Hablando de Rimbaud, escribe Claudio Rodríguez que la palabra "significa" en la medida que "suena". Y es de esas grandes frases que como que habría que dar por buenas. Pero por qué. La palabra que "suena" puede ser otra cosa, pero no por el lado de la significación. Lavajo no "significa" más que charco por "sonar" mejor. Podrá tener un mayor alcance lírico (y eso depende), pero no más.
Nation of language es de esos grupos new wave que, sonando a muchos otros, suenan desde el principio a sí mismos. Un sonido retro que se asienta en el terreno de la nostalgia. "On Division St." recuerda desde la primera nota a New Order y los primeros pasos del techno. El empleo de los sintetizadores añejos es la marca de la casa. Otras veces, como en "September again", suenan más oscuros y post-punk, creando atmósferas que llevan a Joy Division."The wall & I" traen a la memoria a OMD. Pero quizá la banda a la que más se parece el synth-pop de Nation of language son The National. Introduction, Absence (2020) es su disco de debut, si bien sus singles se han venido publicando desde 2017. Un grupo nuevo es siempre una ilusión, que falta nos hace.
Nation of language: "On division St." (de Introduction, Presence, 2020)
Nation of language: "September again" (de Introduction, Presence, 2020)
El que no sabe competir se mantiene alejado de los juegos de armas propios del Campo de Marte, y el que es torpe con la pelota, el disco o el aro, se abstiene de esos juegos, no sea que la nutrida concurrencia se ría abiertamente a carcajadas. Sin embargo, el que no sabe hacer versos se atreve a hacerlos. ¿Y por qué no?
Eso, ¿y por qué no?, se anima, como si fuera la rubia del anuncio del Jes Extender, el mal poeta, volteando la implícita pregunta de Horacio: ¿Por qué? ¿Por qué escribe versos y, peor, los publica quien no sabe hacerlos? La respuesta es sencilla. Si las armas, la pelota, el disco o el aro revelan a las primeras su impericia al que los usa mal, la poesía inocula entre sus pretendientes, junto con su hechizo, la ponzoña de no que no vean su torpeza, y así todos los poetas se creen buenos, y no pocos poetas se creen el mejor de todos, cuando el mejor soy yo.
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*Horacio, Arte poética (traducción de Alfonso Cuatrecasas).
Hay una pesadilla recurrente. No sabría explicarla, ni
siquiera ilustrar alguno de sus fotogramas. Para recordar un sueño necesitaría tomar nota de él enseguida al despertar, y desde luego este no quiero
recordarlo, ni que se instale también a este otro lado del sueño. Pero
cuando llega la reconozco. Puede estar semanas sin visitarme, pero siempre
vuelve, porque tiene ya hechas las roderas en mi cerebro. Qué preciso trasunto de la muerte: algo que está ahí, creciendo, y en lo que no se quiere
pensar. Tiene cada vez más poder en mi sueño, como, a este otro lado del sueño, la muerte, que nos doblará, lo sabemos, en la última batalla. Pero ese segundo en que dejemos de
respirar, ¿podrá acaso borrar tantas victorias, el vino compartido en amistad, haber olido juntos la retama, la
mirada del sí, el abrazo del hijo? Sé que no.
Si no hubiera puesto esta mañana Radio 2, ni hoy ni seguramente en esta Semana Santa habría escuchado la Pasión según san Mateo, lo que no tiene, nunca mejor dicho, perdón de Dios. Aunque a decir verdad, quien hace que lo escuche año a año por estas fechas es mi padre. Hay tanto que agradecer... Ninguna de las veces que pedí dinero en casa me fue negado. Con uno de aquellos botines corrí a comprar la versión de Gardiner y los English baroque soloists de la gran pasión de Bach. Cuando escuché el aria "Aus Liebe..." tuve la certeza de que yo debía dedicarme a la flauta. No concebía destino más alto que, a través de ella, hablar con Bach, a Bach, de Bach, por Bach. Imagino que no seré el único que tenga la fantasía morbosa de pensar qué música querría que sonara en su funeral, porque ha de haber música donde las palabras no llegan. Esta aria es mi primera opción, por Bach, por la flauta, por la música.
J.S.Bach: "Aus Liebe will mein Heiland sterben"
([49] Aria, La pasión según san Mateo).
Soprano: Dorothee Miels. Traverso: Patrick Beuckels.
Para mí la poesía, lo he dicho constantemente, es misterio, encanto, o intensidad espresiva (más intensidad que profundidad filosófica, etc.) La profundidad es hacia arriba o hacia abajo o hacia dentro, en el mejor caso, pero la intensidad es hacia sí misma, no está situada y por eso su ámbito es el universo. Yo repetiré siempre la norma platónica que me satisface plenamente. El poeta es el hombre que tiene dentro un dios inmanente y como el medium de esa inmanencia: algo sagrado, alado y gracioso del gran misterio y el gran encanto que nos aprisiona. Por eso la poesía es inefable aun cuando digan los críticos huecos que si lo inefable no se puede decir no es nada. Pero yo creo que en la poesía nunca podrá decirse todo como en ciencia. La poesía es sólo sujeridora. Si un poeta encontrara a la poesía como un ente real en una calle, poesía, poeta y mundo habrían acabado para siempre.
Ahora bien el poeta aparte de la inmanencia divina tiene una conciencia humana y esa conciencia vijilará su espresión.
Hasta luego. Con mucho cariño.
J. R.
[Carta de Juan Ramón Jiménez a Ricardo Gullón. Río Piedras, Puerto Rico, 30 / I / 1953]
Hola, Avelino. Qué sorpresa tu triple carta “desde tu celda”. Me dices
que no hace falta que te conteste en el blog. Puede parecer cosa impúdica, pienso
que quizá pienses. No te hago caso. Qué tímido soy, dices, y seguramente. Pero
no por ello dejo de preferir a los hombres “naturales como la naturaleza misma
y efusivos como siempre es ella” (ya que la cosa va de cartas, cito una de Juan
Ramón a Cristóbal Roncero). También yo me prefiero así (“¡divinos hombres naturales!”), aunque rara
vez me consiga.
La primera vez que estuve en lo de arriba del Gran Café
fue en el 95. Hacían un concurso de música, no necesariamente clásica. El
presidente del jurado era un profesor de guitarra del conservatorio, entonces
director. Me presenté con mi pianista, tocamos la sonata de Hindemith y unas
variaciones sobre Carmen, de un tal François Borne. Ganó un grupo vocal
femenino. Recuerdo que acabé muy disgustado con mi actuación, pero unos años
después vi el vídeo, que había grabado mi padre, y no me pareció mal. Esto es
así siempre, también con lo que se escribe. No nos dejamos vivir. Fue
agradable la presentación de La madera
que arde y el vino que siguió en el León Antiguo, con Llamazares también. Pero
no fue la última vez que nos vimos. Fue en la presentación de Suena la nieve, de César Iglesias, gran
tipo. Esta vez a los vinos siguieron el perfumatto
y el whisky, que es lo mío, y esto lo digo para deslizar la teoría de que la gradación de las libaciones es un buen termómetro para medir
la confianza.
Me preguntas por mis versiones de Andrade. Te las
mando ipso flauto. Pero vaya por
delante que no soy traductor, mucho menos “especialista”. Me gusta el
portugués, a quién no, pero sólo lo conozco de leídas. Me he apoyado en
ocasiones en otras versiones, de Pámpano, Crespo et alii, aunque me parece que quien mejor ha sabido salvaguardar la
poesía al volcar ese idioma al castellano es Carlos Clementson. Los versos que
citas son del poema “A arte dos versos”: Toda la ciencia está / aquí, en la
manera / con que esta mujer / de los alrededores de Cantão / o de los campos de Alpedrinha / riega sus cuatro o
cinco / surcos de coles: mano / precisa con el agua, intimidad / con la tierra,
tesón del corazón. / Así se hace el poema.
Hablas de Andrade y te vas a Auden, a Gil de Biedma, a
Thomas Mann. Vuelves y te vas otra vez como una mariposa que no ignorase que en
esos meandros está el encanto de la conversación que se quiere vuelo, en irse
por las ramas sin olvidarse del tronco. De Biedma estoy leyendo, a ratos
como todo, los ensayos de El pie de la
letra, muy aprovechables. Por ejemplo: “Para leer bien y para guardar la fe
en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que
leer a nuestro alcance.” Ahí soy preso. Dices que estaré como tú cansado de
leer y escribir. Con esto del confinamiento me las prometía muy felices, iba a
escribir mucho, a escuchar mucho, a leer mucho. Pues no. Lo fácil sería echar
la culpa a las dos ardillas que menudean por casa o a este mal remedo de las clases telemáticas. Pero ni el continuo desfacer de picias
y zipizapes ni la desesperante lucha contra las tecnologías tienen culpa de que
no lea más y no sea capaz de ver claro en los seis o siete poemas que tengo en
el telar. Y luego está lo otro, la sensación de no estar leyendo lo que
tendría que estar leyendo, de perderme siempre algo mejor.
Avelino, esta mañana he seguido tu método de revolver
papeles y he dado con un diario de 2006, pero un diario diario, con lo bueno y
(sobre todo) lo malo que ello conlleva. ¿Qué hice tal día como hoy de
hace 14 años? “28 de marzo. Mientras Dragó, Fernando Arrabal, un demente y un
abrazafarolas montan el chou por la tele, releo a Vicente Gallego. Paradojas
del destino, la astracanada que emite Telemadrid versa, nunca peor dicho,
sobre la poesía, relegada a un segundo plano debido al afán protagonista de los
cuatro actores. Apago y busco la poesía en su sitio. «Y sólo
hay salvación en este empeño / de ser como la rama que, feliz, / borracha de su
savia poderosa, / florece ante un barranco sin pensar / que su fruto ha de ser
para el abismo.»”
¿Qué fruto tendremos de todo esto? ¿Son más los que
esperan que cuando termine de pasar esta guadaña nos miremos de otra manera, o los que
sólo ven en ella un latoso paréntesis para seguir a lo mismo? Fruto bien agraz
echará este árbol de muerte, pero no debe, no puede ser para el abismo, para lo
mismo.
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P.S. Mándame el dibujo con las líneas de Andrade
cuando se pueda, si no es mucho pedir. Lo pondré en un marco junto con el del
pueblín. Y salúdame a Mar. _____
P.P.S. Te dejo un par de canciones, una para la mañana y otra para la noche, seguro que sabrás. A ver si te gustan.
La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Sí lo
sabe el cerezo del pequeño patio, todo florido, los pájaros tan contentos por
el aire limpio y el poco ruido, que empiezan ahora a hacer sus nidos en lugares
que con los meses sabrán temerarios. No sé cómo llevaría el “casamiento”
forzoso en el piso donde vivía antes, sin el desahogo del patio, que no lo es
tanto por salir a él como por poder hacerlo. Supongo que pasaría buenos ratos asomado
a la ventana. Lo que no cabe es ser insolidario cuando los que dicen que
permanezcamos en casa no son ni el centro de inteligencia, ni los que cocinan
las encuestas, ni no sé qué otros oscuros intereses, sino precisamente aquellos
que darían un ojo de la cara por poder pisar la suya, los médicos. Mil
quinientos muertos, y todavía gente minimizando, reclamando su derecho al paseíto. No lo
entiendo.
Circula un chascarrillo cibernético que dice que es la
hora de que los alumnos del conservatorio demuestren que es verdad aquello que
siempre dicen de que en casa les salía. Las clases telemáticas son lo que son,
pero es mejor que nada. Me gusta ver los vídeos que me envían mis alumnos por
ClassDojo, me ayudan a mantenerme en el mundo, a saber si es jueves o viernes.
Hay algo bonito en verles tocar en su habitación, con las zapatillas, los
peluches de fondo y el guirigay alrededor. Veo los vídeos y comento: esto bien,
no lo toques más; esto para repasar por esto y esto. En general soy más
indulgente, y paso algunos estudios que en clase no habría pasado. Como no se
puede apreciar la calidad del sonido, la doy por buena. Todos necesitamos
pequeñas alegrías en estos días. Estoy en ello cuando aparecen Laura y Andrea
con mi regalo por el día del padre: unos llaveros con un dibujo suyo plastificado,
y envueltos en un folio doblado y pintado. Quiero llorar.
La saturación mental a lo largo del día es importante.
Fundamental la siesta. Tiempo para leer, eso es lo bueno, pero cosas sueltas,
poesía por la mañana y prosa por la noche (por el día depende). Picoteo en antologías, artículos, diarios, cosas divertidas a poder ser,
las impertinencias de Torres Villarroel, cosillas de Mesonero Romanos o los desopilantes
“Cuentos de ayer y de hoy” de Ramón Carnicer. Y para dormir a las niñas, esa
maravilla que son los cuentos de Antón Retaco, tan de verdad, tan bellos y tan
tristes, que lo uno va con lo otro. Los encontré en el rastro, en la edición con
los dibujos de Pilarín Bayés, que es la que había en la casa de León, a un euro
cada tomo, seis en total. Leérselos es leer mi infancia (y qué tesoro) volver a
ver a mis amigos, la mona Carantoña, los perros Can can y Tuso, la cabra
Rubicana, que acaba de tener un chivito, el caballo Cascabillo, que echa de
menos los caminos, los padres de Antón, el titán Plácido Recio y doña Martita Gorgojo, la buena de Ludivina, el tío Badajo, que no quiso quedarse en Villavieja y tiró por el camino de las
montañas hacia el mar, con su clarinete y su poesía: “Pasa y pasa el que camina
y el mundo no se termina: ¿Dónde acaba? ¿Dónde empieza? No tiene pies ni cabeza;
ancho y alto, largo y hondo, qué bien hecho y qué redondo. A pasar, a pasar a
los caminos del mar.”