-¿Te vas a disfrazar?
-Yo soy más de Halloween.
-Si en Halloween me dijiste
que eras más de Carnaval.
-Me pillaste.
-¿Te vas a disfrazar?
-Yo soy más de Halloween.
-Si en Halloween me dijiste
que eras más de Carnaval.
-Me pillaste.
Clio es una cantautora francesa del 87 que en su último álbum ha ofrecido una preciosa colaboración con Iggy pop, quien, con un registro de voz gravísimo, parece que va aceptando el otoño-invierno de su vida (imagino que ya no se sacará la chorra en sus conciertos). L´amour hélas, con sus canciones de dos o tres minutos y su intimismo recuerda a la canción francesa de toda la vida (Françoise Hardy por ejemplo), pero con programaciones y un sonido actualizado también en clave de baile. Los estribillos son su punto fuerte, y esto hace que las canciones vayan ganando en cada escucha, aunque conviene no abusar para que no se acabe secando la fuente. A este trabajo precedieron Clio (2016) y Déjà Venise (2019). Merece la pena dedicar media hora a escuchar cada uno de estos tres discos (el primero es un poco más flojo), y desde luego, seguir la pista de Clio.
Aunque me repita, la fecha y la canción lo merecen. Felices fiestas y salud.
Es una lástima que sea tan poco conocida la valiosa obra de la saga de los Bach. La gigantesca figura de Johann Sebastian ha hecho injusta sombra a hijos (excepción hecha quizá de Carl Philipp Emanuel), abuelos, suegro, primos, tíos o primos de los tíos. Un álbum editado por Ricercar en 2015 recoge motetes de Johann Bach, Johann Christoph Bach y Johann Michael Bach. La interpretación, magnífica, corre a cargo del grupo vocal belga Vox luminis, dirigido por Lionel Meunier. Además, me parece una música especialmente adecuada para escuchar en Adviento.
En El cuaderno digital, una revisión del singularísimo grupo alemán The Notwist, con excusa de la publicación de Vertigo days (2021).
Nuevo álbum del sueco Jay-Jay Johanson. Desconcertante para quienes como servidor desconectaron después del enorme Rush, de 2005. No lo será para quienes hayan seguido una trayectoria, la de estos últimos 15 años largos, que no me parece desdeñable escuchada ahora por encima. El JJJ de ahora se mece en medios tiempos y melodías humosas de club de jazz a última hora. Hay piezas breves de corte ambiental, con melodías sencillas pero envolventes sugeridas entre plumas sonoras. Así este "Andy Warhol´s blood for Dracula" que gustará al Brian Eno de Music for airports.
Voy tarde. Tocaría hablar de Calendario, la última entrega diarística de Avelino Fierro. Pero entre el despacio que se trae uno y el hormiguismo que se trae Avelino, lo que toca es dar cuatro brochazos a Contra tiempo (2019).
Los diarios de Fierro, como las Cartas desde su celda escritas durante el confinamiento, van diciendo lo mismo pero de manera diferente. Acaso esta vez con más peso de las páginas viajeras (separata incluida con las cinco entregas de "Días en París"). De Contra tiempo lo que me atrae de entrada es su aparente ausencia de plan. Su escritura es como la de las nubes que corren por estas páginas, que no saben adónde van. Exactamente como sucede con los buenos paseos: ahora cambio de acera, voy a evitar esta calle, a ver el parque... Esto hace de Contra tiempo y de sus hermanos (aunque Calendario me parece otra cosa, con más voluntad de estilo) un diario-diario, sin ínfulas novelescas, por más que en las solapas la palabra novela venda más que la palabra diario. No quiere esto decir que Avelino no busque su mejor perfil (¿quién no lo hace?). Pero eso es una cosa, y otra muy diferente es vender un producto con la etiqueta de otro.
En cuanto al título, no se trata de ganar tiempo al tiempo, cosa esta imposible, sino de la ganar vida al tiempo. Vida vivida y vida leída, vida también. Sospecho que Avelino tiene mucho escrito sin publicar, y que si no publicara escribiría igual, porque al cabo lo importante es leer y escribir, escribir y leer, tanto monta. Por otra parte, no creo que hayan embelesado a Avelino Fierro los cantos de sirena de la posteridad, ese caramelo. Lo más, ese consuelo del arte que acierta a congelar "instantes de la vida que perece".
León. Si me gustan estos diarios, además de por su morosidad y por las copiosas referencias literarias y culturales, es por llevarme de paseo por mi ciudad cuando no estoy en ella. León es ese personaje que impregna todo, a veces de manera opresiva, como la Vetusta de La Regenta. León es a estos libros lo que Madrid a los de Mesonero Romanos. Pero León no es Madrid, y el tono modesto y asordinado de estas páginas es el de la voz de quien ha sabido hacerse uno con su ciudad, ese burgo levítico y provinciano de los poemas de Andrés González-Blanco.
Hoy no traemos ningún grupo, sino un sello discográfico de suma elegancia en el que militan artistas de formación clásica que funden lo orgánico y lo electrónico. Nils Frahm, Ben Lukas Boysen, Olafur Arnalds, Peter Broderick o Rival consoles son algunos de sus estiletes. La discográfica, Erased tapes, ha lanzado un recopilatorio con canciones de estos y otros músicos, con la peculiaridad de que el título del álbum, así como el de las canciones y sus autores, aparecen en código morse. En la web de Erased tapes se aclara el porqué: "Toda esa información, todo ese ruido... Por mucho que pueda ayudar a dar contexto, también quita algo. Qué sensación tan maravillosa es simplemente escuchar y dejar que la música hable por sí misma sin prejuicios ni la necesidad de referencias". Y sí, hay algo de liberador en escuchar la música así, y ya luego, si acaso, indagar. Así que hoy el género va de una pieza. 50 minutos tienen la culpa.
El mejor homenaje que se le puede rendir a un poeta, vivo o muerto, es leerle. Aquilino Duque nos dejó hace unos días. Es autor de novelas, ensayos, libros de viaje, artículos, traducciones y diez libros de poemas (siete de ellos, más un avance de Entreluces, recogidos en Poesía incompleta, Pre-Textos, 1999). En 2011 La isla de Siltolá editó una antología, Reloj de arena, que acaso sea la mejor puerta de entrada a su obra poética. En ella escribió a modo de prólogo unas líneas tituladas "Ensimismamiento", y en ellas lo que sigue:
"En lo que a mí respecta, siempre he dicho que la poesía es mi punto de partida y mi punto de llegada; que de ella vengo y a ella voy. A través de ella he aspirado a ser una de las pocas cosa serias que se puede ser en el mundo: un portador de valores eternos. Sólo así puede el poeta, o el que por tal se tiene, conservar su verticalidad, mantener su jerarquía, sobrenadar en la miseria moral de unos tiempos de prosperidad (...) La miseria de los tiempos que corren se manifiesta no sólo en la degradación del pensamiento, sino en el encallanamiento de la palabra. Y ahí es justamente donde yo veo la misión redentora del poeta, porque es la palabra del poeta la que siempre queda frente a la palabrería olvidadiza de los que al pueblo lo degradan y lo encanallan. Ahora bien, para decir esa palabra, el poeta tiene que hacer oídos sordos a los ecos de su tiempo, y eso sólo lo va a lograr ensimismándose.
Luego lo dice en verso:
MIS PODERES
La verdad de la patria está en el oro
en que cambia lo verde con el sol del otoño.
También el sol pone amarillos
en las estanterías los lomos de los libros.
Los libros y los árboles, y el otoño entre ellos,
la lluvia en los cristales, la lumbre en el brasero...
Hoy que nadie me escucha, consulto mi memoria
y busco en la hojarasca el oro de las horas,
de las horas mejores, de las pocas palabras
con las que quise y quiero hablar con los que callan,
vivir por los que mueren, recoger del pasado
lo que el futuro espera tendiéndome las manos.
La nave de los campos va aferrando sus velas,
se deshojan los árboles y los libros se agrietan,
y apenas caen dos gotas, la fresca vida estalla
en el fuego incruento de las rojas granadas
que se agrietan y se abren día a día en lo verde
áureo de su arbusto... Ésos son mis poderes.
(De Las nieves del tiempo)
El guitarrista Thibaut Garcia ha hecho un precioso arreglo para voz y guitarra del clásico de Barbara "Septembre" (1965), canción también conocida como "Quel joli temps". Pero mejor que Barbara la cantó Jean-Claude Pascal, aquí en un directo que emociona. Y qué decir de la letra. "Jamais la fin d´été / n´avait paru si belle. / Les vignes de l´année / auront de beax raisins. / On voit se rassembler / déjà les hirondelles, / mais il faut se quitter / pourtant l´on s´aimait bien. / Quel joli temps / pour se dire au revoir..." Thibaut Garcia ha contado con la voz nada menos que de Philippe Jaroussky. El arreglo es precioso, pero el vídeo qué horterada, como si nos interesaran los maquillajes y las poses para la sesión de fotos, ese culto al artista que estos dos grandes músicos no necesitan y que chirría más cuanto que se hace con una canción prestada. En las antípodas de la sobriedad de Pascal, su sombra y su cigarrillo.
“Si cada persona es un mundo, cada pareja es
tres; el de él, el de ella y el que nace de la colisión de aquellos dos, aún
más inestable e impredecible”.
Esto escribí hace unos años. Y me parece bien.
Pero leído ahora hay algo que me chirría. ¿Por qué “el de él y el de ella”, y
no el de él y él, o el de ella y ella? Si hoy se reeditara el libro en que
aparece esa prosa, ¿la corregiría? Con estos asuntos nunca se sabe: sabe más el
tiempo que nosotros. Tal vez alguien la lea dentro de unos años (mis hijas sin
ir más lejos) y le parezca cosa retrógrada, hasta homófoba. ¿Merece la pena ser
cuidadoso aun a costa de la claridad, esa otra cortesía? A día de hoy, no lo sé.
Consejos vendo y para mí no tengo.
P.S. A uno no le dejan vivir, por si no tuviera
bastantes dudas de por sí. ¿Pues no va el corrector y me dice que cambie “a día
de hoy” por “hoy en día”, o sencillamente “hoy”?
Nicasio.
Луна: "Пташка" (single, 2021)
El paso que va de que algo esté bien a que sea especial es aparentemente más pequeño que el que va de que esté mal a que esté bien. Pero sólo aparentemente. Ya lo dijo Voltaire tirando el sombrero al aire: lo mejor es enemigo de lo bueno. Están bien, y suenan muy bien, las cinco canciones del primer Ep de The Shutes, Hits like mourning (2010). También las dos del sencillo Noah´s ark (2011). Pero las cinco del Ep de 2012 Echo of love son otra cosa. Dos de ellas, las que hoy traigo aquí, alcanzan para uno la excelencia. Las etiquetas que pondríamos a este cuarteto de la Isla de Wight serían tres o cuatro por lo menos. Hablaríamos de pop psicodélico, de camisas floridas y exquisitas armonías vocales a lo Fleet foxes, de folk de cámara y arreglos sutiles, pero sobre todo de lo que nos recuerda la ahilada voz de Michael Champion a la de José González (Junip), con Fleetwood Mac en el recuerdo, y los Bee Gees del principio, y The shins, y The coral, y... Una gozada. Crema, diría un cursi. Luego el grupo, no se sabe por qué, se disolvió, y los hermanos Champion continuaron como Champs, dando tres discos (del 14, el 15 y el 19). Seguiremos informando.
Los 9,99 euros al mes de la suscripción a Spotify son el dinero mejor invertido de mi vida. Me nutro principalmente de dos listas, "Radar de novedades" y "Descubrimiento semanal", que a su vez se nutren (bendito algoritmo) de mis búsquedas y de las canciones y artistas que voy guardando en la biblioteca. La primera trae lanzamientos, mayormente singles o Ep´s: la emoción de la novedad. La segunda, canciones y grupos de cualquier época que debería conocer pero no, clásicos a su manera: la emoción del descubrimiento. Cierto que hay semanas flojas, con muchos "bueno" pero ningún "bien", pero no le vamos a pedir milagros semanales a la vida cuando la nuestra acostumbra ser tan culirrastrera. En cambio, las semanas buenas nos ponen deberes de lo más gustosos: Buvette, cuyo disco de 2020 ya he escuchado y es sublime. Y Motorama. Y Juliette Armanet, de la que hoy traigo una canción más que emocionante: "À la folie".
Nym es uno de esos compositores downtempo que tanto nos gustan, de esos que, como Ulrich Schnauss, supieron actualizar la llamada música chillout, en el caso de Nym con un toque folk muy salvaje oeste que no estorba lo principal, un sonido pulcro y muy actual que, eso sí, recurre a instrumentos y sonidos evocadores. El resultado es un todo orgánico en ocasiones cercano al trip hop y que también recuerda a Boerd.
Se
quejaba Julio Casares en su discurso Nuevo concepto del diccionario de la
lengua, con el que tomó posesión del sillón J de la Real Academia, de
que el caudal circulante de vocablos se empobreciera de día en día,
remediándose la literatura “para todos sus fines con unos pocos cientos de
voces, borrosas y desportilladas por el continuo uso”. Esto en 1921.
Pero
recuerdo a Azorín quejarse antes de lo mismo. Y antes a Cadalso. Y antes… ¿Hubo
un momento en que la gente, lo mismo me da de la república de las letras
que de la de las hortalizas, queriendo o sin querer condenara al idioma a “una
triste indigencia”? No lo creo. Con las palabras sucede como con todo. Sólo de
lo perdido canta el hombre. Lloramos los arcaísmos extintos como a parientes de
provincias, pero no estamos dispuestos a considerar de la familia a los
neologismos que vienen a ocupar, si no su lugar, sí un lugar. Neologismos
que acaso serán los parientes de provincias a los que lloren generaciones posteriores.
Ayer Ángel Ruiz me alegró el día desde En Compostela con su post sobre mi entrada de Colapesce, y con su comentario a ésta. Resulta que sigue las miguitas musicales que voy dejando aquí algunos sábados. Buceo en las entradas de su blog etiquetadas como "Música moderna" y me encuentro con amigos como Yo la tengo, Kurt Vile, Tame impala y otros muchos. Qué bien.
Yo pensaba que estas entradas sólo interesaban a un par de amigos con afinidades musicales, y reconozco que han sido muchas veces esa delgada rama que echo de vez en cuando para que no se apague del todo la lumbre de Mitos y flautas. Y veo que hay otra persona que las sigue, alguien además con gusto, como demuestra en lo que escribe. ¿Habrá más? Esto es combustible para La canción de los sábados, y por extensión para Mitos y flautas y para mí. Así que manos a la obra.
Molly Nilsson es una cantante sueca del 84 que compone sus temas, produce sus discos y vídeos, se encarga de los visuales en los conciertos y del diseños de las portadas (todas en minimalista y elegante blanco y negro) y hasta creó su propio sello para editar sus lp´s, ocho desde 2009. Los primeros suenan un tanto desmañados, con canciones también como más dispersas, sin esas aleves flechas que en sus posteriores trabajos saben llegar y herir. Con todo, una canción de su segundo disco, la elevadora "Hey, moon!", fue versionada por John Maus, otro perro verde, lo que dio un empujón a su carrera. Poco a poco el sonido de Molly Nilsson fue siendo más cuidado, con mayor presencia de bases rítmicas, pero sin salir de ese pop íntimo, oscuro y melancólico marca de la casa, con una voz que podría pasar por la de un chico. Entre sus discos me quedo con Zenith (2015), y entre sus canciones con "Meanwhile in Berlin". Dedicada a Ángel Ruiz, por suposto.
L´Impératrice son un sexteto parisino creado en 2012, si bien la voz de Flore Benguigui no se unió a la banda hasta 2015. Sólo dos álbumes han publicado hasta la fecha: Matahari (2018) y Tako Tsubo (2021), pero han editado, entre EP's y sencillos, otra veintena de referencias. Es increíble el nivel de nuestros vecinos del norte. Pero lo mejor es descubrir puntos de unión entre los Air, Daft punk, Phoenix, Exsonvaldes, Tahiti 80 o M83, que a falta de mejor definición se han resumido en la etiqueta "french touch" y que van, eso creo, más allá de lo musical.
A finales de febrero el dúo francés Daft Punk anunciaba su separación. Es de esperar que Thomas Bangalter y Manuel de Homem-Christo sigan haciendo música, pero cada uno por su lado. Este artículo en El cuaderno digital revisa la trayectoria de uno de los grupos más importantes de la música popular del siglo XXI. Tanto la música como un vídeo de "Veridis quo" editado por un usuario de Youtube (ElectromaMV, a partir del cortometraje Electroma, dirigido por los propios músicos), sirven para poner sonido e imágenes al adiós de Daft Punk. Así lo entendieron Bangalter y Homem-Christo, que utilizaron la canción para anunciar su despedida. En el vídeo, los dos androides caminan juntos hasta que uno se detiene. Ya no puede más. Se quita la chaqueta y da la espalda a su amigo pidiéndole que lo desconecte. Tras estallar, el otro intenta autodestruirse, pero al no llegar al botón rompe su casco y deflagra su propio cuerpo con uno de los cristales. Todos entendemos que detrás de esos circuitos hay dolor, sentimiento. El sentimiento de las máquinas. Esto tiene mucho que ver con Daft Punk y con la importancia que su obra tiene y tendrá en el futuro de la música popular. Emocionante, si bien se mira. Merci, mes frères.
José González es sueco de padres argentinos. Acaba de lanzar un sencillo precioso, "El invento", en el que por primera vez canta en su lengua materna. Un motivo más para acordarnos de Silvio Rodríguez. En solitario ha grabado tres álbumes folk, con gemas como "Leaf off/The cave" y covers como las de "Teardrop" de Massive attack y "Heartbeats" de The knife. Con la banda Junip factura un pop con preciosos arreglos y ese canto del cisne que es "Line of fire". Con grupo o solo, siempre exquisito.
Hace un año estaba de quedada, escuchando música, charlando y bebiendo cervezas con tres amigos. Nos reunimos, si se da bien, dos veces al año, una de ellas en febrero, donde se concentran en cinco días los cumpleaños de tres de nosotros, quintos además. Una vez puestos al día, ya entrados en materia, nos vamos turnando para poner canciones en el loft de T. Quizá F. habría puesto este año este tema de Booka shade que me envía para felicitarme (porque nos vemos poco, pero las canciones rulan todo el año), aunque quizá pusiera este otro de Agar agar, o este de Pional.
José Enrique Martínez ha escrito esta reseña de Hilo de nada para El Filandón, suplemento cultural del Diario de León. Agradecido.
(vídeo extraído de Twin peaks, T.3, Ep. 10)
En las bodegas de Zazuar, que con nieve parecen un agitado mar polar, los niños se tiran con los trineos por las cuestas. De vez en cuando se desata una batalla de bolas. Los perros no se lo creen. Cuando asoma el sol, dice el Ángel, el padre de Adrián, “¿No os ofende la nieve a los ojos?”
No me dormía y no entendía por qué. Esa mañana no había madrugado, la noche anterior descansé bien, incluso me quedé un ratín entrevelado en un sillón después de comer. Pasaban las 4 y caí en la cuenta del motivo: los dos cafés seguidos que tomé en el Félix. Venía de jugar con las niñas en las bodegas nevadas y me apeteció algo caliente, también de segundas (y es un problema el afán invitatorio, y un tema difícil de llevar con naturalidad). Esto fue antes de las 7 de la tarde. Pero no pudo ser otra cosa. Nunca antes el café había influido en mi sueño, ni que tomara cinco en un día. ¿Cosas de la edad?
Cuando
tardo en dormirme tengo un recurso, y es pensar en algún poema que tenga en la
cabeza. Suelo embocar por ahí en el sueño. Pero di en pensar en algo sobre lo
que me gustaría escribir pero de lo que no tenía nada. Y el ir llegando ideas y
versos me iba estimulando más, y tenía que anotar esos versos, por no dar la
luz, en wasaps que me enviaba a mí mismo, y que graciosamente llegaban en un decir
amén. Cuando ya tenía digamos la mitad del poema y la tranquilidad de no saber
aún cómo seguir y de no tener que volver al móvil, me repetía hasta por fin dormirme: Ha sido menos niño quien no
ha arrancado nunca de un alero la batuta de hielo…, ha sido menos niño quien no
ha arrancado nunca de un alero…, ha sido menos niño quien no ha arrancado nunca…, ha sido menos niño...
Por San Juan.
A punto de tirar de la cadena de este año, se oye mucho este chascarrillo: “al menos esta vez en la cena de Nochevieja no tendremos que aguantar al cuñado pesado”. Todo el mundo tiene un cuñado pesado pero nadie es el cuñado pesado.
(BSO Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983)
Podíamos
haberle llamado Sevino, como el perro aquel que se quedó uno de la obra porque,
decía, «cuando ya nos marchábamos se vino con nosotros». Pero “Polizón” está
muy bien puesto, y fue cosa de Sara. Sucedió así: al llegar del trabajo y cerrar
la puerta del coche, escuchó unos maullidos tiernos que salían del motor. No se
atrevió a mirar, no fuera a contemplar un desaguisado, así que subió para que abriera
yo. Al levantar la tapa vimos un gatito como unas flores mirándonos ojiplático.
Era más pequeño que un panete. Cuando fui a echarle mano se escurrió motor
abajo y echó a correr hasta meterse en otro coche (se ve que tenía la técnica
muy desarrollada). Hubo que localizar entre los vecinos a su dueño, y ya por
fin se dejó coger.
Era,
ya digo, precioso, con un algo de siamés, aunque se le veía que era gato de
muchas leches. Nuestro polizón tenía estrella: había sobrevivido a un viaje de
15 kilómetros en el motor de un coche, como sobreviviría meses después a una
caída desde un tercer piso. Hicimos alguna pesquisa para localizar al dueño del
gato, pero con cierta desgana, la verdad sea dicha, pues nada más ver aquellos ojos Sara
y yo supimos que ya seríamos tres. Cuando le planteaba mis dudas, ella me miraba
de aquella manera en que no hacen falta las palabras, la mirada de la
maternidad o la del sí. Ni que decir tiene que esos primeros días teníamos a Polizón a qué quieres, boca. Era muy cariñoso, y a la vez se le veía que tenía ya sus
camándulas, y en ello se apreciaba lo callejero de sus primeras letras, cosa ésta
que a mí, no sé por qué, me ponía orgulloso. Tenía, como buen gato, los dos
extremos. Mayormente lagotero, se quedaba dormido en el regazo patas arriba, y
parecía imposible que saliera un ronroneo tan potente de un cuerpo tan pequeño.
Se le pasaban a uno las horas mirándolo sin que hiciera falta más. Pero de pronto
despertaba y en cero coma le entraba la selvatiquez propia de las cachorrerías y
los juegos de sus pocas barbas.
Una
mañana, pasados unos meses, me llamó la atención que al abrir la ventana de la
habitación pequeña no acudiera como siempre con su trotecillo para, apoyado en
la mesa, asomarse a la calle. Así había hecho esa misma mañana, como todas
las mañanas al ventilar la casa. Agité la caja de las chuches, y tampoco. Peiné
la casa. Nada. Decidí bajar. Quiso la suerte que debajo de la ventana haya unos
macizos de lavanda y romero. Cuando le vi amonado entre ellos me tiraba ceños como
no lo había hecho nunca, y al ir a echarle el guante me bufaba de una manera
que me hizo recordar aquello que decía Borges de que Dios creó al gato para que
el hombre pudiera acariciar al tigre. Distrayéndole con una mano, le enganché
con la otra. Lo puse en el regazo y ya no se movió. Tenía algún arañazo en el
hocico y en un párpado. Pero salvo esto y una recancanilla que le duró unos
días, «no hubo que lamentar daños». Aquí has gastado otra vida, compañero, le
decía. Ya te quedan cinco, y tienes medio año, mira a ver…
A
raíz de esto le operamos, no fuera el olor a hembra lo que había empujado al
amigo a alzar el vuelo. Pero le quedó un resto de hombría que de vez en cuando
se manifiesta en un chocante ritual: se coloca encima de una manta y la muerde mientras
va rotando con las patas traseras y bombea al aire. Me figuro que esto viene a
ser su onanismo, y yo lo respeto y aun lo fomento, porque entiendo que de vez
en cuando es necesario descargar tensiones.
Hubo
otro gran susto cuando Polizón se escapó durante las fiestas de Zazuar. Impotencia
mayor no conocieron mis días que la de castigar los corrales abandonados con sus tapias
durante aquellas largas 50 o 60 horas. Apareció el tunante en el momento exacto
en que mi cuñada, que comparte con Poli la afición noctívaga, volvía de la
verbena.
Pero
volviendo a los rituales, se diría que Polizón vive de momentos. Uno de ellos
es al hacer la cama. Viene enseguida a ayudarme. Se mete bajo las sábanas para
atacar en el momento de pillarlas en el colchón. Es un lance arriesgado, pues
va con todo y ahí no controla. Pelear con él también me sirve a mí para desfogarme,
y acaba huyendo con cola de zorro para reaparecer en el momento en que pongo
los cojines, al acecho de mi mano provocadora, que raro es el día que no se
lleva alguna tarascada.
Pero
el súmmum para Polizón es el momento del cepillado. No tiene límite.
Cuando ha llegado la noche sin que le hayamos pasado la carda, maúlla desabrido ante tamaño desafuero.
Si estoy recogiendo la cocina y tiene que esperar, va bajando humos hasta que
acaba implorando. Me ve entonces coger el cepillo y trota hasta la esquina del
comedor, donde se tumba justo debajo del radiador (sitio más incómodo no habría).
Tengo observado que cuando estoy cansado le cepillo más fuerte, y esto me
recuerda a abu, que ponía fin así, a las bravas, a los rascamientos que yo le
solicitaba. Cuando es Polizón el que se cansa, me tira un mordisco sin decir
agua va. Aprovecho ese momento para quitarle las legañas y las zurrapas del
culo, y si sigue tierno, proceder a un corte de uñas no apto para pusilánimes; tanto es así que creo que voy a empezar a utilizar guantes.
Llega
por fin la hora de irse a la cama. Polizón duerme con nosotros (esa batalla la
perdí bien pronto). Es entonces cuando aprovecho para leer por fin
tranquilamente. Pero no. Todo su afán es colocarse entre
mi cara y el libro, pero de espaldas, de manera que queda su ano a dos centímetros
de mi nariz. Se inicia ahí un forcejeo que acaba con él a los pies de la cama. Tiene
luego rachas de sueño terribles, días en que se diría que no ha hecho otra cosa que dormir.
A mí también me pasa todos los años al inicio de las vacaciones de verano, donde no perdono la siesta del carnero (creo que Juan Ramón
Jiménez también habló de su «época letárjica»).
Polizón, Poli, Polizonchi, Polizonchíbiris, Gatusquini, Gatus… No hay día que no demos las gracias por tenerle con nosotros.
No
tengo como antes los poemas en la cabeza. No intento relacionar lo que veo,
escucho o leo con ellos. No llevo libreta encima. Y escribo mejor (esto está muy mal decirlo, pero viene al caso y me importa ser claro).
Quizá la poesía sea como el sexo, no es cuestión de cantidad, sino de
intensidad. Puedo estar casi un año sin escribir un poema, pero de pronto
llegan tres en dos días, como lágrimas calientes sin porqué, porque hacía ya mucho. Últimamente es así. Y yo obedezco.
SÓLO ESTE MOMENTO
No dabas tú contigo. Caminabas
absorto río arriba hacia la presa.
Nadie había, diríamos, allí
si nadie fuera tanto:
el agua hermana, otra y la misma, el frágil
patinar de zancudos zapateros
como lluvia incipiente,
el sol entre unos chopos rumorosos
o un rebullir de insectos al trasluz
como motas sonámbulas de polvo
entre otros muchos mundos.
Y allí, en aquel lugar,
te esperaba la paz que te negabas.
No fuiste tú, tu infancia se bañó.
Al agua confidente fuiste echando
una a una las penas
y ninguna flotaba.
Y fue aún mejor que el río
se hizo niño también, niña la tarde,
niño el aire de julio al que secaste
un cuerpo casi alma.
Y allí mismo escribiste
a punta de navaja en el tortuoso
tronco de un salce “sólo este momento”,
tributo emocionado
al piadoso, fiel dios del instante.
(De Hilo de nada, Eolas, 2020)
Durante el confinamiento de marzo y
abril (¿tendremos que referirnos a él dentro de poco como “el primer
confinamiento”?), Avelino Fierro publicó en El cuaderno digital y en TamTamPress unas “Cartas
desde mi celda”, 31 en total, dirigidas a amigos de toda laya (incluso una «a
un lector desconocido») que ahora se han publicado en papel con el título de Estatuas
de sal (Ediciones Franz). Pero que la circunstancia ni la mención a tan
oscuro periodo ahuyenten a nadie. No recuerdo haber tropezado durante su lectura
con las palabras virus o muerte. Al contrario, hay mucha vida en
este libro, muchas lecturas (quien ya conozca los diarios de Avelino Fierro no
se sorprenderá de ello), mucho pensamiento en voz alta y mucho recuerdo, como
verán si siguen leyendo. La singularidad de este libro reside en que sus cartas
se iban publicando diariamente, sin la respiración pausada de las entradas de
diario que el autor va entregando en TamTamPress, lo que otorga a este Estatuas de sal una espontaneidad no menos reveladora del carácter de su autor.
En el prólogo, memorable, Jordi Doce habla de la honestidad de estas páginas que cumplieron con la tarea de acompañarnos durante aquellos días, y arroja luz sobre ese tono “sabiamente descosido” de Avelino Fierro, su entusiasmo, su humor y su capacidad de convertir el mundo “en una liebre sorprendida por los faros de la curiosidad”. El fragmento que sigue pertenece a la carta del lunes 30 de marzo, dirigida a José Enrique Martínez, catedrático de Teoría de la Literatura y natural, como Avelino Fierro, de Chozas de Abajo (León).
▪
La casa y los animales, las tareas del campo
–las conocí todas–, el crujido de las tablas de la iglesia y los responsos y
jaculatorias en la voz nasal de las viejas, el toque de campanas, los árboles
que siempre nos decían algo, el canto de la lechuza, la presencia de lo
sagrado, el demonio, la fiebre alta, algún relato de mi abuela sobre la guerra
o sobre pastores y lobos, la hora de la siesta, el crujido de las pisadas en la
nieve y los carámbanos en las tejas de los aleros, las siluetas de los guardias
civiles encapotados cruzando el pueblo en sus bicicletas, la recogida de
aquellas ciruelas color vino en la huerta de la madrina. Ah, claro, la
vendimia; el acompañar al abuelo Quico a regar o a mi padre a la siega, él con
la guadaña al hombro y yo con el temor a encontrar una culebra entre la hierba;
la trilla; el misterio de la casa vieja cerca de la laguna; las escapadas con
las bicis al monte, y la vuelta, ya anocheciendo, con el viento acariciándonos
el rostro y aquel pedalear frenético cuando subíamos la cuesta del cementerio.
Los primeros cigarrillos a escondidas. Los
huertos encharcados. La abubilla. La sangre en las rodillas. Las paredes de
adobe. El ruido de las esquilas y los rebaños. La caza de los lagartos y el
fútbol en la pradera.
La casa era un mundo cerrado sobre sí,
autosuficiente. Los animales en la cuadra, conejos y gallinas. El pozo. El
horno para la leña. Un banco de carpintero donde el abuelo hacía madreñas. La
cochiquera. Un desván desvencijado, lleno de misterio, brujas y ratones.
Había en cada estación una luz y sonidos y
olores más o menos violentos. Uno de ellos estaba en la casa: el olor a zinc de
aquel cubo que bajaba al pozo artesiano y volvía con agua fría de una tersura
inmaculada, chocando contra las paredes de cantos rodados.
La pena es que nunca tuvimos un río como
Dios manda. Sólo aquella laguna llena de ranas y el estanque del pueblo de
arriba, el pueblo de mi padre en el que yo nací el día de la fiesta. Ya me
dirás…
Todo revive ahora como un fogonazo. Aunque
uno no lo quiera, parece que en estos días se hace balance de la vida. Llegaba la
noche y salíamos a la calleja. Nunca he vuelto a oír sonar esa música de
silencio, nunca he vuelto a ver tantas estrellas.
Camino del colegio, con Laura y
Andrea, llegamos a la altura de cuatro mujeres que hablan tan entretenidas que
seguramente no se dan cuenta de que ocupan toda la acera. “Ay, perdona, hijo,
estamos en medio”, dice una de ellas mientras las otras siguen hablando. El
pasito que da no cambia la situación, y tenemos que pasar en fila india. Pero
ella quedó de educada, que es lo importante.
En el
supermercado, ya en la caja, se coloca detrás de mí una pareja de unos 50 años
(en el supermercado la edad me parece relevante). Como sólo llevan unas pocas
cosas les digo que pasen delante. Ella siente la necesidad de justificarse,
como si fueran ellos los me hubieran pedido adelantar la cola: “Sólo llevo
esto…”, lo que podría dar a entender que dejarles pasar sería lo que haría
cualquiera, restando con ello, queriendo o no, valor al gesto. Hay gente que
lleva hasta lo ridículo su afán de no tener nada que agradecer.
Los mejores poetas son los más personales, los de voz más reconocible (acento, matiz, color). Por eso son los más difíciles de traducir.
Ahora que los grupos del indie patrio que, para uno, tuvieron su gracia (Maga, Love of lesbian, El columpio asesino, La habitación roja, Lori Meyers, Second, Sidonie, Dorian, y ya no digamos Los planetas) parecen en franca decadencia (excepción hecha de Nudozurdo, que lo dejaron en lo más alto, Rufus T.Firefly y quizás McEnroe), cuánto se agradece descubrir un grupo como El último vecino, autores hasta la fecha de dos LPs (El último vecino, 2013, y Voces, 2016) y el EP Parte primera, 2018.
El último vecino es, como tantos, un grupo que saca partido al sonido retro y new wave. Pero no es un grupo más. El de Gerard Alegre Dòria es, para lo bueno y para lo malo, un proyecto absolutamente personal, de esas bandas que no dejan a nadie indiferente. Su actitud y puesta en escena recuerdan a La mode y otros grupos de la Movida, pero con un sonido muy mejorado, sin que el tono paródico, en cuyo límite se mueven sabiamente, pase de las letras o los juegos con la voz a los arreglos o el sonido, siempre impecables. También vienen a la memoria grupos ya más aseados como La dama se esconde ("Mi escriba") o Los secretos ("La noche interminable"), libres ya de las payasadas genialoides de tantos grupos españoles de los primeros 80. Pero el referente más cercano acaso sean Family, y bandas clásicas como The cure (a ellos suena "Antes de conocerte", la canción del sábado de este domingo) o The Smiths, cuya "Some girls are bigger than others" homenajea El último vecino en un par de temas. Más cerca, el filtro de la voz de "Un secreto mal guardado" remite a The radio dept., o "Mi chulo" a La Zowi.