domingo, 30 de diciembre de 2012

PUERTAS AL CAMPO, PALABRAS A LA NOCHE

         Siempre que salgo –poco– lo hago con la determinación de no dejar evaporarse en el aire nocturno tantos diálogos sabrosos, tantas ingeniosidades acrobáticas, tantas situaciones hilarantes que parecerían tener en aquél su único ámbito posible, gemas con las que acaso se podría engarzar un bonito collar. Algo así como subrayar frases en un libro, el libro de la noche.
 
Pero ¿cómo, sin hacer el ridículo? Porque hacer buró de la barra sería, más que hacerlo, serlo, y buscar la intimidad del baño, amén de sórdido, sería soliviantar a los que esperan para aliviar sus necesidades, ya sean mayores, menores o nasales. No. El método menos malo con el que uno ha dado hasta la fecha es la grabadora del móvil. Tiene la ventaja de ir con los tiempos y no llamar la atención. Parece que estoy hablando con alguien los segundos justos para decir algo así como “Estamos en el Local, ven para acá”, cuando en realidad monologo “Con unos calzoncillos marker-packet”, o “¿Cuál es el ave que vuela más rápido? El medio pollo”. Pero no sólo de humoradas vive la noche; también asoman fugaces ideas mínimas, esquirlas que aspiran a ser versos: “Ya cantan los castaños / regalados de mirlos, tan temprano”, o “Una joven con las cosas muy claras todavía”, o “Un puente es un abrazo”. Y así.

         Pero la mayoría de las veces al final uno se deja envolver por aquellas deleitosas volutas de humo verbal y ni graba ni apunta ni se preocupa por dejarlas en un lugar a mano en la memoria. Cuando llegue a casa, piensa, a sabiendas de que cuando llegue a casa no quedará ni rastro de aquella sentencia memorable, de aquel verso huérfano, de aquel chascarrillo que iba más allá, de aquella canción, promesa de calor, por la que preguntamos en la barra. Porque llega uno a casa y, si acaso ha logrado retener algo, no tiene ganas de sentarse a dar vueltas a una pelota ya sobrada de ellas, sino que va con el lápiz y el primer papel que encuentra a la cama –en esto paró el ceremonioso recado de escribir–, donde en el simple recordatorio de aquellas eutrapelias ya ha caído como un leño en los benditos brazos del sueño.

         Pero siendo esto de lamentar, no es lo peor. Lo peor es la constatación, cuando hemos podido apuntar algo, de la sarta de obviedades e ingenuidades, impropias de las canas que uno va gastando, que instila el papelillo algunas veces, y eso que debería uno estar ya curado del quimérico credo en la iluminación a través de los paraísos artificiales. Naturalmente, damos enseguida con ello a la papelera.  No siempre lo hicimos en su día, y guardamos con arbitrario criterio algún exceso de nuestros primeros juegos de letras. Verbigracia, estos hiperbólicos versos que sí recuerda uno –la memoria se burla de nosotros conservando lo que no nos interesa y dándole a lo que sí con el cartel de completo en las narices – de su más rabiosa y desnortada juventud: “Una vez más sentí la gran verdad. / Y una vez más en este estado deplorable”. Otras veces, si bien no llegó uno a tan altas cotas, pudo al menos reírse y comprobar en la primera micción del día la verdad de este epigrama, escrito con caligrafía de médico, aún conservado en profundo cajón: “Esas últimas gotas / condenadas están a desviarse”. Esto sí que es poesía de la experiencia, recuerdo que pensaba divertido.

         Así que seguimos al acecho, también en modo farresco, codiciosos de ese minuto de belleza que, ubicuo, también se deja caer como uno de vez en cuando por la noche ruidosa, cuyos brillos verbales no sé cómo retener cada vez que salgo –poco–.

jueves, 27 de diciembre de 2012

PASEN Y VEAN

        Con este gobierno -es un decir- la diversión está garantizada. La alegría del final de año fue comprobar cómo en la nómina de diciembre no sólo nos quitaban la mal llamada paga extra (el sueldo es anual y se divide en catorce pagas), a pesar de haber solicitado recibir al menos la parte proporcional entre el 1 de junio y el 13 de julio, día en que se aprobó el decretazo que la suprimía para los empleados públicos. La alegría fue comprobar cómo además se perdieron por el camino, en el caso de uno, 160 euros, porque, a lo que se ve, aunque no cobráramos esa soldada sí teníamos que cotizar por ella a la Seguridad Social. El gobierno, previamente advertido de esta aparente contradicción por sindicatos y partidos políticos, respondía que la supresión de la paga es independiente de la cuantía de las cotizaciones anuales. Es decir, que las pagas, a la hora de cobrarlas, son doce, y a la hora de cotizar por ellas, catorce. Ayer, día 26, el gobierno comunicó en boca de Cristóbal Montoro, miembro destacado del Caracolillo´s Team, que, aunque podría no hacerlo, devuelve ese importe, lamentando el “impacto negativo que la falta de adecuación de la cuota por derechos pasivos y aportaciones a mutualidades por la paga extra de diciembre ha podido tener en el colectivo de los funcionarios”, que recibirán "lo aportado" en tres meses. ¿Con qué palabra resumir todo este embrollo? ¿Magnanimidad? ¿Altura de miras? ¿Aguinaldo navideño? ¿Incompetencia universal? ¿Cara más dura que el cemento? Habrá que mirar con lupa las tres próximas nóminas, a ver qué gallina se come esta vez la zorra.

sábado, 22 de diciembre de 2012

TRES

          Si cada persona es un mundo, cada pareja es tres; el de él, el de ella y el que nace de la colisión de aquellos dos, aún más inestable e impredecible.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

VEROSIMILITUD, VERDAD

      Tuve un sueño curioso. Soñé que alguien del pueblo, que había leído el poema "Nieve en Zazuar", me censuraba el hecho de que en la era no había habido ningún carro desde hacía muchos años. Pero lo importante no es que no lo hubiera en el momento en que se escribió el poema, sino que pudiera haberlo, como los hubo antaño. En poesía, en literatura, en arte, importa más la verosimilitud que la verdad. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

PEROGRULLADA MA NON TANTO

          ¿Es peor un poema por decir "mientras gárrulo chía un herrerillo" en vez de "mientras alegre canta un herrerillo"? ¿Es mejor? Depende del poema.

jueves, 13 de diciembre de 2012

POU, BINOCHE

       Vuelvo a ver algunos reportajes grabados de Días de cine. En uno de ellos, Juliette Binoche y José María Pou reflexionan acerca de su trabajo en sendas entrevistas. La actriz francesa, en la presentación de Copie conforme, desasosegadora cinta de Abbas Kiarostami que plantea la necesidad de asumir los cambios que con el tiempo sufre el sentimiento inicial del amor, dice: “La palabra es la punta del iceberg de unos cimientos. El trabajo del actor consiste en encontrar esos cimientos y relacionarlos consigo mismo. Después, las palabras son la consecuencia de ese trabajo”.

Por su parte, Pou señala: “En cuanto me llega un personaje busco en la literatura, en el cine, en lo que tenga más a mano, aquello que más se parezca al  personaje que estoy haciendo. Pero no para copiarlo, sino para crear una especie de magma o burbuja donde el tuyo va teniendo algo de todos esos pero va saliendo con personalidad propia. Y luego hay un ejercicio fundamental: hay que bucear dentro de uno mismo, hay que meter la mano y encontrar cosas recónditas para relacionarlas con el personaje. Y siempre las encuentras, con gran sorpresa para ti mismo”.

Hablan de cine, pero no solo de cine. Con tales ideas se podría componer una poética.

martes, 11 de diciembre de 2012

DÍA MÁS, DÍA MENOS

        
          Un día más que se va por el sumidero de lo que no fue.

          Un día es un día
                                     y se hundía
                                                        y se hundía...

viernes, 7 de diciembre de 2012

UN CUERPO

        Después de la excursión de ayer, hoy tengo agujetas hasta en las pestañas. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo.

Laguna Grande de Gredos

 Detalle de la orilla

miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL AUTOR VUELVE A LAS ANDADAS

         Asisto en un bar a un concierto de blues y aledaños (country, folk, rock and roll, rithmy and blues) ofrecido por un dúo, guitarra solista y voz-guitarra rítmica.

Por supuesto que si el concierto estaba anunciado para las nueve y media nos daban las diez y no había indicios de que fuera a comenzar, circunstancia ésta desgraciadamente habitual aun en los conciertos de pago y aceptada sin mayor protesta que tímidos gestos de disconformidad por parte del respetable. ¿Motivo? Los organizadores retardan el inicio para que llegue más público y el que ya hay consuma más. Sutil genialidad. 

        Es ese tiempo muerto el de la charla, pero también el del discreto escrutinio de los asistentes, estímulo tantas veces suficiente. De primeras llama la atención la media de edad, mayor que en otros conciertos, lo cual suele redundar en un ambiente más cálido y relajado. En definitiva un auditorio ilusionado, transparente, diríamos que inofensivo.

        Enseguida despierta mi atención un joven que dirige entusiastas comentarios a varios acompañantes. Una de sus frases me llega para no marcharse:

         –Huele a Mississippi.
–De momento huele a media hora larga de retraso –me inmiscuyo, tanteando el terreno. No tiene más remedio que darme la razón:
–Además no te creas que están probando, es que están en la barra tomando unos cacharros.

        Quien así cohesiona a su grupo con tales comentarios es un tipo enjuto, pequeño, con un denso tupé que desproporciona su cabeza con el resto del cuerpo. Viste un jersey demodé que le hace el flaco favor de achicar aún más su figura. Su situación, perfecta, (justo delante de mí) me otorga el prometedor aliciente de su seguimiento. Ya no soltaré la presa.

        Al fin suben los músicos y el público toma posiciones. La primera fila la completan espectadores serios, con gesto escrutador y reconcentrado, sospecho que guitarristas todos, alguno tal vez suscriptor de la revista “Psicópatas del mástil”. Sea como fuere, parecen más interesados por el plano técnico que por la propia música.

        Mi anterior interlocutor está encantado. La última palma es la suya al concluir la primera canción, y fuerza la mirada de dos amigos mientras se señala el brazo y ladea la cabeza. El mensaje es claro: carne de gallina. También los interpela al corear un estribillo a petición del cantante, la boca abierta sin usura, cabeza hacia atrás, fruncido el ceño. Su estilo de baile, si tal se le puede llamar, consiste en un cabeceo más o menos brusco hacia atrás en cada pulso y la rítmica batida de la pierna derecha, el peso sobre la izquierda, como si estuviera hinchando una colchoneta con un inflador de pie.

        Mientras tanto sube la temperatura. El ambiente se caldea. Algún silbido. Algún Monster! Los espectadores de la primera fila, que más parecen jurado de un certamen de guitarra que otra cosa, se inflaman durante un solo. Un hombre que frisaría los cincuenta, que desempolvó para la ocasión la inevitable camiseta de los Ramones, llega al punto de descruzar los brazos y adelantar una pierna. Le falta poco para recrear el universal punteo con guitarra invisible.

        En un momento dado, coincidiendo con el intimista inicio de otra canción, nuestro protagonista del denso tupé se arranca con unas palmas arriesgadísimas que nadie sigue al principio, pero a las que se van sumando piadosas las de unos pocos parroquianos por no hacer el feo. En otro instante el guitarra solista –pelín exhibicionista, todo hay que decirlo– ajusta rápidamente varios controles del amplificador y los pedales sin dejar de tocar, pulsando las cuerdas en el mástil con la mano izquierda. Al enjuto no se le escapa la jugada y la comenta a derecha e izquierda.

        Termina el concierto y voy a por él. Lo abordo a la puerta de los servicios.

        –Al final mereció la pena el retraso –improviso–.

        Sus ojos pequeños brillan al dar voz a su entusiasmo con frases atropelladas, él agradecido por mi cercanía, yo por su asistencia.  

sábado, 1 de diciembre de 2012

LA DEL CIELO

        ¿Por qué nos parece una música invernal o primaveral? ¿Qué cualidad hace que nos digamos: "este es un buen disco para el otoño"? Si la estación dorada es reconocible sobre todo en sus albores, con la transición cromática de las hojas, la tersura del aire y una luz más humana, es ahora que le asoma el invierno cuando está en sazón, y pareciendo final, es principio. Algo de otoñal (de oroñal, había escrito en una de esas dichosas erratas que el azar convierte en erratas dichosas), algo de "hoy es todavía", le parece a uno que tiene esta canción del mejor shoegaze, sus voces filtradas y su muro de distorsión controlada por debajo de las guitarras limpias como el día, que desfila rutilante mientras el coche despierta a su paso una lluvia inversa de hojas que quisieran volver a la del cielo.

The Raveonettes: "Downtown", de Observator (2012)

lunes, 26 de noviembre de 2012

EXABRUPTO

         El delicado arte de hacer arte del exabrupto.

         –¿Y en qué te vas a gastar tantos millones? –pregunta la vecina chismosa refiriéndose a una herencia.

         –Pues mira, en vino y en putas –contesta el borrachín del pueblo, al que todo el mundo se cree con derecho a vacilar.


        La respuesta, desde luego más delicada que la pregunta, me parece una manera elegantísima de decirle a la enredadora que se meta en sus asuntos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

TENDRÁ QUE SER ASÍ

         No habrá en la vida muchas satisfacciones que puedan compararse a la publicación de un primer libro. Devolver siquiera una mínima parte de lo recibido por la lectura sería suficiente motivo para intentarlo, y fantasear con ser leído por un ramillete de autores predilectos a los que poder divertir, emocionar o simplemente acompañar, a ellos que tanto nos han acompañado y tanto consuelo han dado a nuestras noches y días, presta a la voluntad coraje y vuelo al corazón.

Pero el primer motivo por el que uno escribe no es la gratitud, ni son aquellos admirados maestros, coautores en cierto modo, los destinatarios últimos. Uno escribe por necesidad y para sí. Y también, claro, para los compañeros del alma –para la afición, habríamos dicho de no haber ido tomando derroteros tan solemnes–, que atesoran la rara virtud de soportarnos y a veces hasta querernos. Momento escogido como pocos le parecía a uno ir repartiendo entre éstos los primeros ejemplares dedicados, como el que da lo mejor que tiene, e imaginaba cómo serían las futuras conversaciones sobre el libro según el carácter de cada uno de ellos.

Pero el pasar de los meses ha deparado la sorpresa de que, salvo contadas excepciones, un vergonzante velo de silencio posterga esos coloquios (imagino que, a un año de la edición, indefinidamente). Y es gran lástima, pues cuánto más que del crítico o el reseñista ha sacado uno en limpio del amigo que le recrimina que ponga predio en vez de prado, tornasol por girasol, o que afea cierta rima forzada. No parece prudente que sea el autor quien saque al ruedo el asunto. Algunas veces, cuando alguien se ha sentido impelido a hacerlo, lo ha hecho de manera ingeniosa, preguntándome por el libro... a mí. Pues muy contento en todos los sentidos, respondo, hasta que adivino que el verdadero objeto de la cuestión es conocer cómo van las ventas; es decir, lo único con lo que no puedo estar contento.

Pero ya digo que lo normal es el silencio, motivado por aquellas dos taras de las que no hemos sabido limpiar a la poesía: la pereza y la vergüenza. Pereza es el sentimiento mayoritario que reconocen sentir hacia la poesía quienes no leen absolutamente nada, pero también aquellos que no tienen empacho en embaularse novelones de 800 páginas sobre las cruzadas o el imperio maya. Buena parte de la culpa en este estado de cosas es –ay– de tantos supuestos poetas que, por hacerse los interesantes, la han querido enterrar con la basura de lo abstruso por arrimar el ascua a su sardinilla. Y vergüenza, octavo pecado capital, sigue dando hoy –parece menterio– hablar de poesía, que nos vean leyendo poesía, confesar que escribimos poesía. En fin, cosas del país y de los tiempos.

Tal vez con el siguiente...

lunes, 19 de noviembre de 2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

LA EDAD DE ORO

          Cada vez que alguien os hable de la edad de oro de esto o aquello, preguntaos si no se referirá sólo a su edad de oro.

jueves, 15 de noviembre de 2012

14-N

          Escuchamos que había 35.000 manifestantes (serán los recortes) donde había, si no un millón, varios cientos de miles (y no es que nadie los contara de uno en uno, pero hoy día existen métodos de recuento con un margen de error pequeño). Leímos de buena mañana -La Razón, ABC- que la huelga había fracasado, antes de iniciarse las manifestaciones, uno de sus indicadores más fiables. Escucharemos que los que no se han sumado a la huelga, muchos de ellos bien por temor a represalias por parte de su empresa, bien por no poder permitirse renunciar al sueldo de ese día, no están de acuerdo con lo que en ella se reivindicaba, de lo que se deduce que apoyan la actuación del gobierno. Escuchamos también entre divertidos y atónitos el todo por la huelga pero sin la huelga del PSOE, corresponsable de la situación a la que se ha llegado, y vimos a diputados de ese partido mostrando en el parlamento carteles en los que se leía: "Hay culpables, hay soluciones" (suponiendo que se consideren la solución, sería la primera vez que la solución es el problema). Escuchamos también, emocionados, la voz de los inmigrantes defendiendo sus derechos y los de todos, la sanidad que les quieren negar, la educación que nos quieren arrebatar, acaso por una razón tan simple y despreciable como apuntalar la superioridad que la actual clase gobernante cree poseer.

          Y vimos y veremos en sus televisiones, incluida la de todos, las imágenes de los incidentes, de las cargas, de los inaceptables piquetes llamados coercitivos, que coparán más tiempo que las de las pacíficas y multitudinarias manifestaciones. Y con el alma aún encogida, escucharemos a miembros del gobierno y del PP repetir con su más cínica sonrisa, también la más natural, la consigna de la "normalidad". Terrible normalidad, y peligrosa, tanto más cuando observamos las maniobras del gobierno por prohibir que se grabe a  las fuerzas del orden. Veremos también los intolerables desmanes cometidos por los violentos, siempre prestos a pescar en río revuelto. Pero lo que no veremos en ninguno de sus telediarios será cómo algunos de estos encapuchados, demostrados reventadores de manifestaciones, gastan porra y pinganillo.

          Lástima que no fueran a la huelga los que tendrían que hacerla indefinida.
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

DOS PÓSTUMOS (II)

          Dos meses antes que Carlos Pujol nos dejó Tomás Segovia. Llegó uno tarde, a través de la bitácora dedicada a su obra, a este poeta de lo natural que nos dio como adehala de su extensa obra en verso estos Rastreos y otros poemas, poemario que, como el título indica, consta de dos partes que podrían conformar dos libros distintos.

          Los poemas de los “Veinte rastreos por mis lindes” son largos y digresivos, más herméticos que los de la segunda sección, pero no distintos en el fondo. Los nace la necesidad de dejar constancia, de dar fe de los márgenes de una vida que se consume: la calle familiar contemplada a través de la ventana, el soplo de una brisa, una mansa lluvia, el pausado silencio soberano…; en definitiva, una realidad que “a veces me hace seña”, volcándose “En nimios episodios fascinantes”, “Medio escondiéndose para mostrarse / (…) / Para que nunca olvide / Que se la ve mejor medio escondida”. Dicho de manera igualmente memorable, lo entrevisto se ve mejor y dura más que lo visto, en palabras de JRJ. Las imágenes son frescas y sorprendentes –rauda reja entrecortada, llama a la lluvia–; el tono, íntimo y trascendente. Nos piden estos poemas que volvamos sobre ellos, y a cada nueva relectura captamos nuevos alcances. Un poema por día no sería un ritmo lento. Pero mejor que detenernos a señalar los poemas o los versos que preferimos, venga aquí uno de estos rastreos, el segundo, demasiado extenso para reproducirlo completo:

A este tan consabido
Tan ya mil veces visto viento fresco
¿Se lo he dicho ya todo?
Él vino sin memoria
Sin saber cuántas veces vino antes
Él viene siempre por primera vez
Pero yo por desgracia por desgracia
No podría tener esa inocencia
Bien quisiera esta vez callarme
Serle del todo fiel sin ponerme a escondidas
A retozar con las palabras
Mas todo lo que ya le tengo dicho
Sigue flotando aquí como en el aire
Sigue soplando en su frescura
Sigue hablándole a él que sé que no me escucha
Porque no sé si hablo para alguien
Pero sé que no hablo para mí
(…)
Y es claro que no habrán de responderme
Ni la rama ni el viento
Mudamente enlazados en esa lucha hermosa
Está claro que nunca podré ser de su raza
Está claro a qué estirpe pertenezco
Pero yo tengo cosas que decir a los míos
Y que ellos no podrían escuchar
Sino en lo que yo digo cuando le hablo al viento
Cuando hago deserción de entre los míos
Y voy a revolcarme con las ramas
Pidiendo a todos que me dejen solo
Que ninguno me hable
Que se queden allá con sus asuntos
Con sus palabras con su algarabía
Pero si estoy aquí dando la espalda a todos
Es porque aquí no pueden estar todos
Y alguien tiene que estar
Alguien aquí tiene que hablar por ellos
(…)
Y aunque ellos no lo sepan
Si toleran mi voz de desertor
Si sólo a medias me condenan
Si me siguen teniendo entre los suyos
Cuando les doy la espalda
Y permiten que hable
Con lo que no está permitido hablar
Es porque ellos también son fieles
Es que detrás de ellos
Sigue viviendo una primera voz
Que sigue hablando con el viento y con las ramas
Es que sigue callada en sus palabras
La voz que han olvidado pero no traicionado.

*   *   *

          Los “Otros poemas” son más breves, y casi siempre desarrollan una idea concreta, por lo que resultan más accesibles. Están distribuidos en tres secciones. En la primera, de título inequívoco (“Horizonte arbolado”), tenemos noticia de un fresno, un cerezo o unos almendros, y también del azul que los baña o el aire que los mueve demostrando “Cuánta amistad tienen las cosas / Las unas con las otras / (…) / Y cómo hay en el mundo regiones perdonadas / Donde la vida puede darse / Como un transcurso en el que confiar.” Pero no menos necesario que esa luz y ese aire es el silencio que nos permite comunicarnos con la naturaleza y con nosotros: “Y es preciso apoyar / Con las uñas y dientes del deseo / Que no muera el silencio en nuestro mundo / Que nunca llegue el día en que ya no podamos / Estar a solas con un árbol / Sin más que el limpio aire entre nosotros”.

          La segunda sección, “Hay días”, da cuenta de horas de sereno cumplimiento, de días de recogimiento en los que el roce helado de los soplos del mundo “Significa el respeto que las cosas nos piden”; días para sentarnos a descansar en reverencial silencio en una apaciguada orilla, “(…) ese lugar mío / Que me ha esperado siempre en cualquier sitio”; días de frío, con el que mantiene el poeta una distante cortesía lejana a la amistad; días y lugares a los que no encontraríamos, por mil años que buscáramos, un reproche que hacer, “Con todas sus purezas reunidas y a salvo / La del puro silencio la de la pura calma / La del frescor del aire / (…) / Menos mal que podemos alguna que otra vez / Alargar el pescuezo para beber un sorbo / en estas limpideces”; hay un día también, nada menos, que para despedirnos del mar insomne y confidente.

          En la tercera y última sección, “Déjala correr”, reflexiona el poeta acerca del tiempo y su final, en el que busca el breve instante eterno, su “dosis de azul, verde y silencio / Tomada a largos tragos perezosos”, “Ese lugar donde entre yo y la vida / No hay sino entendimiento natural”. El hombre, ya con el pie en el estribo, se recuerda, con extrañeza ante aquel que “Avanzaba sin arma y sin coartada / Y desarmando toda enemistad” hacia “Aquella brisa clara aquel paisaje en vilo / Aquella hora sin dueño / (…) / Era la mano de la vida misma / La que allí me llevaba de la mano”. Se sienta en un banco, se abandona a la caricia del sol, aspira la brisa consciente de que “Tanta dulzura tan sin condiciones / Tanta culpa lavada / Podrían no tener retorno.” Poemas, algunos, que no podemos comprender aún del todo, que comprenderemos a su tiempo. Poemas para leer toda la vida, de esos que dejan en tempero el alma.

          No importa que de vez en cuando un verso rompa la natural caída del acento, o que no haya una cadencia rítmica regular (tras los eventuales eneasílabos el verso siempre vuelve a la casa del heptasílabo y su hermano mayor endecasílabo). Tampoco importa que la ausencia de signos de puntuación nos exija un mayor esfuerzo, siempre recompensado (sólo aparece uno por poema, el más prescindible desde el punto de vista del significado, el punto final); ni que cada verso comience en mayúscula, aspectos que pueden diferir su comprensión (a este respecto, puntuar los poemas es, además de un ameno ejercicio, una hermosa manera de hacerlos nuestros).

            Lo que importa es que a los poetas verdaderos como Tomás Segovia o Carlos Pujol, poetas hasta el final, nunca dejará de correrles la savia por sus versos. Hay para el arte, escribe Javier Almuzara en uno de sus asombros, quien nace viejo y quien muere joven. Y no del todo, añadiríamos ante estos dos ejemplos de lo segundo.
  

martes, 6 de noviembre de 2012

DOS PÓSTUMOS (I)

         Por bestiario se conoce a la obra en que la se describen animales reales o imaginarios –a veces también plantas o minerales- a los que se da un sentido simbólico. A tal tipología responde desde el título este Bestiario, poemario póstumo de Carlos Pujol, cuya chispeante originalidad estriba en que sus animales no se pliegan al papel de destinatarios de los poemas, sino que son ellos quienes toman la palabra. Un lector apresurado podría temerse que de tal condicionamiento sólo habrá podido salir un libro anecdótico o menor. No lo es en absoluto. Sigue a El corazón de Dios, también publicado en Cálamo, uno de esos libros que uno se llevaría a la tumba por cumplir con los dos requisitos que Mario Quintana pedía de ellos: que ayude en la vida y sepa preparar para la muerte.
En Bestiario conocemos la historia de algunos animales vivos (los menos, algunos de ellos reencarnación de humanos), juguetes, peluches o chirimbolos como la miniatura de marfil en que paró un elefante. Unos y otros, de vuelta de todo, oyen, ven y callan, pero sacan sus conclusiones. Ellos mismos nos cuentan su vida después de la vida en este “zoo de mentirijillas”. Un ratón se muerde la lengua ante las animadas conversaciones de la casa; un cocodrilo lamenta no saber leer; una tortuga envidia el humano trajín y quisiera ir por la vida “con una agenda dicen que apretada, / como los vips de muchas campanillas.”

         Aprovecha el autor la voz de sus amigos para tirar contra políticos, autores de best-sellers, o directamente contra el egoísmo y fatuidad del género humano. Dispara una rana: “Si no os reís conmigo, / ¿de quién os vais a reír? / No será de vosotros, ¡eso nunca!”. Tampoco sale bien parada la ciencia, “que nos prohíbe / creer cosas así, / imposibles y bellas”, como que la salamandra, según se creía antiguamente, “habitaba en el fuego sin quemarse.”

         En un momento dado uno de esos animales, que no por carecer de movimiento han perdido la facultad de razonar, desvía el foco hacia ese señor que sentado a su mesa los preside. Como congéneres del autor, lo que nos interesa es su relación con esta animada animalia, y eso es lo que se nos da: algunos, seguros de su superioridad, profesan desdén hacia los hombres, como el mono: “no saben / que nuestras pantomimas son escarnio / simiesco de sus aires satisfechos”; otros muestran compasión, como esa paloma que “en nuestras pesadillas imagina / poner ramas de olivo pese a todo”. Piadosa lástima que hace el camino de vuelta, pues es la misma que siente el lector por las criaturas de aquel zoo de andar por casa, por la mortal inmortalidad a que están condenados, por su inmovilidad, su desorientación y su perplejidad, como la del caballo de porcelana que pasa su vida “inmóvil y al galope”, de plantón “por la carrera que no tiene fin”. En lo que todos coinciden es en añorar su vida anterior, la soberana, la suya. “No sé si soy un perro imaginado”, dice uno de los convidados de trapo, “pero si puedo recordar, existo.” Igual sigue existiendo, en su obra y en nosotros, el poeta.