viernes, 25 de noviembre de 2011

SOLO NO ES SOLO

“Comunicados permanentemente, ¿cuándo diablos pensaremos?”, se pregunta Andrés Neuman en El equilibrista, colección de aforismos memorables.

Le parece a uno importante no dejar de buscar esos momentos de soledad en que se convierte conscientemente en compañía de sí, en los que cuaja la reflexión –a veces vaga, a veces definida– que propicia tantas veces nuestras decisiones más importantes. Uno de esos momentos, irrenunciable para mí, es el del paseo a casa desde el trabajo, casi siempre de noche. Cuando hay buena luna, o el cielo, encapotado, refleja la luz de la ciudad, dejo el iluminado camino de tierra y atravieso uno de esos pocos solares sin ajardinar, inicialmente destinado a edificación. Si hay cielo raso, al amparo de la oscuridad se puede observar mejor la bóveda. Entonces me detengo y me hago la ilusión de que estoy en Vegabaño, y siento esa congoja que nos sobrevenía a mí y a mis hermanos recién apagada la hoguera, o pienso que vago por un prado lavado por el mar cerca de Cue. Hasta puedo escuchar la respiración del oleaje en el tráfico de la ronda. Alguna vez me sobresalta el sobresalto de un conejo, o me paro a orinar junto a un corro de lepiotas que han decidido levantar ahí mismo, sin licencia municipal, su propia urbanización.

Pienso entonces que ese calor regalado merecería ser correspondido. Acaso –ojalá– un poema, cuyo fin y principio podría ser este verso que, desde hace tantos años, aguarda como una novia las medidas palabras que den sentido cumplido a su existencia: “Mientras pise la hierba estaré bien.”

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