martes, 17 de enero de 2012

DE LA EDUCACIÓN

         La anunciada modificación de la llamada Ley del Menor por parte del Gobierno, a raíz de la sentencia del caso de Marta del Castillo, viene pintiparada para deslibretar otra reliquia, esta con fecha de 22 de julio de 2009.

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Los medios de comunicación han reabierto estos días el manido debate de la violencia juvenil a raíz de las violaciones múltiples sufridas por dos niñas a manos de menores de edad. Columnistas de periódicos y contertulios radiofónicos verterán hoy y mañana, acaso pasado, su decisiva opinión, la que aportará el matiz definitivo.

En el ruedo político, los principales partidos, que en los medios son los únicos, dispondrán de un nuevo campo de batalla para tirarse los trastos a la cabeza. ¡Más madera! Justo lo que necesitamos. Por supuesto, faltó tiempo para reacciones oportunistas como la del PP, que exige ahora una modificación urgente de la Ley del Menor, que no contempla penas de cárcel para los menores de edad ni reclusión para los menores de catorce años, a la vez que ofrece a las familias afectadas todo su apoyo y su calor. Si la presión social aumenta o se dan nuevos casos, tal vez el Gobierno socialista “abra el debate”, preparando el terreno con declaraciones más o menos extemporáneas o contradictorias a cargo de ministros y ministras y otros miembros y miembras relevantes del PSOE, dando una nueva muestra de esa irritante tendencia a actuar después de los hechos, y no previamente a fin de evitarlos.

Un presentador de televisión, con gesto conturbado, deja en el aire, antes del sensacionalista reportaje –esa cámara subjetiva recreando la secuencia en el lugar de los hechos– la afectada pregunta: "¿qué le ocurre a nuestra juventud?"

Mientras lavo los platos, en el camping donde paso unos días del verano, llega al fregadero adyacente una pareja con un niño pequeño. El padre se lava las manos profusamente, tanto en el tiempo como en el agua empleados, pues esta no deja de salir, como es natural, al no ser cerrado el grifo en los dos minutos que dura la operación ante la mirada embobada del niño, que crecerá sin valorar la necesidad de cuidar de los bienes comunes.

Al poco veo subir a un señor con un niño, una niña y un precioso cachorro de dálmata que, tras detenerse, vomita en medio del camino. “Ha vomitado”, dice entonces la niña. “Vamos”, responde el señor sin llegar a detenerse, y sigue caminando, no sin echar alguna mirada furtiva, acaso alguien hubiera presenciado la escena. Este irresponsable sujeto no está enseñando a sus hijos algo tan básico como asumir las responsabilidades que comporta el disfrute de un bien.

En estos dos lances, que podríamos multiplicar ad infinitum, hallamos una parte de la respuesta que requería el ceñudo presentador. Por cierto, que la labor didáctica de la televisión vendría aquí muy al caso, pues no es en menor medida parte también del problema. Para muestra este botón: finalizado el noticiario, en el mismo canal, se escucha una voz femenina que lee el siguiente texto sobreimpresionado en pantalla bajo el rótulo “Micropoemas”: “Cuando dejemos de enamorarnos como perras nos aburriremos como ostras”. ¿Qué ganamos trivializando el más neto sentimiento humano? Sólo mensajes que empujan al hedonismo más egoísta, a la envidia, a la sexualización.

Alguien nos podría tachar de exagerados al relacionar directamente este tipo de conductas de los llamados adultos con los desmanes cometidos por sus hijos, pero si nos atenemos a la pregunta de qué ocurre para que una generación que “lo tiene todo” demuestre sin embargo no tener lo que hay que tener, habría que responder en primer lugar que es víctima de la dejación de las responsabilidades de unos padres que no han asumido los problemas sentándose a hablar con sus hijos ni han sido capaces de dar, sí, una bofetada en el momento necesario, cosa que por cierto ahora puede llevar –y de hecho ha llevado– a una madre o un padre a la cárcel. Otra manera de educar mal, esta vez desde el Estado.

“Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”, dejó dicho Aristóteles.

Cada cosa mal hecha muere una mariposa. ¿Por qué viven tan poco?

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