sábado, 31 de diciembre de 2011

EL AUTOR EN APUROS

 Los padres salen al vermú con unos amigos –cosa de una hora– y dejan al bebé durmiendo en compañía de su tío y su abuelo, que trajina en la cocina. Empieza sollozando. El llanto va a más y hace que lo cojan en brazos y lo paseen. Pero su inquietud va en aumento y ya llora seguido, a pesar de que su tío lo intenta todo. No hay peluche que pare esto, llega a pensar, ya tan desesperado como el niño.

       Fue oír la voz de la madre y sufrir su rostro como un estiramiento de orejas y un redoblamiento de atención perrunos. El llanto paró en seco. Llegaba al fin el consuelo líquido que el rapaz exigía, el único que su tío no podía prodigar, por mucho que le tocara la ocarina primero y la flauta de pico después.

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