ocasiones que menos mal que
las perdimos, y de esas no nos acordamos.]
Si tienes
entre tus amigos algún canalla tú no andas muy lejos de serlo.
[¿Habéis
oído, chicos?]
Creyendo que
no nos veía nadie cuántas veces, en nuestros momentos de pasión, habremos sido
la fiesta del poseedor de unos potentes prismáticos.
[Temo que,
de verme a mí, se haya quedado dormido.]
[P.S.: De
segundas me doy cuenta de que el voyeur
no me miraría precisamente a mí. Qué pena todo.]
Los que
escriben “Cioran” con acento lo hacen porque lo han leído mal.
[Ni tanto
que lo han leído mal: ni siquiera se han tomado el trabajo de suicidarse.]
Todo buen
escritor ha escrito sin darse cuenta algunos aforismos excelentes.
[Y aquí es
donde entraría en juego el “marrón”. Igual que existe el “negro”, que escribe
para otros, ¿por qué no contar con un “marrón” que nos ahorrara el marrón de
rebuscar esos excelentes aforismos?]
Hay
canciones fantásticas porque nos hacen recordar una maravillosa sensación
olvidada.
[Canciones
que llevan a sensaciones, olores que llevan a recuerdos, colores que llevan a
impresiones… sucesivos yoes chocando entre sí a ciegas en un laberinto de
sinestesias del que nos gustaría no tener que salir nunca.]
Hay que
luchar hasta el final con los residuos de reptil que tenemos en el cerebro.
[Es el más
difícil todavía: luchar con los residuos de reptil con residuos de reptil.]
Uno de esos
que no son como hombres del Renacimiento que lo hacían todo bien, sino
posmodernos que hacen de todo pero todo mal.
[De aquéllos
se ocupó Castiglione, y éstos se ocupan de nosotros, para castiglione nuestro.]
Muertas o
casi muertas la gran novela, la gran poesía y la filosofía sistemática, ha
llegado la lacónica época del aforismo.
[Aforismos,
microrrelatos, haikus… ¿Se podría hablar de tanguificación de la literatura?]
No hay dos
éxitos iguales, pero todos los fracasos son parecidos.
[No sé yo.
Va mucho de que te den calabazas a que te den perro a que te den julepe a que
te den…]
Recibir un
premio prestigioso ayuda a los viejos a levantarse de la cama.
[Ya lo dice
el refrán: A misa no porque estoy cojo, a la cantina poquito a poco.]
El mismo
artículo publicado en El País o en el
ABC no dice lo mismo.
[El mismo
contertulio en La Sexta o en Intereconomía tampoco dice lo mismo.]
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