Finales
de noviembre. El otoño comienza a mostrar su cara menos bucólica,
la más descarnada, o por mejor decir, la más deshojada. Dos
temporales consecutivos tapizaron de oro el parque de San Francisco.
Del tronco húmedo de un castaño, que parece la piel mojada de un elefante,
brota un verdín decantado que indica el norte. Sus hojas transitan
del verde al ocre en una decoloración que ningún pincel podría
imitar. De los dos álamos de la plaza de Grano sólo resisten,
temblonas, las hojas más altas. Las que arrancó el viento se
acurrucan entre los cantos del suelo, envidiosas acaso de las que
cayeron a la fuente, que vivirán un poco más a cambio de escucharle
al agua su secreto. A los abedules de la plaza de Correos, aún
cargados de monedas, no tardarán en ponérsele las ramas moradas,
como si el frío les cortase la circulación o el tronco avariento no
dejara savia para ellas. Se va entrando la vida, viento a viento, en
su cuartel de invierno.
Abedul Castaño
Abedul Castaño
muy bueno lo del verdín que indica el norte
ResponderEliminar