domingo, 30 de diciembre de 2012

PUERTAS AL CAMPO, PALABRAS A LA NOCHE

         Siempre que salgo –poco– lo hago con la determinación de no dejar evaporarse en el aire nocturno tantos diálogos sabrosos, tantas ingeniosidades acrobáticas, tantas situaciones hilarantes que parecerían tener en aquél su único ámbito posible, gemas con las que acaso se podría engarzar un bonito collar. Algo así como subrayar frases en un libro, el libro de la noche.
 
Pero ¿cómo, sin hacer el ridículo? Porque hacer buró de la barra sería, más que hacerlo, serlo, y buscar la intimidad del baño, amén de sórdido, sería soliviantar a los que esperan para aliviar sus necesidades, ya sean mayores, menores o nasales. No. El método menos malo con el que uno ha dado hasta la fecha es la grabadora del móvil. Tiene la ventaja de ir con los tiempos y no llamar la atención. Parece que estoy hablando con alguien los segundos justos para decir algo así como “Estamos en el Local, ven para acá”, cuando en realidad monologo “Con unos calzoncillos marker-packet”, o “¿Cuál es el ave que vuela más rápido? El medio pollo”. Pero no sólo de humoradas vive la noche; también asoman fugaces ideas mínimas, esquirlas que aspiran a ser versos: “Ya cantan los castaños / regalados de mirlos, tan temprano”, o “Una joven con las cosas muy claras todavía”, o “Un puente es un abrazo”. Y así.

         Pero la mayoría de las veces al final uno se deja envolver por aquellas deleitosas volutas de humo verbal y ni graba ni apunta ni se preocupa por dejarlas en un lugar a mano en la memoria. Cuando llegue a casa, piensa, a sabiendas de que cuando llegue a casa no quedará ni rastro de aquella sentencia memorable, de aquel verso huérfano, de aquel chascarrillo que iba más allá, de aquella canción, promesa de calor, por la que preguntamos en la barra. Porque llega uno a casa y, si acaso ha logrado retener algo, no tiene ganas de sentarse a dar vueltas a una pelota ya sobrada de ellas, sino que va con el lápiz y el primer papel que encuentra a la cama –en esto paró el ceremonioso recado de escribir–, donde en el simple recordatorio de aquellas eutrapelias ya ha caído como un leño en los benditos brazos del sueño.

         Pero siendo esto de lamentar, no es lo peor. Lo peor es la constatación, cuando hemos podido apuntar algo, de la sarta de obviedades e ingenuidades, impropias de las canas que uno va gastando, que instila el papelillo algunas veces, y eso que debería uno estar ya curado del quimérico credo en la iluminación a través de los paraísos artificiales. Naturalmente, damos enseguida con ello a la papelera.  No siempre lo hicimos en su día, y guardamos con arbitrario criterio algún exceso de nuestros primeros juegos de letras. Verbigracia, estos hiperbólicos versos que sí recuerda uno –la memoria se burla de nosotros conservando lo que no nos interesa y dándole a lo que sí con el cartel de completo en las narices – de su más rabiosa y desnortada juventud: “Una vez más sentí la gran verdad. / Y una vez más en este estado deplorable”. Otras veces, si bien no llegó uno a tan altas cotas, pudo al menos reírse y comprobar en la primera micción del día la verdad de este epigrama, escrito con caligrafía de médico, aún conservado en profundo cajón: “Esas últimas gotas / condenadas están a desviarse”. Esto sí que es poesía de la experiencia, recuerdo que pensaba divertido.

         Así que seguimos al acecho, también en modo farresco, codiciosos de ese minuto de belleza que, ubicuo, también se deja caer como uno de vez en cuando por la noche ruidosa, cuyos brillos verbales no sé cómo retener cada vez que salgo –poco–.

jueves, 27 de diciembre de 2012

PASEN Y VEAN

        Con este gobierno -es un decir- la diversión está garantizada. La alegría del final de año fue comprobar cómo en la nómina de diciembre no sólo nos quitaban la mal llamada paga extra (el sueldo es anual y se divide en catorce pagas), a pesar de haber solicitado recibir al menos la parte proporcional entre el 1 de junio y el 13 de julio, día en que se aprobó el decretazo que la suprimía para los empleados públicos. La alegría fue comprobar cómo además se perdieron por el camino, en el caso de uno, 160 euros, porque, a lo que se ve, aunque no cobráramos esa soldada sí teníamos que cotizar por ella a la Seguridad Social. El gobierno, previamente advertido de esta aparente contradicción por sindicatos y partidos políticos, respondía que la supresión de la paga es independiente de la cuantía de las cotizaciones anuales. Es decir, que las pagas, a la hora de cobrarlas, son doce, y a la hora de cotizar por ellas, catorce. Ayer, día 26, el gobierno comunicó en boca de Cristóbal Montoro, miembro destacado del Caracolillo´s Team, que, aunque podría no hacerlo, devuelve ese importe, lamentando el “impacto negativo que la falta de adecuación de la cuota por derechos pasivos y aportaciones a mutualidades por la paga extra de diciembre ha podido tener en el colectivo de los funcionarios”, que recibirán "lo aportado" en tres meses. ¿Con qué palabra resumir todo este embrollo? ¿Magnanimidad? ¿Altura de miras? ¿Aguinaldo navideño? ¿Incompetencia universal? ¿Cara más dura que el cemento? Habrá que mirar con lupa las tres próximas nóminas, a ver qué gallina se come esta vez la zorra.

sábado, 22 de diciembre de 2012

TRES

          Si cada persona es un mundo, cada pareja es tres; el de él, el de ella y el que nace de la colisión de aquellos dos, aún más inestable e impredecible.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

VEROSIMILITUD, VERDAD

      Tuve un sueño curioso. Soñé que alguien del pueblo, que había leído el poema "Nieve en Zazuar", me censuraba el hecho de que en la era no había habido ningún carro desde hacía muchos años. Pero lo importante no es que no lo hubiera en el momento en que se escribió el poema, sino que pudiera haberlo, como los hubo antaño. En poesía, en literatura, en arte, importa más la verosimilitud que la verdad. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

PEROGRULLADA MA NON TANTO

          ¿Es peor un poema por decir "mientras gárrulo chía un herrerillo" en vez de "mientras alegre canta un herrerillo"? ¿Es mejor? Depende del poema.

jueves, 13 de diciembre de 2012

POU, BINOCHE

       Vuelvo a ver algunos reportajes grabados de Días de cine. En uno de ellos, Juliette Binoche y José María Pou reflexionan acerca de su trabajo en sendas entrevistas. La actriz francesa, en la presentación de Copie conforme, desasosegadora cinta de Abbas Kiarostami que plantea la necesidad de asumir los cambios que con el tiempo sufre el sentimiento inicial del amor, dice: “La palabra es la punta del iceberg de unos cimientos. El trabajo del actor consiste en encontrar esos cimientos y relacionarlos consigo mismo. Después, las palabras son la consecuencia de ese trabajo”.

Por su parte, Pou señala: “En cuanto me llega un personaje busco en la literatura, en el cine, en lo que tenga más a mano, aquello que más se parezca al  personaje que estoy haciendo. Pero no para copiarlo, sino para crear una especie de magma o burbuja donde el tuyo va teniendo algo de todos esos pero va saliendo con personalidad propia. Y luego hay un ejercicio fundamental: hay que bucear dentro de uno mismo, hay que meter la mano y encontrar cosas recónditas para relacionarlas con el personaje. Y siempre las encuentras, con gran sorpresa para ti mismo”.

Hablan de cine, pero no solo de cine. Con tales ideas se podría componer una poética.

martes, 11 de diciembre de 2012

DÍA MÁS, DÍA MENOS

        
          Un día más que se va por el sumidero de lo que no fue.

          Un día es un día
                                     y se hundía
                                                        y se hundía...

viernes, 7 de diciembre de 2012

UN CUERPO

        Después de la excursión de ayer, hoy tengo agujetas hasta en las pestañas. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo.

Laguna Grande de Gredos

 Detalle de la orilla

miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL AUTOR VUELVE A LAS ANDADAS

         Asisto en un bar a un concierto de blues y aledaños (country, folk, rock and roll, rithmy and blues) ofrecido por un dúo, guitarra solista y voz-guitarra rítmica.

Por supuesto que si el concierto estaba anunciado para las nueve y media nos daban las diez y no había indicios de que fuera a comenzar, circunstancia ésta desgraciadamente habitual aun en los conciertos de pago y aceptada sin mayor protesta que tímidos gestos de disconformidad por parte del respetable. ¿Motivo? Los organizadores retardan el inicio para que llegue más público y el que ya hay consuma más. Sutil genialidad. 

        Es ese tiempo muerto el de la charla, pero también el del discreto escrutinio de los asistentes, estímulo tantas veces suficiente. De primeras llama la atención la media de edad, mayor que en otros conciertos, lo cual suele redundar en un ambiente más cálido y relajado. En definitiva un auditorio ilusionado, transparente, diríamos que inofensivo.

        Enseguida despierta mi atención un joven que dirige entusiastas comentarios a varios acompañantes. Una de sus frases me llega para no marcharse:

         –Huele a Mississippi.
–De momento huele a media hora larga de retraso –me inmiscuyo, tanteando el terreno. No tiene más remedio que darme la razón:
–Además no te creas que están probando, es que están en la barra tomando unos cacharros.

        Quien así cohesiona a su grupo con tales comentarios es un tipo enjuto, pequeño, con un denso tupé que desproporciona su cabeza con el resto del cuerpo. Viste un jersey demodé que le hace el flaco favor de achicar aún más su figura. Su situación, perfecta, (justo delante de mí) me otorga el prometedor aliciente de su seguimiento. Ya no soltaré la presa.

        Al fin suben los músicos y el público toma posiciones. La primera fila la completan espectadores serios, con gesto escrutador y reconcentrado, sospecho que guitarristas todos, alguno tal vez suscriptor de la revista “Psicópatas del mástil”. Sea como fuere, parecen más interesados por el plano técnico que por la propia música.

        Mi anterior interlocutor está encantado. La última palma es la suya al concluir la primera canción, y fuerza la mirada de dos amigos mientras se señala el brazo y ladea la cabeza. El mensaje es claro: carne de gallina. También los interpela al corear un estribillo a petición del cantante, la boca abierta sin usura, cabeza hacia atrás, fruncido el ceño. Su estilo de baile, si tal se le puede llamar, consiste en un cabeceo más o menos brusco hacia atrás en cada pulso y la rítmica batida de la pierna derecha, el peso sobre la izquierda, como si estuviera hinchando una colchoneta con un inflador de pie.

        Mientras tanto sube la temperatura. El ambiente se caldea. Algún silbido. Algún Monster! Los espectadores de la primera fila, que más parecen jurado de un certamen de guitarra que otra cosa, se inflaman durante un solo. Un hombre que frisaría los cincuenta, que desempolvó para la ocasión la inevitable camiseta de los Ramones, llega al punto de descruzar los brazos y adelantar una pierna. Le falta poco para recrear el universal punteo con guitarra invisible.

        En un momento dado, coincidiendo con el intimista inicio de otra canción, nuestro protagonista del denso tupé se arranca con unas palmas arriesgadísimas que nadie sigue al principio, pero a las que se van sumando piadosas las de unos pocos parroquianos por no hacer el feo. En otro instante el guitarra solista –pelín exhibicionista, todo hay que decirlo– ajusta rápidamente varios controles del amplificador y los pedales sin dejar de tocar, pulsando las cuerdas en el mástil con la mano izquierda. Al enjuto no se le escapa la jugada y la comenta a derecha e izquierda.

        Termina el concierto y voy a por él. Lo abordo a la puerta de los servicios.

        –Al final mereció la pena el retraso –improviso–.

        Sus ojos pequeños brillan al dar voz a su entusiasmo con frases atropelladas, él agradecido por mi cercanía, yo por su asistencia.  

sábado, 1 de diciembre de 2012

LA DEL CIELO

        ¿Por qué nos parece una música invernal o primaveral? ¿Qué cualidad hace que nos digamos: "este es un buen disco para el otoño"? Si la estación dorada es reconocible sobre todo en sus albores, con la transición cromática de las hojas, la tersura del aire y una luz más humana, es ahora que le asoma el invierno cuando está en sazón, y pareciendo final, es principio. Algo de otoñal (de oroñal, había escrito en una de esas dichosas erratas que el azar convierte en erratas dichosas), algo de "hoy es todavía", le parece a uno que tiene esta canción del mejor shoegaze, sus voces filtradas y su muro de distorsión controlada por debajo de las guitarras limpias como el día, que desfila rutilante mientras el coche despierta a su paso una lluvia inversa de hojas que quisieran volver a la del cielo.

The Raveonettes: "Downtown", de Observator (2012)