Con la excusa de dejar la casa
amueblada, los anteriores dueños aprovecharon para relajarse un tanto en la
limpieza de la misma, legándonos, al amparo de un oportunista “por si acaso”,
una sarta de objetos de lo más variopintos, de esos que en cada escrutinio se
indultan a última hora para tirarlos si acaso la próxima vez: trapos que fueron
camisetas, enciclopedias de dudoso futuro o chirimbolos de toda laya: unas
figurillas si artesanales feas por aquí, unos peluches por allá, los aparejos
de la costura por acullá… Y claro está que habría que actuar con todo ello sin
contemplaciones, máxime cuando no las tuvimos con nuestros propios cachivaches en
una liberadora mudanza. Pero hay algo que a última hora hace dudar y devolver
tales joyas a su cajón, y acaso sea el respeto que imponen las ajenas vidas
entrevistas. Como si hubiera que preservar, aun desconociéndola, la vida que
llevaban en la casa sus antiguos moradores, no vayan a manifestarse sus
espíritus en pavorosas psicofonías y levitaciones.
Donde no había duda posible era en
la buhardilla, cuyo techo a dos aguas no encontraba el aire de la blancura
entre la barahúnda de posters, planos, recortes de prensa y pasquines en los
que Aznar y León de la Riva eran a un tiempo los más representados y los peor
parados. Había para casi todos, siempre que pertenecieran a esa bancada: la
Tocino, Espe, Lucas, la Patronal, la Cope… A esta oficina se sumaban un par de
corcheras repletas de pines, se puede decir que la mitad del PSOE y la UGT y la
otra mitad anti lo que fuera. Tal vez fueron las caricaturas más feroces, como
la del ex presidente con bigotillo hitleriano, tal vez la bandera del Che, lo
que llevó al dueño a confesar que su hijo militaba en el sindicato de
estudiantes. De tal palo, tal astilla, pensaba inevitablemente uno, por más que
poco antes la dueña, al explicarnos lo que abría cada llave, se esforzara en ocultar
con el puño el llavero de Juventudes o la FSP. No contentos con no dejar un
palmo de pared limpio, habían atiborrado de pegatinas los paneles laterales de
las estanterías. Mientras nos comentaban la posibilidad de abrir más troneras,
yo no podía evitar mirar de reojo. Alcalde,
¡antenas fuera! ¿Y para subir al tejado? Abajo el muro. Frente Polisario. Desde el patio. República es futuro. ¿Y hay una escalera
comunitaria? Esto tiene cura: ¡Estado
laico! Y así, claro, no había forma de enterarse de nada.
Cuando le tocó el turno a los
cajones…
[Continuará]