Para mí la poesía, lo he dicho constantemente, es misterio, encanto, o intensidad espresiva (más intensidad que profundidad filosófica, etc.) La profundidad es hacia arriba o hacia abajo o hacia dentro, en el mejor caso, pero la intensidad es hacia sí misma, no está situada y por eso su ámbito es el universo. Yo repetiré siempre la norma platónica que me satisface plenamente. El poeta es el hombre que tiene dentro un dios inmanente y como el medium de esa inmanencia: algo sagrado, alado y gracioso del gran misterio y el gran encanto que nos aprisiona. Por eso la poesía es inefable aun cuando digan los críticos huecos que si lo inefable no se puede decir no es nada. Pero yo creo que en la poesía nunca podrá decirse todo como en ciencia. La poesía es sólo sujeridora. Si un poeta encontrara a la poesía como un ente real en una calle, poesía, poeta y mundo habrían acabado para siempre.
Ahora bien el poeta aparte de la inmanencia divina tiene una conciencia humana y esa conciencia vijilará su espresión.
Hasta luego. Con mucho cariño.
J. R.
[Carta de Juan Ramón Jiménez a Ricardo Gullón. Río Piedras, Puerto Rico, 30 / I / 1953]
Hola, Avelino. Qué sorpresa tu triple carta “desde tu celda”. Me dices
que no hace falta que te conteste en el blog. Puede parecer cosa impúdica, pienso
que quizá pienses. No te hago caso. Qué tímido soy, dices, y seguramente. Pero
no por ello dejo de preferir a los hombres “naturales como la naturaleza misma
y efusivos como siempre es ella” (ya que la cosa va de cartas, cito una de Juan
Ramón a Cristóbal Roncero). También yo me prefiero así (“¡divinos hombres naturales!”), aunque rara
vez me consiga.
La primera vez que estuve en lo de arriba del Gran Café
fue en el 95. Hacían un concurso de música, no necesariamente clásica. El
presidente del jurado era un profesor de guitarra del conservatorio, entonces
director. Me presenté con mi pianista, tocamos la sonata de Hindemith y unas
variaciones sobre Carmen, de un tal François Borne. Ganó un grupo vocal
femenino. Recuerdo que acabé muy disgustado con mi actuación, pero unos años
después vi el vídeo, que había grabado mi padre, y no me pareció mal. Esto es
así siempre, también con lo que se escribe. No nos dejamos vivir. Fue
agradable la presentación de La madera
que arde y el vino que siguió en el León Antiguo, con Llamazares también. Pero
no fue la última vez que nos vimos. Fue en la presentación de Suena la nieve, de César Iglesias, gran
tipo. Esta vez a los vinos siguieron el perfumatto
y el whisky, que es lo mío, y esto lo digo para deslizar la teoría de que la gradación de las libaciones es un buen termómetro para medir
la confianza.
Me preguntas por mis versiones de Andrade. Te las
mando ipso flauto. Pero vaya por
delante que no soy traductor, mucho menos “especialista”. Me gusta el
portugués, a quién no, pero sólo lo conozco de leídas. Me he apoyado en
ocasiones en otras versiones, de Pámpano, Crespo et alii, aunque me parece que quien mejor ha sabido salvaguardar la
poesía al volcar ese idioma al castellano es Carlos Clementson. Los versos que
citas son del poema “A arte dos versos”: Toda la ciencia está / aquí, en la
manera / con que esta mujer / de los alrededores de Cantão / o de los campos de Alpedrinha / riega sus cuatro o
cinco / surcos de coles: mano / precisa con el agua, intimidad / con la tierra,
tesón del corazón. / Así se hace el poema.
Hablas de Andrade y te vas a Auden, a Gil de Biedma, a
Thomas Mann. Vuelves y te vas otra vez como una mariposa que no ignorase que en
esos meandros está el encanto de la conversación que se quiere vuelo, en irse
por las ramas sin olvidarse del tronco. De Biedma estoy leyendo, a ratos
como todo, los ensayos de El pie de la
letra, muy aprovechables. Por ejemplo: “Para leer bien y para guardar la fe
en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que
leer a nuestro alcance.” Ahí soy preso. Dices que estaré como tú cansado de
leer y escribir. Con esto del confinamiento me las prometía muy felices, iba a
escribir mucho, a escuchar mucho, a leer mucho. Pues no. Lo fácil sería echar
la culpa a las dos ardillas que menudean por casa o a este mal remedo de las clases telemáticas. Pero ni el continuo desfacer de picias
y zipizapes ni la desesperante lucha contra las tecnologías tienen culpa de que
no lea más y no sea capaz de ver claro en los seis o siete poemas que tengo en
el telar. Y luego está lo otro, la sensación de no estar leyendo lo que
tendría que estar leyendo, de perderme siempre algo mejor.
Avelino, esta mañana he seguido tu método de revolver
papeles y he dado con un diario de 2006, pero un diario diario, con lo bueno y
(sobre todo) lo malo que ello conlleva. ¿Qué hice tal día como hoy de
hace 14 años? “28 de marzo. Mientras Dragó, Fernando Arrabal, un demente y un
abrazafarolas montan el chou por la tele, releo a Vicente Gallego. Paradojas
del destino, la astracanada que emite Telemadrid versa, nunca peor dicho,
sobre la poesía, relegada a un segundo plano debido al afán protagonista de los
cuatro actores. Apago y busco la poesía en su sitio. «Y sólo
hay salvación en este empeño / de ser como la rama que, feliz, / borracha de su
savia poderosa, / florece ante un barranco sin pensar / que su fruto ha de ser
para el abismo.»”
¿Qué fruto tendremos de todo esto? ¿Son más los que
esperan que cuando termine de pasar esta guadaña nos miremos de otra manera, o los que
sólo ven en ella un latoso paréntesis para seguir a lo mismo? Fruto bien agraz
echará este árbol de muerte, pero no debe, no puede ser para el abismo, para lo
mismo.
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P.S. Mándame el dibujo con las líneas de Andrade
cuando se pueda, si no es mucho pedir. Lo pondré en un marco junto con el del
pueblín. Y salúdame a Mar. _____
P.P.S. Te dejo un par de canciones, una para la mañana y otra para la noche, seguro que sabrás. A ver si te gustan.
La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Sí lo
sabe el cerezo del pequeño patio, todo florido, los pájaros tan contentos por
el aire limpio y el poco ruido, que empiezan ahora a hacer sus nidos en lugares
que con los meses sabrán temerarios. No sé cómo llevaría el “casamiento”
forzoso en el piso donde vivía antes, sin el desahogo del patio, que no lo es
tanto por salir a él como por poder hacerlo. Supongo que pasaría buenos ratos asomado
a la ventana. Lo que no cabe es ser insolidario cuando los que dicen que
permanezcamos en casa no son ni el centro de inteligencia, ni los que cocinan
las encuestas, ni no sé qué otros oscuros intereses, sino precisamente aquellos
que darían un ojo de la cara por poder pisar la suya, los médicos. Mil
quinientos muertos, y todavía gente minimizando, reclamando su derecho al paseíto. No lo
entiendo.
Circula un chascarrillo cibernético que dice que es la
hora de que los alumnos del conservatorio demuestren que es verdad aquello que
siempre dicen de que en casa les salía. Las clases telemáticas son lo que son,
pero es mejor que nada. Me gusta ver los vídeos que me envían mis alumnos por
ClassDojo, me ayudan a mantenerme en el mundo, a saber si es jueves o viernes.
Hay algo bonito en verles tocar en su habitación, con las zapatillas, los
peluches de fondo y el guirigay alrededor. Veo los vídeos y comento: esto bien,
no lo toques más; esto para repasar por esto y esto. En general soy más
indulgente, y paso algunos estudios que en clase no habría pasado. Como no se
puede apreciar la calidad del sonido, la doy por buena. Todos necesitamos
pequeñas alegrías en estos días. Estoy en ello cuando aparecen Laura y Andrea
con mi regalo por el día del padre: unos llaveros con un dibujo suyo plastificado,
y envueltos en un folio doblado y pintado. Quiero llorar.
La saturación mental a lo largo del día es importante.
Fundamental la siesta. Tiempo para leer, eso es lo bueno, pero cosas sueltas,
poesía por la mañana y prosa por la noche (por el día depende). Picoteo en antologías, artículos, diarios, cosas divertidas a poder ser,
las impertinencias de Torres Villarroel, cosillas de Mesonero Romanos o los desopilantes
“Cuentos de ayer y de hoy” de Ramón Carnicer. Y para dormir a las niñas, esa
maravilla que son los cuentos de Antón Retaco, tan de verdad, tan bellos y tan
tristes, que lo uno va con lo otro. Los encontré en el rastro, en la edición con
los dibujos de Pilarín Bayés, que es la que había en la casa de León, a un euro
cada tomo, seis en total. Leérselos es leer mi infancia (y qué tesoro) volver a
ver a mis amigos, la mona Carantoña, los perros Can can y Tuso, la cabra
Rubicana, que acaba de tener un chivito, el caballo Cascabillo, que echa de
menos los caminos, los padres de Antón, el titán Plácido Recio y doña Martita Gorgojo, la buena de Ludivina, el tío Badajo, que no quiso quedarse en Villavieja y tiró por el camino de las
montañas hacia el mar, con su clarinete y su poesía: “Pasa y pasa el que camina
y el mundo no se termina: ¿Dónde acaba? ¿Dónde empieza? No tiene pies ni cabeza;
ancho y alto, largo y hondo, qué bien hecho y qué redondo. A pasar, a pasar a
los caminos del mar.”
Para estos días extraños y a ratos desalentadores, dejo aquí un poema del próximo Hilo de nada que pretende eso, dejar un camino a la esperanza hasta en la desesperanza.
ESPINO Y FLOR
A tientas va la oruga, lentamente, en busca de sustento espino arriba. Una rama le nace al tronco. Duda, sigue por ella, retrocede, avanza hasta que da la rama en unos vástagos. Se decide por uno, convencida o bien por las espinas obligada, y así pasa sus días sin saber que a la flor de más vida da su afán.
Como la pobre oruga van los hombres remontando por ramas y certezas cada vez más pequeñas, escogiendo, a la espalda la mortal sospecha de que la otra era la buena, sin ver el árbol, sin fiar de la rama. Y ser feliz depende de saber que hay al final de todas una flor.
Grimes es el nombre artístico de Claire Elise Boucher,
canadiense del 88 que acaba de publicar su quinto disco, Miss Anthropocene (4AD). Es éste un trabajo representativo de por
dónde van los tiros de la música popular a estas alturas del S.XXI. Su
principal rasgo es el eclecticismo, pero ¿no se puede hoy día decir lo
mismo de la poesía, la pintura o las otras artes, no están en un punto de dispersión
notable? El eclecticismo como estilo, podría decirse. Difícil sería etiquetar esta
música, que es synth-pop, electro, post punk, nu y muchas
cosas más.
Grimes debutó a los 22 años con dos discos casi
consecutivos, Geidi primes y Halfaxa.Fue después
telonera de Lykke Li y firmó por su actual sello, 4AD, lo que le permitió dar un
salto de calidad patente en sus siguientes dos álbumes, Visions (2012) y, sobre todo, Art
angels (2015), que le valieron el reconocimiento a nivel mundial. Tienen estos
trabajos un sonido más orgánico y luminoso, y un menor peso de lo electrónico,
por más que las programaciones estén presentes en cada tema.
Miss Anthropocene (que sería la diosa del cambio
climático resultante del juego de palabras entre misantropía y Antropoceno, o actual
era geológica) tiene la virtud de dotar de homogeneidad a ese eclecticismo, y
lo hace a través de un sonido que retoma la oscuridad de sus dos primeros
discos, en ocasiones con tintes apocalípticos que recuerdan a Crystal Castles
(así “My name is dark”, título significativo). Pero Grimes tiene la virtud de
encontrar en lo oscuro una variedad cromática siempre más difícil de conseguir
que en las tonalidades luminosas. Las letras hacen referencia lo mismo a la
inteligencia artificial que al amor redentor o los videojuegos. Las canciones son largas, con
algo de impredecible, siempre como en trance de cambiar a otra cosa. A veces lo
hace: “4 ÆM” empieza con unas voces etéreas a
lo Cocteau Twins para mutar en un rabioso y espídico drum and bass. Como una anomalía puede considerarse el luminoso folk-pop de “Delete forever”, con su
guitarra acústica acorralada por los sintetizadores de los otros temas. Predominan
el down tempo y un sonido cargado de
bajos, hiriente, a veces industrial, mantenido en los márgenes de la emoción
gracias a una voz que denota una poco común sutileza en el empleo de los
filtros como el autotune, tan abusados hoy. “Violence” e “IDORU”, para uno los
dos mejores cortes del lote, dan en la diana de ese difícil equilibrio entre
esperanza y desasosiego. La primera tiene un sonido disco, pero refrenado,
demorado en sonidos exquisitos y una textura donde nada sobra. Los siete
minutos de “IDORU” son un ejercicio de krautrock
en la misma línea épica, pero con un matiz ensoñador.
Grimes no sólo escribe sus canciones. Toca, graba y
produce, se lo guisa y se lo come. “No quiero ser la cara de esta cosa que
construí, quiero ser quien la construyó”. Ha conseguido mantenerse en el mainstream yendo por libre, y está, con
otro álbum anunciado en ciernes, en ese estado de gracia que le permite hacer
lo que quiera… bien.
Las clases se han mantenido en Castilla y León hasta ayer viernes, incluido. Me parece que ha sido un riesgo innecesario cuando ya se conoce la
progresión de los contagios. El vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, había
anunciado a mediodía la medida de la suspensión de “la actividad docente
presencial” por dos semanas, pero no
quedaba claro desde cuándo ni qué implicaba esa coletilla, "presencial". Preguntado por lo primero, contestó que
desde ese momento. Sin embargo, al cabo de una hora, un correo del
conservatorio nos decía a sus profesores que, consultada la inspección, esa tarde se mantenían las
clases. Grave irresponsabilidad. No se me quitaba de la cabeza la clase de
banda, con 70 chavales, metales y maderas, tanto monta, compartiendo atril, lápiz
y partituras, generosamente rociados con la aspersión menuda de los staccato, vaciando las babas de los
tubos sobre la moqueta, según costumbre. Con uno de estos chicos, Alonso, había
hablado el día anterior, al final de su clase individual de flauta. Restaba
importancia al virus, pero se le escapó la sinceridad de añadir que porque sólo
afecta gravemente a los mayores. Le pregunté primero si tenía abuelos. Sin más.
Y sí. Y luego si creía que, caso de no haber una cama de hospital, ni un respirador, y a él
le pasara algo y los necesitara, iban a enviar al pudridero a uno de esos
mayores para ponerle a él. Hubo que añadir que la vida del que tiene 80 años
vale lo mismo que la suya o la mía, pues es todo lo que tiene, como él o yo. Igea,
dirigiéndose a los jóvenes, lo resumió muy bien en su comparecencia: “no se
trata de demostrar que no tienes miedo a nada, sino que tienes amor a los tuyos.”
Sin embargo, y a pesar de tan bellas palabras, esa
misma tarde, según indicación de la propia inspección educativa de la Junta,
hubo bababanda y todo lo demás. A todo esto, seguían faltando aclaraciones, y ahí
seguimos, porque Rocío Lucas, la consejera de educación, aún no ha dicho esta
boca es mía, y por increíble que parezca, a día de hoy sábado, ese cese de “la
actividad docente presencial” afecta sólo al alumnado, de modo que los
profesores y el resto de trabajadores podrían seguir asistiendo a sus centros,
no se sabe a qué. De seguro que a la señora Lucas no se le ha ocurrido qué pasaría
si un profesor contagiara a otros y al cabo de dos semanas volvieran los
alumnos al centro. La opción del teletrabajo o las clases on line, que es mejor que nada, tampoco la niega, pero pasa la
patata de esa decisión a los equipos directivos de cada centro.
Otra irresponsabilidad. Y otra cobardía. La de las medias tintas derivadas del miedo
a tomar medidas impopulares. Así no se consigue nada. El Gobierno, que podría
tomar decisiones tajantes en materia educativa como lo ha hecho con otras, delega en las Comunidades, que son las que tienen
las competencias; las Comunidades delegan (así ésta de Castilla y León) en las
directivas de los centros; y ya sólo falta que éstos deleguen la decisión de
acudir o no a su puesto en los profesores, limpiadores, etc., lo que permitirá a unos y otros, si la cosa se pone aún peor, decir aquello de "las reclamaciones al maestro armero". Así no se ganan las
guerras.