sábado, 30 de junio de 2012

PRIMER ACTO PÚBLICO

Adiós, honor, en el primer acto público”, se lamentaba Paul Klee en un poema refiriéndose no recuerdo si a su primera exposición. No fue para tanto. Es más, fue bueno, a pesar de la sensación del progresivo alejamiento de mis poemas (o tal vez eso es lo bueno). El exiguo pero complacido auditorio –jugaba en casa–, participó y propició que aquello acabara siendo una mesa redonda –sin mesa– en la que habríamos seguido leyendo y hablando otro tanto. Mejor así.

Redondeó el día un concierto de Nudozurdo en el antiguo matadero, un almacén gigante del ayuntamiento rebautizado como Laboratorio de las Artes de Valladolid (LAVA, que no falte el acrónimo). La actuación empezó –parece de rigor– media hora tarde, lo que uno habría firmado. Pero a la hora, el cantante, tras decirle algo al oído uno de los organizadores al final de un tema, comunicó contrariado que tenían que tocar la última. Otra delarrivada. Salí y me puse esa última canción, “Dosis modernas”, en el móvil. Como es lenta, tardé un poco más en llegar a casa, al acompasar su pulso con la cadencia del pedaleo, que es la mejor manera de escuchar la música en marcha, a su ritmo.

Hablé de este grupo y de este tema en otra ocasión. Pienso, en esta doble embriaguez sin ebriedad, que un lector ideal sería el que entonces hiciera por escuchar esa canción. Para ese (después de para mí) escribo.

martes, 26 de junio de 2012

LAS MOSCAS

Las moscas. Las familiares. Deliberan inquietas en torno a la mesa redonda del aire. Su danza, desbaratable por humana mano, no deja de ejercer cierta hipnótica atracción sobre nosotros, los al suelo apegados.

En El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez las retrata, asamblearias, en plena convención anual, su líder instigándolas contra la tranquilidad del género humano y humillando a una araña cuya celada trunca la reveladora luz del día.

Desde nuestra misantropía se podría extraer lección moral de la siguiente parábola: una mosca y una abeja, dentro de una botella de cristal abierta, tumbada y vacía, pugnan por salir de ella. La perspicaz abeja, no sin lógica, intuye que en la base, más ancha, hallará la salida, pues en ese punto se aprecian más claramente los colores del exterior. Obcecada, choca repetidamente contra el cristal hasta no encontrar sino una muerte lenta. En cambio la atolondrada mosca, que no se para a pensar, rebota enloquecida contra el vidrio hasta que el azar, arbitrario y a menudo injusto, la devuelve a la libertad.

En parte por desconfianza de la monstruosa colmena que hemos hecho del vivir, en parte por justificar mi pereza y usual falta de método, me sonrío ante el triunfo casual de la enlutada mosca, aunque desagradecida y cojonera me despierte más tarde de la siesta posándose sobre mi nariz en el peor momento.

lunes, 25 de junio de 2012

PASEO

Paseo con querencia hacia el río, luna en creciente. Se trataba tal vez de regresar a la piel del joven que se descubría carne amante en el mundo, practicante vehemente del perfume del aire; de rememorar este mismo paseo de hace diez, doce, quince años, un suspiro.

Lamento los cambios que presenta la margen del Pisuerga, aunque sería justo aclarar que no por encontrarse en peor estado. Sucede que a su orilla una mujer me dio una noche el sí de sus labios sobre la rama de un árbol, y que ese árbol ya no existe.


jueves, 21 de junio de 2012

UN INÉDITO


LA CASA ABIERTA
                         
                              La Terenosa


                                       Hoy vuelves a la casa de tu infancia.

                                       Después de tantos meses, todavía con lastre
   de claustros, tutorías, tonterías
   y un vago sentimiento de traición,

   regresas a sus muros de caliza
   y también hacia ti. Ahí siguen todos,
   en el patio infinito, como siempre:
   los argayos sedientos, foscos sedos
   que tu padre hitara, traicioneras
   maedas, caprichosos tubos de órgano,
   eterno mobiliario al que un día juraste,
   bajo el artesonado mudable de los cielos,
   fidelidad eterna.

                                       Con emoción recuerdas aquel verso primero
   –entonces no sabías que era un verso–
   que en esta misma vuelta del camino
   te mostraba el camino, y a su vez
   su arduo destino hoy cumple:

   Mientras pise la hierba estaré bien.
                   
                                                             (Revista Isla de Siltolá nº 7)


Majadas de la Terenosa



Argayo
Hito. Detrás, el Naranjo de Bulnes











Sedo
Maedas


Tubos de órgano
                                                 

viernes, 15 de junio de 2012

EL AUTOR SE CORTA LA COLETA (Y II)

Si en la última conseja estábamos decididos a cortarnos la coleta literalmente, en esta relación, rescatada del mismo cuaderno, no llegaremos a tanto (¿o quizá sí?) El caso es que ni aun así consiguió uno no salir trasquilado.

                                                           *   *   *

De las servidumbres que ha comportado indefectiblemente el paso de uno por la vicaría, la más humillante ha sido sin duda la de tener que realizar el llamado curso de preparación al matrimonio. Se preguntaba uno qué tipo de información que no poseyera recibiría allí para estar definitivamente preparado para el himeneo. Iba a consistir dicho curso en cinco charlas de una hora y media cada una, de lunes a viernes, impartidas por feligreses de la parroquia y enfocadas a distintos aspectos de la vida marital (legalidad, sexualidad, etc.) Imagino que la mayoría de nosotros sólo deseábamos que el aro por el que habíamos de pasar no fuera demasiado estrecho. Pero no sólo lo fue, sino que además estaba rematado de espinas, pues, a lo que se ve, si Cristo sufrió su calvario por nuestra culpa, justo era que, para poder casarnos, lo sufriésemos nosotros también. Y es que íbamos a padecer un intento de adoctrinamiento como ya no creímos que pudiera suceder en el año y aun el siglo en que vivimos.

Así que llegamos el primer día y fuimos presentándonos por parejas (unas veinte). La sensación unánime de rebaño flotaba en el ambiente. Enfrente teníamos al párroco, de paisano, y a un pulcro matrimonio cuyos miembros, a pesar de frisar la cincuentena, se esforzaban en el tono y el lenguaje en mostrarse cercanos al auditorio, de una media de edad de unos treinta años. De la exposición de sus experiencias e intimidades no extraje conclusión alguna más allá de que los trapos, más limpios, más sucios, se han de lavar en casa.

El segundo día compareció un hombre de mediana edad que hablaría de sexualidad. Curiosos ante las posibilidades de tan motivador tema, poco a poco íbamos comprendiendo que el orador resolvía la papeleta dividiéndonos en grupos y planteando cuestiones que debatíamos, limitándose a desempeñar el papel de moderador. Estábamos lejos de suponer que ese era el mejor trato que podríamos recibir.

Al día siguiente apareció una mujer de unos cuarenta años vestida como si tuviera veinte... hace veinte años, que nos iba a informar acerca de los métodos naturales de contracepción (y ciertamente se ciñó a ellos, pues ni aun de refilón se dijo una sola palabra del condón en toda la tarde). De primeras, se confesó “ferviente usuaria" del método ojino, cuyas excelencias ponderaba sobre cualquier otro. Sus explicaciones, con frases que rara vez terminaba, provocaban general sonrojo. Cuando al cabo de una hora de circunloquios fue interrumpida por una novia, matrona de profesión, que cuestionó sus anacrónicas teorías, que tenían la misma base científica que el mal de ojo, no fue capaz de salirse del guión. Aquello fue una pena.

Lo que no imaginábamos es que la cosa podía ser peor. Y vaya si lo fue. El cuarto de la semana resultó ser un morlaco de la ganadería de Escrivá de Balaguer, que salió de toriles bufando con un volumen y un tono de voz intimidatorios. Su abnegada esposa, sentada en una silla con la cabeza gacha, no dijo ni mu, limitándose a asentir de vez en cuando como uno de esos perrillos articulados que reposan sobre la bandeja de atrás de algunos coches. Este sujeto nos habló de la Biblia. Para una más creíble representación, se había preocupado de colocar sobre la mesa un ejemplar, que golpeaba sonoramente de vez en cuando para apoyar sus palabras, y un crucifijo. Su interpretación del libro sagrado era bien conocida: todos nosotros no éramos sino unos pecadores indignos del sacrificio que Cristo se impuso por la salvación de nuestra alma, y nuestra vida debía tener como fin primordial el pago de esa deuda... impagable. Desde mi infancia no había escuchado tantas veces la palabra pecado. En el límite del paroxismo, en un momento dado empuñó la cruz mientras se encaraba con nosotros exigiéndonos pureza. (A todo esto, el párroco permanecía tranquilamente sentado como si tal cosa). Aun haciendo tiempo que el energúmeno se había pasado de la raya, sólo entonces se atrevió uno a levantarse y abandonar el aquelarre.

El último día no habría charla. Estaría sólo el cura, que nos entregaría por fin el requerido certificado. Al pedir nuestra opinión sobre el curso, la protesta fue ponderada pero unánime, como la conclusión de que si lo que se pretende con estas cosas es acercar a los jóvenes a la iglesia, lo único que se consigue es lo contrario.

        P.D: Para los futuros esposos: el curso, según supe luego, no es obligatorio como nos había dicho el cura que nos haría el expediente. A sumar, pues, a la mala praxis, el agravante de la desinformación interesada.        

miércoles, 13 de junio de 2012

EL AUTOR SE CORTA LA COLETA (I)

        Se acerca el cabodeaño de mi conversión al calvinismo. Para celebrar tan acertada decisión, dejo caer de mi cuaderno gris (ni por esas) a la famélica sección "Archivo" esta incalificable prosa que parió mi aún enmarañada cabeza hará eso, un año.

 *   *   *

Releo al azar algunas de estas notas y me molesta tanta ironía, tanta crítica a todo y a todos… excepto a mí. Como si esta no flotara, estancada y putrefacta, en mis cloacas. Cuánto mejor me iría si su sentido fuera el opuesto y, en vez de mantener reluciente la fachada y arrojar basura a mi patio interior, me riera de mí hacia fuera para refrendarme por dentro.

De hecho, iba a comenzar este divertimento de diferente manera. Tenía ya preparadas agudas y venenosas flechas para lanzarlas contra D., el grupo de anoche: si esta dispararía contra un vergonzante amateurismo, aquella apuntaría directamente al físico del cantante, cuyo cuerpo habría ido dando tumbos confusamente del gimnasio al telepizza. Bravo.

Como cualquier día es bueno para acometer un propósito de enmienda, y de paso conseguiremos con ello huir del prototipo de escritor “humorista” que, a decir de Mairena, se ríe de todo y de todos y al que, para ser humorista, le faltaría haberse reído alguna vez de sí mismo, dejemos a D. en paz y veamos qué le ha pasado, por ejemplo, a la menguante cabellera que un día diera lustre, autor amigo, a tu orgullosa testa.

Era yo, desde donde recuerdo, un niño feliz. Ninguna preocupación importante empañaba mi natural disposición al juego y la alegría. Iba con mis hermanos al colegio en el que mi madre trabajaba como maestra. Al salir, a las cinco, aprovechaba para llevarnos una vez al trimestre a una peluquería cercana, donde los tres éramos esquilados sin contemplaciones.

Aunque en el instituto la frecuencia y violencia de las podas era menor, no fue hasta la universidad cuando a uno le empujó una querencia demasiado viva por la música y la estética de los 60´ que le condenó a un desaliño de náufrago, y habría seguido gustosamente, tan errada era su derrota, los atolondrados pasos de un Jim Morrison por el mundo. A tal disparate se sumó pronto otro no menos nocivo, el deslumbramiento por la poesía y su consiguiente inclinación hacia la fachendosidad de la bohemia y la poetambre más mugrienta. Sería de ver hoy con lástima a ese veinteañero barbudo y desastrado con ínfulas de pasar por mucho mayor de lo que era.

Pero he aquí que las leyes genéticas vinieron a poner freno a tales dislates y a dar al traste con tanta gallardía, al menos en lo referente al componente piloso, y así mi abigarrado ejército de montaraces vedejas fue perdiendo unidades a ritmo de progresión geométrica insoportable. Cada mañana la almohada me mostraba un panorama lúgubre, de una rotundidad inapelable, que miraba de reojo con una mezcla de asco y espanto. Al pasar de los años la escabechina no cejaba, y ante el beligerante empuje de la despoblación hubo que empezar a maquinar soluciones encaminadas a suplir número con colocación. Vencidas las primeras filas del pelotón, se dispusieron a ocupar su puesto las facciones de los flancos primero y de la retaguardia después, puertas al campo que una racha de viento malcarado derribaba a las primeras de cambio, poniendo en evidencia el teatrillo. Se sentía uno solo en esta lucha. El peine no ayudaba, más al contrario. La fijación natural que proporcionaba la almohada apenas sí servía para las primeras horas del día. Le parecía a uno la laca un recurso femenil, a usar solo en casos extremos, por ejemplo en las bodas, dejándole una punta de mala conciencia que se le antojaba paradójica en ese ámbito en el que, con honrosas excepciones, el uso de potingues y afeites es indiscriminado. Con todo, iba uno intentando asumirlo, y hasta bromeaba con ello. “En tu bola no puedo ver tu futuro, pero sí el mío”, vacilaba a un amigo prematuramente mocho mientras mis manos sobrevolaban su pista de aterrizaje.

Pues existe el límite de lo ridículo, ¿dónde está? ¿Pudiera haberlo traspasado? Descartado el abyecto recurso de la escalofriante cortinilla, y el inédito, por arriesgadísimo, de dejarme las cejas largas (hacia atrás), echada está la suerte del descabello. Así, me quitaré una preocupación de encima. Seré un calvo brutal, temido por los niños. Mis propios sobrinos me mirarán con recelo nuevo, como si en mi lustroso encerado se imprimieran, solo para sus ojos, que todo lo ven, palabras terribles: malvado, mentiroso.

Me da igual. Como quien se desprende de un pecado que le pesaba en la boca del estómago, así me siento tras esta pública confesión, ligero por dentro… y ya casi por arriba. De mañana no pasa.

viernes, 8 de junio de 2012

GURRUMINOS

En mi casa se hace lo que yo obedezco.
Qué pringao. En la mía mando yo. Mi mujer sólo toma las decisiones.
Nenazas... En mi casa yo siempre tengo la última palabra: “Sí, cariño”.
 

domingo, 3 de junio de 2012

EXCESO DE EQUIPAJE

 Paseo de buena mañana en dirección al rastro del estadio. Arriba, enormes nubarrones se desplazan en bloque como una manada de ñus. Abajo, el camino se ve repleto de caracolillos recién nacidos que casi no pueden con la casa. Como la mitad de los españoles.



sábado, 2 de junio de 2012

POETAS DE LA BRAGUETA (CON PREMIO)

                De la bitácora del poeta (este sí) Julio Martínez Mesanza, esta atinada reflexión: "El ritmo, los números: ésa es la primera frontera entre la poesía y la prosa, no entre la mala y la buena poesía, sino entre lo que quiere ser poesía y lo que no es poesía en absoluto. Con el tiempo, ha sucedido al revés: alguien intenta escribir versos sin los números y, lógicamente, lo que le sale es prosa. Pero el verso debe de tener algún prestigio incluso entre quienes desprecian su sentido original y sus reglas, porque estos no presentan sus prosas como lo que son, sino en líneas cortitas que conservan la apariencia de lo que estos autores no comprenden o se han propuesto destruir".

      Tantos, tantos poetas (¿uno de cada diez?) como artistas en El número uno. Aunque lo diga en sílabas contadas tampoco esto es poesía, que va junto.

DE LA PAZ INTERIOR

Qué similares y qué distintos el canto de la cigarra y el del grillo: aquella atormentada, este conforme.