Fui a ver Il sol dell´avvenire, de Nanni Moretti, y, con sus peros, mereció la pena, si bien desaconsejo su visionado doblada. No la puedo poner junto a esa trilogía personal que componen Caro diario, Abril y La habitación del hijo. Es una película sobre el propio cine, (argumentalmente, sobre el rodaje de otra película acerca del comunismo en la Italia de los años 50), una parodia del derrotero que ha ido llevando en los últimos años este arte, de la violencia estéril y la actual manera de consumirlo, defendida en una escena poco o nada creíble por tres jóvenes productores de Netflix que exigen que en toda película haya un momento “what the fuck”. También hay política y amor. La parodia lleva a menudo a la sobreactuación, que es donde naufraga esta cinta, tomándola en conjunto. Comprendo las fobias que pueda despertar el personaje Moretti, que tanto parece gustarse, su ombliguismo, lo en el límite que están sus payasadas, bailes y cantos a grito pelado. A mí el personaje me cae bien, pero sobre todo valoro la frescura de su cine y su rebeldía, sus guiños y homenajes (al 8 y 1/2 de Fellini, a Ophüls, a Demy), su desacomplejada defensa de los ideales de una izquierda racional ya por encima del santo y seña de esta o la otra facción. Pero, como Woody Allen, Moretti no parece advertir cuándo, sobre todo al pasar de los años, se está en la raya de convertirse en caricatura de uno mismo. Sobreactúan también los actores del circo y el director de la otra película, el productor Pierre, el psicoanalista… Es poco creíble también la historia de amor de la hija del protagonista.
Esos los “peros”. Pero si no me arrepiento de haber visto El sol del futuro es por el relato de la crisis matrimonial de la pareja protagonista. Esa desazón por no enterarnos, o no a tiempo, de lo importante, y sobre todo por limitar la felicidad de quienes nos acompañan y quieren. No hay comedia sin tragedia. La vida es agridulce. En ese sentido, la primera de las canciones de la cinta, “Sono solo parole”, de Noemi, no podría estar mejor escogida. Nanni Moretti siempre tuvo un gusto especial para escoger la música de sus películas. El cariño que tengo a Caro diario se debe en buena medida al recuerdo de las canciones que sonaban mientras el protagonista recorría los suburbios de Roma con su vespa (aquí cambiada por el patinete eléctrico), “Didi”, de Kahled, “Visa para un sueño” de Juan Luis Guerra o un fragmento del Köln concert de Keith Jarrett en busca del lugar donde fue asesinado Pasolini, escena emocionante hasta las lágrimas.