jueves, 18 de octubre de 2012

CODO

Mejor que la vuelta a nuestros asuntos después del bullebulle y el descoloque de un verano que se resistía a entregar la cuchara –y no negaremos que esta porfía suya nos brindó como adehala gozosos contrapuntos, como que bien entrado octubre los grillos siguieran mejorando el silencio de la noche–, mejor aún que adivinar la alegría por el reencuentro en la mirada de algunos alumnos con los que llevamos aprendiendo años, mejor que todo, los catorce ojos, las siete cabecitas apiñadas avizorando cómo sopla su profesor para hacer sonar el instrumento –y el profesor se siente un poco marciano–, el regalo de su risa, sus almas limpias y necesarias como el agua. Y, todo calor, el inesperado codo de uno de los niños, al que he visto hoy por segunda vez, sobre mi hombro.

2 comentarios:

  1. Hermosa sencillez indocente ésta, y la chispa de la inteligencia brillando...

    Salud
    Manuel Marcos

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  2. Qué gusto que los niños aún tengan hombros de profesores en que apoyarse. Y qué envidia ese calor, el codo de un niño.

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