sábado, 24 de diciembre de 2022
domingo, 18 de diciembre de 2022
ADIÓS A MIMI PARKER (LOW)
Casualidades de la vida, esta entrada para El cuaderno digital hablaba sobre Yo la tengo, grupo con tres miembros: un bajista, un guitarrista y cantante y una baterista y cantante, estos dos últimos unidos en matrimonio. Idéntica formación y relación regía en Low, grupo americano desgraciadamente de actualidad por la muerte de Mimi Parker, cofundadora de la banda junto con Alan Sparhawk (a la pareja se unieron sucesivos bajistas, el último de ellos Steve Garrington). Low, autores desde su estreno en 1994 de16 álbumes más la monumental y muy recomendable recopilación de rarezas y caras B A lifetime of temporary relief, eran maestros indiscutibles del tiempo lento y el minimalismo. Pocos grupos habrán dado tanta voz al silencio. A las melodías sencillas enriquecían unas armonías aún más sencillas, quizá por eso efectivísimas, y, en sus inicios, una producción lo-fi, esto es, premeditadamente mejorable en la definición del sonido para dar una mayor sensación de cercanía. También firmaron Low a partir del nuevo milenio discos más experimentales y con espacio para las programaciones electrónicas, como Drums and guns, en que la distorsión pasa a primer plano, y otros con sonido más rock que pop (The great destroyer). Ones and sixes (2015), además de ser el mejor disco de Low para quien esto escribe, puede ser la mejor puerta de entrada para su música, por contener una acertada mezcla de estos ingredientes. Otros álbumes que se recrean en una sola de estas facetas (Long división en un quietismo casi litúrgico o el reciente Hey what en el ruidismo) pueden llegar a cansar. Difícil escoger unos pocos temas de entre una playlist que supera los veinte. Aquí van unas preciosas canciones que deberían dar luz a cualquier vida. Agradecimiento eterno a Low y descanso verdadero a Mimi Parker.
lunes, 28 de noviembre de 2022
sábado, 26 de noviembre de 2022
ALBAÑILEANDO
Me animo a hacer una chapuza en el garaje. Como siempre con estas gaitas, la cosa se complica, y lo que parece que llevará a lo más una hora nos hipoteca la tarde del viernes (quién te ha visto y quién te ve). Lo apretado del espacio dificulta la operación. He tenido que bajar primero de una repisa las bicis, lo del verano y mil telares más, y luego subirme a ella para empezar a albañilear. La pared no cede al empuje del taladro. Creo que estoy dando en hueso, quizá una bonita viga. Me he cargado ya tres brocas (por suerte había tacos de distinto tamaño tirados por la caja de herramientas), pero si algo tengo claro es que la misión ha de completarse a como dé lugar. Paso de subir otra vez todo, embeberme del black friday en el Leroy Merlin en busca de otro juego de brocas (sección "profesional") y volver a empezar. Entre los coscorrones que me doy contra el techo y otros graciosas pejigueras empiezo a enajenarme. Hago un intento a la desesperada con una broca para madera, y sorprendentemente su afilada punta se abre paso en la pared, aunque poco a poco. Menos mal que aquí abajo Sara y las niñas no pueden oír mi patética arenga al taladro, proferida con voz de energúmeno mientras aprieto los dientes: “¡Penetra, campeón!” Mal que bien, queda puesta la dichosa balda y colocada la pesada carga encima. Paso la aspiradora y vuelvo a poner todo en su sitio. Echo un orgulloso vistazo. La satisfacción por el trabajo bien hecho me deja de excelente humor, no menos que cuando he escrito un poema, así sea de los que tengo por más logrados.
Me
ducho y afeito regalando más de lo habitual al cuerpo, como si hubiera pasado diez horas en el andamio. Pongo la
lista “Canciones que te gustan” de Spotify. Todas me parecen una maravilla, y
la casual transición de unas a otras, afortunadísima: “Pure” de Marsheaux (viva
el Eurodisco), “Neon lights” de Annie (viva), “Metal fingers” de Electric
president, “Laid” de James. Me acuerdo entonces del primo Aníbal, al que le
encanta esta canción, y me imagino a su hermano Javier ladeando escéptico la
cabeza antes de recomendar una aria de Bononcini. Pero, le diría, no se
puede comer caviar todos los días. Lo importante es que la ensalada nuestra de
cada día sea una muy buena ensalada, la mejor. Y, de vez en cuando, caviar.
sábado, 5 de noviembre de 2022
MÁS DE ALICE BOMAN
Aquí se pusieron cuatro canciones de Dream on (2020), el debut en largo de Alice Boman, cantante sueca del 87. En ellas se imponía la sencillez y la delicadeza de una voz que se aviene a la perfección a unas canciones de corte íntimo. No son otros los ingredientes del reciente The space between, si bien se amplía la gama de arreglos, sin que por ello se pierda en intimismo. Predominan lo onírico, el modo menor y la sensación de pérdida, pero hablamos de una desolación luminosa cuyas letras exploran el difícil equilibrio entre la búsqueda del amor y, al mismo tiempo, la necesidad de mantener un espacio personal que nos ayude a ser menos vulnerables. Como siempre, se recomienda escuchar los 35 minutos de estas 10 canciones seguidas, con auriculares y estando ya la casa sosegada.
domingo, 9 de octubre de 2022
MÁS DE ROYKSÖPP
Los noruegos Royksöpp habían anunciado su disolución tras publicar en 2014 The inevitable end, cuyo título lo decía todo. Pero pronto sacaron un single redondo como "Never ever", lo que se dice un rompepistas, con la voz de la colaboradora habitual Susanne Sundfor, al que siguió, en los años pandémicos, un aluvión de sencillos que iban lanzando bajo el título genérico de Lost tapes, pero sin englobarlos en disco. Berge y Brundtland lo explicaron, más o menos, así: "Al renovar nuestro castillo ártico aquí, en el desolado norte, nos encontramos con un viejo cofre de mar que contiene una gran cantidad de caras B, de temas raros, exclusivos e incluso algunas pistas inéditas. Pensamos que lo único correcto sería que estas pistas "difíciles de encontrar" estén disponibles para aquellos de ustedes que les gusta nuestra música. Así que hemos creado una lista de reproducción llamada Lost tapes. La lista se actualizará a medida que avanzamos. Todas las pistas oscuras eventualmente verán la luz del día". Huelga decir que una cara B de Royksöpp siempre tendrá algo, y que en el cofre hay joyas de ley. La aspersión de canciones continuó, pero ya sin el referido marbete. Con el tiempo, estos últimos sencillos irían a parar a los elepés Profound mysteries I y Profound mysteries II, ambos de 2022. Se viene el cierre de la trilogía, anunciado para el 18 de noviembre de este mismo año, y vamos abriendo boca con otro pepinazo como "Me&Youphoria", esta vez con la voz de Gunhild Ramsay Kovacs. Con los dedos de una mano se cuentan los grupos a los que debemos tantas alegrías como a Royksöpp.
sábado, 1 de octubre de 2022
COLABORACIONES
La canción de este sábado serán tres, en compensación por el abandono que últimamente sufre este huerto a causa de diversas pejigueras. Curiosamente, las tres son fruto de sendas colaboraciones.
La primera pertenece al debut de Nell Smith, que firma las 9 canciones de Where the viaduct looms (2021) con la veterana banda de rock psicodélico The flaming lips. Podríamos decir: ¿y por qué no es al revés, un disco de The flaming lips con la voz de Nell Smith? Pues porque la música es de un pop de cámara y ensoñador muy lejana de lo que suele hacer la banda americana. A esta preciosa y extraña versión de "Weeping song" (tema original de Nick Cave and the bad sheeds) secundan "Girl in amber" o "No more shall we part".
domingo, 18 de septiembre de 2022
ORBIT
Orbit es el proyecto del productor alemán Marcel Heym. Limpieza, ensoñación y serenidad son las palabras que a botepronto me sugiere su música sencilla pero cuidada al extremo. Orbit, cuyo primer lanzamiento es de 2020, ha publicado ya 3 eps de 5, 6 y 7 temas y 4 singles. El último de ellos, "Around the world" sintetiza estas y otras virtudes.
lunes, 15 de agosto de 2022
MAR O MONTAÑA
La
consabida disyuntiva entre playa o montaña está para mí viciada de origen,
porque la playa es sólo una de las facetas del mar. Mar o montaña sería más
propio. Pero en mi caso la disyunción no tiene sentido, porque mar y montaña
hablan la misma lengua, y un paseo por los acantilados tiene mucho del placer
de andar y, en ocasiones, del de trepar riscos. Así que si me preguntaran si mar o montaña, respondería:
mar y montaña.
A la montaña fui el pasado domingo 7 de agosto con mi hermano Rodrigo. Hacía tiempo que queríamos subir el Espigüete. Lo hicimos por su cara Este, en un cresteo que regala hacia un lado vistas al pantano de Camporredondo y, hacia el otro, a las cercanas cimas de la montaña palentina y los tres macizos de Picos de Europa. Hicimos cumbre en tres horas y media, sobre las dos de la tarde. Nos sorprendió el número de placas de recuerdo a los fallecidos allí. Vimos el pantano de Riaño, hasta entonces oculto, y, en primer plano, el pueblo de Valverde de la Sierra. La incipiente lluvia nos impidió comer en la cima, y tras las fotos de rigor empezamos a bajar a escape cuando oímos los primeros truenos. La lluvia iba a más y nos tuvimos que refugiar en una visera que forma la pared Norte. En ese momento hubo un amenazador relámpago (como si ante el paso demasiado rápido de un pájaro hubiera saltado el radar del cielo) seguido de un trueno pavoroso que retumbó detrás de la montaña. Cuando amainó reemprendimos la bajada saltando por el pedrero. Terminó abriendo y comimos antes de llegar a la preciosa cascada de Mazobre, bajo cuyo chorro nos metimos con mucho gusto, sin que las puñadas y alfilerazos del agua sirvieran a desanimarnos ante el alivio térmico que la cascada nos brindaba, amén de un bonito momento de fraternidad.
No menos
placentera fue la jarra de cerveza con que regamos la garganta en Puente Agudín
antes de separarnos (Rodrigo volvía a León y yo subía hasta Celorio). Al llegar
a Cervera de Pisuerga vi una enorme nube de agua que se cernía sobre el
Espigüete (a la izquierda en la foto), como si vaciaran la cisterna sobre él. Con los días supimos que no
era agua, sino humo, y que el incendio que una semana después se sigue cebando
con el término de Boca de Huérgano se originó en Valverde de la Sierra sobre
las dos de la tarde del domingo 7 de agosto a causa de un rayo: el que sentimos
al otro lado de la montaña.
Al día siguiente fui a dar un paseo entre las playas de Torimbia y San Antolín, un tramo de apenas 500 metros pero con mucho que ver. Es curioso que a diez metros de donde se apiña el gentío no pase nadie, siendo los únicos registros humanos los jirones de papel higiénico que dejan los ciudadanos que se ven impelidos a vaciarse in situ. También es cierto que el camino, cabruno y desplomado en algún punto, no es apto para todos los públicos, y menos en chanclas. En el recorrido se pasa por dos preciosas calas de piedra, sólo visibles en marea baja, en medio de las cuales se encuentra el islote Pistaña. Tener toda esa belleza para mí solo como que la acrecentaba. Me esperaba además la sorpresa de encontrarme cabras en la segunda de las calas. Para redondear el precioso paseo, la puesta de sol fue tremenda.
A
los dos días fui a bucear a la playa de Barro, por el costado derecho del
islote que llaman “la ballena”. En esto del buceo uno es, como en todo, un
aficionado. Ni siquiera llevo aletas; sólo unas cangrejeras para pisar la roca
si es necesario. Lo que me gusta es ver los colores de las algas, pasar entre
las rocas y sorprender a algún pez y, si hay suerte, a alguna nécora en su
agujero o a algún pulpo. Vi uno a tres metros de profundidad, posado sobre
las algas. Me sumergí y para mi sorpresa se dejó coger con la mano. Era
pequeño. Los pulpos son muy inteligentes, pero también muy curiosos, y eso es
lo que les pierde. Un pulpo grande no se habría dejado coger así (son los más
inteligentes, por eso han llegado a grandes). Debió de gustarle mi compañía,
pues se agarraba a mi brazo y subía hacia mi cabeza. Es mejor no tirar de los
tentáculos, por la marca que dejan las ventosas, así que le dejé hacer. Me
pareció que me miraba a los ojos, como yo a los suyos. Al fin se soltó y se
propulsó hacia abajo, momento en que tiró un chorro de tinta.
Dos
días después probé suerte en la playa de Niembro. Nada más entrar distinguí en un pozo
de arena un pez que me pareció una sepia. Luego vi que no. Era marrón, grande,
redondo y plano como una sartén, a excepción de la cola, que tenía tres timones.
Tenía una especie de membrana alrededor, como un aura. Estaba acostado a unos
dos metros de profundidad. Me aventuré a tocarle. No se movió. Distinguí sus
pequeños ojos, y detrás de ellos otros dos agujerillos, seguramente para
respirar. Tanteé su tamaño: dos cuartas de lado a lado. Me extrañó su
inmovilidad y le agarré la cola. Entonces sí se sacudió, pero sin brusquedad, y
buscó protección en una grieta, quedando de costado. Se veía que era torpe.
Seguí buceando. El día era perfecto, el agua estaba en calma y
gracias al sol los colores de las algas lucían variadísimos. Era como estar
viendo uno de esos documentales apabullantes. Vi muchos
peces, algunos grandes. De repente tenía debajo al pez de antes, que se movía
haciendo ondear su membrana. Fueron unos segundos mágicos. Avanzaba lento y
majestuoso junto a los otros peces. Pensé entonces que sería un pez raya, y
dudé si era el de antes. Sí lo era, porque regresé a la grieta del pozo de arena y allí ya no
estaba. De vuelta al cámping (esta palabra sigue sin figurar en el DLE,
por lo que habría que escribirla en cursiva), de vuelta al cámping, decía, comprobé
que era un tipo de pez raya llamado torpedo marmorata (por su color similar al
del mármol), popularmente conocido como tremielga, o tembladera, un mal nadador
que de adulto prefiere aguas más profundas y alcanza el metro de longitud. La
sorpresa fue leer que son capaces de producir descargas eléctricas de hasta 200
voltios, si bien en los torpedos pequeños como el que vi oscilan entre los 45 y
los 80 voltios. Con ellas se defienden de otros peces cuando se sienten
amenazados. Me puedo considerar afortunado, y me prometo ser más prudente en
adelante.
Al
día siguiente la playa de Troenzo amaneció con niebla y fuimos hasta Sotres. El
calor era machacante. Poco después del cruce a las invernales, en dirección a
las Vegas, hay hacia la derecha dos canales a las que tenía el ojo echado hace
tiempo. La ocasión era pintiparada. La
idea era subir por una y bajar por la otra rodeando la Peña Fresnidiellu,
pasando junto a un par de atractivas agujas y algunas cuevas. Miré el plano de
Adrados. La de subida se llama canal de Lechangos, que termina en el Cuetu de
Colladiellu tras salvar un desnivel de unos 700 m. La subida empieza a buen
ritmo por las piedras grandes de un argayo, pero al acabar éste y pasar a la
hierba el camino se diluye. Al cerrarse la canal el calor aprieta más. Hay que
parar y beber a menudo. El final se me hace largo, pero en la collada espera el
placer de la vista renovada y un aire vivificador. Tenía la esperanza de que
se divisaran la canal de las Moñas y el Naranjo, pero no. Quedan tapados por la sierra
que llega hasta Cabeza los Tortorios. Enfrente tengo la peña Maín, con
Pandébano a sus pies, y la Terenosa y la canal de Amuesa a la izquierda. A mi
espalda, la empinada canal que acabo de subir y, del otro lado del cauce seco del Duje, el macizo oriental. Cruzo hacia
la canal de bajada, que no tiene nombre, ni camino. Voy buscando el menor
desnivel, evitando las lajas de piedra. Llego a un agujero en la roca, como una
gran ventana. De la parte oscura de la covacha sale una polilla gitana; arriba en el collado había visto dos macaones jugando. Son las cinco de la tarde y el calor no se soporta. Llego al coche desmadejado.
sábado, 13 de agosto de 2022
PERLAS PICARESCAS, Y III (VIDA DE DIEGO DE TORRES VILLARROEL)
Crieme, como todos los niños, con teta y moco, lágrimas y caca,
besos y papilla (…). Ensuciando pañales, faldas y talegos, llorando a chorros,
gimiendo a pausa, hecho el hazmerreír de las viejas de la vecindad y el
embelesamiento de mis padres, fui pasando, hasta que llegó el tiempo de la
escuela y los sabañones.
Desde muy niño conocí que de las gentes no se puede pretender esperar más justicia ni más misericordia que la que le haga falta a su amor
propio.
Fui
bueno porque no me dejaron ser malo; no fue virtud, fue fuerza.
Empecé
la tarea de los que llaman estudios mayores, y la vida de colegial, a los 13
años, bien descontento y enojado, porque yo quería detenerme más tiempo con el
trompo y la matraca, pareciéndome que era muy temprano para meterme a hombre y
encerrarme en la melancolía de aquel caserón.
En
todas edades somos niños y somos viejos.
Creer
algo, disputar poco y no temer nada.
Expuesto
a los muchos rubores y escaso alivio que produce la limosna.
Asistía
a todas las diversiones cortesanas con que tiene comúnmente dementados a sus
moradores aquel lugar indefinible. Lograba coche, Prado, comedias, torerías y demás espectáculos adonde concurren los ricos, los ociosos y los holgones.
Para
nada me importa que se sepa que yo he estado en el mundo.
Por
lo mismo que ha tardado mi muerte, ya no puede tardar.
Estoy
en irme muriendo poco a poco, sin matarme por nada.
Aún
me hago las cuentas más alegres.
jueves, 11 de agosto de 2022
PERLAS PICARESCAS, II (EL DIABLO COJUELO)
Viene el sol haciendo cosquillas a las estrellas. [Amanece].
Ya comenzaban en el puchero humano de la Corte a hervir hombres y
mujeres, unos hacia arriba, y otros hacia abajo, y otros de través.
Hidalgo a cuatro vientos, caballero huracán y encrucijada de
apellidos.
Al
fin de los años mil, vuelven los nombres por donde solían ir.
Y la demás canalla que toca a la bucólica. [Poetas].
En
ese otro aposentillo lleno de papeles y libros está un gramaticón que perdió el
juicio buscándole a un verbo griego el gerundio.
Una
dama entre nogal y granadillo, por no llamarla mulata.
Camino
del infierno, tanto anda el cojo como el viento.
Y,
diciendo y haciendo, se metió por esos aires como por viña vendimiada.
Fueron
hilvanando calles.
Las
calles de Sevilla, en la mayor parte, son hijas del laberinto de Creta.
El
río Manzanares, que se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él,
no teniendo agua (…), siendo el más merendado y cenado de cuantos hay en el
mundo.
Descansemos
un poco, que es mucho pajarear éste, y nos metemos a lechuzas silvestres.
Tendamos
la raspa en este pradillo junto a este arroyo, donde se están tocando las
estrellas.
martes, 9 de agosto de 2022
PERLAS PICARESCAS, I (VIDA DEL BUSCÓN)
Salí en un caballo ético y mustio, el cual, más de manco que de
bien criado, iba haciendo reverencias. (…) No habían llegado a su noticia la
cebada ni la paja.
Tuve
nueva de que ya era muerto, y no cuidé de preguntar de qué, sabiendo que hay
hambre en el mundo.
Todos
los que me veían me juzgaban por comido, y si fuera de piojos, no erraran.
Ellos
bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla,
la persecución de los güesos y el destrozo de la carne. Y si va en decir verdad,
entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos.
Al
fin, llegamos a los túes.
Tan
juntos que parecíamos herramienta en estuche.
Gastamos
el día en pláticas desatinadas.
Hacíase
soldado, y habíalo sido, pero malo y en partes quietas.
Muy
a lo dineroso.
Sacaron
naipes: estaban hechos.
Nuestras
cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
Acosté
a mi tío, que, aunque no tenía zorra, tenía raposa. [Estaba achispado].
La
otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de hocicada.
Acostáronse,
mataron la luz.
sábado, 6 de agosto de 2022
JB DUNCKEL, Y II
Aquí destripamos Carbon, el reciente disco de JB Dunckel,
uno de los dos componentes de la banda electropop francesa Air. Quedaba
pendiente hacer lo propio con sus anteriores trabajos: tres discos de estudio (Darkel,
H+ y Mirages) y seis bandas sonoras que subrayan el talento y la versatilidad de su
compositor, que en sus trabajos para el cine se ha sabido mantener fiel al sonido “Air”. Me ceñiré a los tres discos de estudio.
Darkel (2006) apuesta por el formato canción, tanto en la estructura más cerrada de
los temas como en el protagonismo de la voz, presente en todos ellos a
excepción del último, que cierra el disco a modo de plácida outro. Aun
así, hay variedad en sonidos y tiempos. Algunas canciones no terminan de
arrancar (“Pearl”) y a otras les sucede lo contrario: el exceso de samples
o la distorsión llegan a cansar (“TV destroy”). Destaca la sinuosa y vacilona
“Beautiful woman”, con una línea de bajo irresistible y una armonía que
recuerda a las películas de romanos.
H+ (2018) suena más fino desde el primero de sus 12 cortes, ya con
armonías vocales ausentes en Darkel. El sonido es más “Air”, con una voz casi susurrada y unos arreglos que no se ven venir pero acaban ganando al oyente por los detalles. Sin tener
la finura de Carbon, es un disco excelente con todos los ingredientes del
french touch, empezando por los paisajes sonoros para la ensoñación. En
mi playlist están “Hold on”, “The garden” y el delicioso medio tiempo “Slow
down the wind (up)”.
Mirages (2019), compuesto al alimón entre Dunckel y Jonathan Fitoussi, es
otra cosa, lo que se entiende fácilmente cuando hay dos pilotos dirigiendo la nave. Es un disco
ambient, con algo de banda sonora. También más libre. A ello contribuye
la ausencia de voz y la mayor duración de los temas. En general me parece menos
inspirado que H+ o Carbon, aunque también apreciable. Cada cuál
encontrará en él sus highlights. Para mí la cima del disco es la sincopada progresión de
“Gamma”.
Hay también que destacar un precioso Ep de cuatro temas (The man of sorrow, 2015) y un peculiar single de media hora (“Hipersoleil 7”, de 2018) que refleja la faceta más experimental de Dunckel, uno de los músicos con más talento de su (al menos en lo musical) talentoso país.
sábado, 23 de julio de 2022
JB DUNCKEL, I (CARBON)
Jean-Benoît
Dunckel (o JB Dunckel, que es como firma su música) es uno de los dos
componentes del grupo francés de música electrónica Air (el otro es Nicolas
Godin, quien también sabe volar solo, como en este fantástico “The border”). En
paralelo, Dunckel ha ido desarrollando una carrera en solitario cuyo fruto han
sido varias bandas sonoras y cuatro lp´s, el último de ellos, el excelente Carbon,
recién editado.
En una entrevista para AVClub cuenta Dunckel cómo se gestó Carbon durante el confinamiento por la pandemia, en el que, como tantos, reparó en todo lo que nos sobra. Encontró en el carbono un símbolo de lo realmente importante: un elemento que sostiene toda vida y movimiento, y resiste a cualquier cambio en el espacio y en el tiempo. “[El carbono] es lo más importante en nuestro cuerpo y en nuestra vida, pero apenas somos conscientes de ello”. El disco se mueve entre el ambient y el pop. Los sintetizadores son los protagonistas indiscutibles. Los temas que más se hacen querer son los cantados, en especial “Space”, “Zombie park”, y “Sex Ufo”. Dejamos para más adelante una revisión de la anterior música en solitario de JB Dunckel e invitamos al lector oyente a escuchar Carbon de arriba abajo. 37 minutos tienen la culpa. Mejor si es con auriculares y estando ya la casa sosegada, porque, como declara el autor en la entrevista enlazada, no es la suya música de fiesta, sino para cuando se vuelve de la fiesta y se busca algo cálido que acerque el sueño. Aquí se puede escuchar el disco del tirón. Empezamos:
1.Spark. Tema instrumental cuyos sonidos, a veces armónicos, a veces caóticos, nos introducen enseguida en el ámbito de lo espacial. Su libérrimo desarrollo recuerda a Aphex Twin. Compuesto al alimón con Jonathan Fitoussi, coautor junto a Dunckel de Mirages (2019).
2.Corporate sunset. Sigue el ritmo krautrock típico de la música progresiva. La armonía oscila entre el modo menor y el mayor, que rompe en un contratema luminoso y vigorizante (1:16, 3:26) que llega en el momento justo, cuando ya nos empezábamos a temer un trabajo más conceptual que emocional.
3.Space. Una joya que rezuma calidez, con armonías sutiles y melancólicas. Baja revoluciones en el momento justo, tras los dos primeros temas uptempo. Envolventes olas de placer sonoro. Profundidad, delicadeza, ensoñación... Decir más es hacer de menos.
4.Shogun. Quizá el tema más “Air” de la colección, con ese bajo que entra en 0:40, que parece tocado por Nicolas Godin. Aquí la influencia explícita es la miniatura musical japonesa.
5.Zombie park. Otro tema marca de la casa “Air”. La voz de Dunckel y las armonías vocales se ven enriquecidas por el vocoder en una canción redonda que persevera en el downtempo y donde nada sobra.
7.Sex ufo. Otra delicada ola de placer interno que se reinventa a partir de 3:12, en que se dobla el pulso y vuelve a aparecer el vocoder.
8.Cristal mind. Pieza de aire oriental, como para hilo musical, con un toque a Brian Eno, importante y reconocida influencia de Air y de Dunckel.
9.Natura principia música. Un tranquilo cierre instrumental con algo entre aéreo y acuático.
domingo, 17 de julio de 2022
THE MARY ONETTES, SPOON, TTRRUUCES
domingo, 3 de julio de 2022
martes, 28 de junio de 2022
DIARIO DE LIORDES, Y II
Escarmentado con la cola que tuve que esperar
ayer, aproveché para sacar también el billete para el primer teleférico de hoy,
a las 9. El desayuno del hotel está mejor que bien, con fruta, un sobao como un
adoquín y dos frisuelos bien ricos, aunque le salían mejor a abu. A la ventaja
de estar ya caminando a las 9:15 se suma la energía que aportará tan sólido
forraje. Mi intención es subir por la canal de San Luis en dirección a la
horcada Verde, si se tercia ascender la torre de Altaíz o el pico San Carlos (o
los dos ya que están juntos) y seguir hacia el tiro de Casares para cruzar la
canal Ancha, bajar hasta el lago Cimero y volver por Liordes y los Tornos.
Tenía la excursión de ayer por aperitivo de la de hoy, pero pronto veré que era
más bien al revés.
La canal de San Luis sube cómodamente en
dirección a la colladina de las Nieves y la Padiorna. Debo dejarla a mi
izquierda para girar en dirección a la torre de Altaíz, que he rodeado. Unos
hitos mal puestos me llevan a abandonar la senda antes de tiempo, tragándome el
pedrero del hoyo. Habría sido mejor apurar el camino y cruzar a más altura por
unas traviesas rocosas. Los pedreros son buenos para bajar (siempre que la
piedra sea menuda) pero malos para subir. Al pisar la piedra en la pendiente,
resbala. Si bajas, fenomenal: te baja; pero si subes es un esfuerzo doble.
Pronto llego a un collado que da a un primer hoyo (o jou, como lo
llaman los asturianos), el hoyo del Sedo. Ya se divisa, a la derecha, la
horcada Verde, que me recuerda a una de esas ciudades deprimidas y algo dejadas
porque no quedan de camino de ningún sitio. A mi izquierda tengo un pico
bastante alto cuyo nombre no conozco. Miro el plano. Sólo aparece un punto con
la cota: 2356 m. Si subo Altaíz y San Carlos tendré luego que bajar de nuevo al
hoyo y volver a ascender en dirección al tiro de Casares.
Me da pereza y decido seguir y olvidarme de estos
picos y de la horcada Verde. Hay cierto placer en la renuncia, sobre todo
después de la liada de ayer. Llego al collado que deja atrás el hoyo del Sedo y
ya diviso la collada Ancha, por la que pasaré, y detrás las Colladinas y el
cordal del Friero, y aún más allá el macizo occidental, presidido por el perfil
aguileño de Peña Santa de Castilla. Llegar a un collado es, después de hacer
cumbre, el mejor momento para un montañero. Se ha salvado un relieve y se
ofrece el siguiente, con bajada para empezar. Y esa nueva panorámica nos lava
los ojos mientras el aire nos lava la piel.
A mi izquierda tengo el pico sin nombre que antes
veía de frente. Lo de sin nombre es un decir. Todo tiene un nombre, o lo tuvo. Este pico es suficientemente
alto como para ser tenido en cuenta (mide más que la Padiorna, al otro lado de
la colladina de las Nieves) y no le hacen sombra otras cumbres cercanas. Lo
ataco en un gozoso cresteo de diez minutos que será lo mejor del día. En la
cima hay un precioso buzón con forma de escultura en metal de un montañero. Su
placa revela que a otros llamó antes la atención esta ausencia de nombre:
“Cumbre del 2000 y pico. 2356 m.”
Desde la cumbre se ve que se podría descender
directamente a la vega de Liordes, llegando hasta el camino que baja de la
Padiorna y enlaza con el que sigue hacia Collado Jermoso. Pero me apetece pasar
por la collada Ancha, que tiene un bonito nevero, así que vuelvo sobre mis
pasos hasta el collado de antes, al que sigue un nuevo hoyo. Bordeándolo hacia
la derecha llegaría en breve al tiro de Casares. Pero sigo recto en dirección a
la collada Ancha por un precioso y cómodo sendero hitado que, pasada la collada,
bordea sin perder altura el siguiente hoyo, el de Los Llagus, hasta la primera
colladina camino de Jermoso.
Pero mi intención es acortar hacia la izquierda
en dirección al lago Cimero, que vi ayer desde la cumbre de torre Blanca. Hay
en este hoyo grandes neveros. En uno de ellos, tumbados o sentados, nueve o
diez rebecos combatiendo el calor. Son bastante confiados y no se mueven hasta
que, a 20 metros de ellos, empiezo a bajar el nevero a saltos en su dirección.
Es llegar al lago y empezar a tronar. Hago una
foto rápida y giro en dirección a la arcádica vega de Liordes.
Empieza a llover. Saco el chubasquero y pongo la
funda a la mochila. Toca acelerar el paso. El chaparrón dura unos diez minutos,
y le sigue un viento fresco delicioso. Al inicio de la bajada por los Tornos,
que salva en un decir amén un desnivel de 900 metros, hay una estación
meteorológica en la cual se registró en la madrugada 7 de enero de 2021 la
temperatura más baja de la historia de España: -35,8˚. Los Tornos de Liordes, que
se llaman así por las continuas vueltas del camino, se bajan bien, pero la
subida, que no he hecho ni espero hacer, tiene que ser mortal. La senda va
pegada a la ladera izquierda del monte según se baja, evitando el argayo
central, a la que llaman canal del Embudo. Al otro lado de éste se ven,
preciosas, las terrazas herbosas de la peña Remoña.
Por fin conecto con el camino de la Jenduda.
Llego al coche a las tres.
sábado, 25 de junio de 2022
DIARIO DE LIORDES, I
Dispongo del viernes y el sábado para trotar nuevamente por Picos de Europa. Voy a la zona de Fuente Dé. Esta vez haré noche en un pequeño hotel cerca de Camaleño. El viaje desde Valladolid, de unas tres horas, tiene parada obligada en Moarves de Ojeda y su magnífica portada románica (el interior, a excepción de una pila también románica, no ofrece tanto interés).
Paro en el hotel a dejar las cosas y llego al teleférico sobre las diez.
Me espera un caos de excursiones de institutos, ciclistas que pretenden subir
con las bicis en el funicular y hordas de guiris lechosos. Toca esperar. Dos
horas después estoy arriba. Lo malo es que la última bajada es a las seis, y
dudo que me dé tiempo a llegar. Quiero subir la Torre Blanca por el refugio de
Cabaña Verónica y la collada Blanca, y bajar por el mismo sitio. Calculo: en
Verónica a la una y media, en la collada a las dos, cumbre a las tres y a las
cinco o cinco y media en la estación superior de El Cable. Pero estas cuentas de
la lechera rara vez se cumplen. No tienen en cuenta las 200 fotos que haré, ni
los demorados descansos, porque uno no viene aquí a correr, sino a mirar y admirar, ni las veces que pararé por el placer de consultar el
plano si acaso no reconozco alguna cumbre.
En las inmediaciones de Cabaña Verónica, el refugio guardado a más altitud de la Península (2325 m.), aparecen los primeros fósiles, sobre todo de crinoideos (esos que se parecen a los huesos de santo), lo que indica que de esta altura hacia abajo todo era agua. Es el momento de embuchar, y ahí aparecen las chovas piquigualdas, tan atrevidas que casi comen de la mano.
El terreno que sigue hasta la collada Blanca es bastante caótico, con continuas brechas y agujeros que hay que ir salvando, poniendo a veces las manos. Prefiero perder un poco de altura hasta un nevero que llega a la collada y permite seguir un ritmo uniforme. La nieve está en su punto de dureza y da mucha seguridad.
Desde la collada Blanca ya se ve el circo de Torrecerredo, hasta ahora tapado por el Tesorero, y el final de la canal de Dobresengros; también el Tiro Callejo y el hoyo Trasllambrión, con el Llambrión al fondo. Otra parada y un buen trago. La ola de calor se lleva mejor en altitud, pero aunque el aire es más fresco el sol atornilla inmisericorde. Cada poco tengo que beber, y empiezo a dudar de si tendré suficiente con los 3,5 litros de agua que cogí. Remato la subida por la cresta con puntuales desvíos a la ladera izquierda cuando el terreno lo dificulta. En la cima hay dos buzones.
Con sus 2619 metros, la de Torre Blanca, o Peña Blanca, es la cumbre más alta de Cantabria (cima que comparte con León), seguida de Peña Vieja (2617). Las vistas son magníficas, si bien el grupo del Llambrión, Tiro Tirso y Las LLastrias tapan el macizo occidental. Hago el selfie de rigor y la foto panorámica: la cresta de Altaíz, San Carlos, Torre del Hoyo Oscuro, Madejuno y Tiro Llago; la Remoña y la Padiorna enmarcando la vega de Liordes, Torre Salinas, Torre del Hoyo de Liordes y el Friero; más cerca el lago Cimero, y enfrente y a tiro de piedra el Tiro Tirso y el Llambrión; ya a la derecha el Tiro Callejo, la Palanca, la Celada y Puertas de Moeño; y tras el inmenso Hoyo Grande, los Picos de Dobresengros, Cabrones y Torrecerredo, las horcadas de Caín y don Carlos; en primer plano el Tesorero y los picos de Arenizas, y más atrás la Párdida y el Neverón, el Naranjo, los Campanarios, los Tiros Navarros; y ya Horcados Rojos, los Picos de Santa Ana, Peña Vieja y Peña Olvidada. Son casi las cuatro y ya veo que para llegar al último teleférico tendría que bajar a escape y por el mismo camino. Para las pocas veces al año que puedo venir aquí no me apetece andar a la carrera, ni desperdiciar la ocasión de caminar por sitios que no conozco, así que asumo que tendré que bajar por la Jenduda para salvar los 1500 metros de desnivel que me separan de Fuente Dé. Anochece muy tarde y hay que aprovecharlo. Esta resolución me anima a bajar todo tieso por el nevero y luego llegar hasta el otro lado de los hoyos Sengros, que para subir bordeé por el otro lado. Saltando por la nieve parece mentira que se pueda bajar en dos minutos lo que se tardó en subir una hora. Me lo paso como un indio, o mejor como un niño, lo que de niño queda en mí.
Luego sigo a
media ladera por la base del Tiro Llago hasta el Tiro Casares. Esta zona es un tanto
inhóspita, hay que ir buscando el mejor sitio, pues no hay camino. En ello se
pierde mucho tiempo, porque hay que ir salvando las grietas que el agua ha ido
labrando en la caliza. Es la parte más penosa del día. Aunque la peña me da sombra, la
soledad es enorme, y el terreno incómodo. Se están juntando nubes y nada sería
peor que me atrapara una tormenta en la estrecha canal de la Jenduda. Con esto
de robinsonear me pasa como con los sacrificios en ajedrez: por uno que me sale
bien me salen diez mal. De pronto siento frío en la cara. Sube de una sima con nieve en su fondo, una nieve que llevará ahí siglos. Los Picos
de Europa son considerados el Himalaya de la espeleología. Su terreno kárstico
ha propiciado que, si existen unos 20 “menos miles” en el planeta, la mitad estén
aquí.
Llego por fin al Tiro Casares, por el que se pasa hacia el refugio de Collado Jermoso (mañana haré parte de ese veredero). Desde aquí ya conozco el camino, que enseguida pasa por debajo de la Horcada Verde. La senda desciende por pedrero, pero los argayos la han roto en mil sitios. Han debido de caer unas tormentas tremendas. Los neveros hacen en su superficie unos dibujos circulares que no son sino el relieve del granizo que los creó.
Casi no me queda agua, pero estoy cerca de Fuente Escondida. Paso por una bocamina que se introduce 100 metros montaña adentro (los conté el día que subí el Madejuno). La fuente está tapada por un gran nevero. No tendré más remedio que beber nieve. Retiro la capa más superficial y lleno una cantimplora. Echo la poca agua que me queda y agito. El calor la irá derritiendo poco a poco, al ritmo justo para poder ir dando tragos pequeños. Ya llego a la Vueltona y me cruzo en el camino de El Cable con tres rebecos, los únicos del día. Se distingue bien el tajo de la Jenduda, quizá la canal más estrecha y pindia de Picos (con excepción del final de la horcada de Pambuches). Hay a su inicio un mínimo valle herboso que es una delicia pero que, por la razón que sea, a muchos les parece inhóspito.
Luego el relieve se
desploma, pero la bajada es más o menos cómoda si se va pegado a la pared
derecha, evitando la piedra menuda. Al final de la canal hay una gran roca
empotrada por la que hay que destrepar. La recuerdo de la única vez que bajé antes por aquí, con mi padre, hará unos 30 años. A la precaria cuerda que había entonces han añadido una
cadena para agarrarse y escalones soldados a la roca. Salvado ese paso la canal
se abre y hay que ir tendiendo hacia la izquierda, abandonando el argayo que la
continúa, que da a un desventido, palabra que es sinónimo de “cortado” y que no
figura ni en el diccionario académico ni en el Nuevo Tesoro ni en el CORDE ni
en ningún lado, y que por eso yo usaré siempre que pueda (la conocí en una
placa en Camarmeña). El camino sigue en zigzag hasta unirse con el que baja de
los tornos de Liordes.
Con la tontería llego al coche a las nueve, pero tengo tiempo para ducharme antes de cenar. Qué placer, después de una paliza como la de hoy, sentir el agua fresca sobre la cabeza, comer sentado en una silla y no sobre piedra, dormir en una cama. Paseo la cena por el barrio de Lon. Paso un buen rato en el atrio de la ermita oyendo a los pájaros sin más, con un dulce olor a boñiga. Por el balcón abierto del cuarto entra el ruido del arroyo que atraviesa el pueblo. Cuando me tumbo aún entra luz.