Presentaciones, lecturas, conferencias… Siempre va uno
a estos saraos con las más altas expectativas (si no no iría), incólume al desaliento
con el que las más de las veces sale de ellos. Y si bien en esta ocasión
también esperaba uno otra cosa, salió al menos reafirmado, siquiera por
oposición, en algunas fes. En la biblioteca de Valladolid, Jesús
Marchamalo entrevistaba a Javier Gomá dentro del ciclo “Bibliotecas de
escritores” que organiza la fundación Miguel Delibes. El eje central de la
conversación era la colección de libros del filósofo bilbaíno, que
su interlocutor había visitado, y de la que se pasaban fotos. Vaya por delante
que uno no ha leído ninguno suyo; sólo algunos ensayos en El país, amenos y
provechosos, ensayos de tesis, de filósofo más que de escritor, cosa esta ni
buena ni mala.
No empezó mal Gomá, definiendo la literatura como una
emoción que busca una forma. Si la encuentra en la celebración del mundo, se es
poeta. Si indaga sobre las causas, se es filósofo. Habría, claro, mucho que
decir, pero uno siempre preferirá que alguien peque de sentencioso que de
digresivo. Aquel modo de razonar inductivo quedaba también patente al hablar de
su método de escritura: “Primero busco el concepto, claro, diamantino. Luego ya
la palabra.” Vaya, pensé yo, no es mala poética, ya podía aplicársela tanto
arrendajo de Gamoneda como queda por León, así tendría alguien con quien hablar
de poesía cuando cayera por allí.
Cuando Marchamalo, bibliófilo empedernido e
impenitente, como acaso se lea en la solapa de alguno de sus libros, muy en su
papel, preguntó a Gomá sobre sus primeras lecturas, respondió este en épico, apuntando
que estaban marcadas por una ansiedad extrema. Su relación con los libros era, confesó,
compulsiva, delirante, parecía que el mundo dependía de ellos. No conocía la
lectura como placer, sino como misión. Ahora era ya capaz, decía, de reconducirla hacia el deleite. Menos mal, pensó uno aliviado, aunque no pudo por
menos que ponerlo en duda ante los juicios que emitía sobre tal o cual obra o autor
(ahorro las comillas): Hamlet es un
libro retórico, pesadísimo, lleno de defectos formales. Borges se le cae de las
manos, sólo ve en él juegos mentales, ingeniosidades, barroquismos, no le
transmite emoción. Delibes le parece un estilista extraordinario, pero duda que
sea capaz de sostener durante mucho tiempo una peripecia. Y así. ¿Hamlet pesado? ¿Conocerá Gomá tantos versos
borgianos llenos de emoción como aquellos que se lamentan «Ya no es mágico el
mundo. Te han dejado. / Ya no compartirás la clara luna / ni los lentos
jardines»? ¿Habrá leído El hereje, Las ratas, La hoja roja? Si se puede hablar de estilo en Delibes ¿no sería ese
precisamente su falta de estilo? Raro. Cuando, preguntado por el número de
volúmenes que posee, deslizó la palabra “piezas”, odiosa cuando se refiere a
libros, liebres o perdices, tuvo uno una de esas intuiciones que sabe
infalibles: este hombre no puede leer mucho. Atenazado ante los miles de
ejemplares que le reclaman, no puede sino dudar entre uno y otro y otro para
acabar no cogiendo ninguno.
A partir de ese momento el filósofo, como a él Borges,
se le fue a uno cayendo de las manos. El malditismo se puede perdonar si hay
chicha. En un Reverte, pongamos por caso, hace reír. Arrellanado en su sillón,
contando las batallitas de su premio nacional de ensayo y su número uno en las
oposiciones al Consejo de Estado, me parecía estar viendo a Juan Luis Panero en
El desencanto, garlando y engolando,
tan aspaventero. He aquí un animal político, me dije. Fíjate y aprende… y echa
a correr. En el turno de preguntas, fue interpelado por un émulo de Punset, a
juzgar por sus trazas y su temática preguntil, que pidió su opinión sobre la
literatura teológica, a la que Gomá defendió por ser el teológico “un relato
potente”. Yo me acordé de Florentino Pérez cuando con su proverbial tono de
predicador defendía el fichaje de Mourinho con el argumento de que el Real
Madrid necesitaba un entrenador potente. ¿Y qué será un entrenador potente, un
relato potente? “En la ciudad la naturaleza ya no existe”, prosiguió,
olvidándose de los árboles, los pájaros y aquellos otros animalitos que por
ella evolucionan y que como filósofo debería conocer, las personas, para
concluir: “por eso lo sublime sólo perdura en la teología.” “¿Y en la
astrofísica?”, inquirió el otro. “Sí. También. También.”
Así que tampoco, tampoco.