Volver
a una rutina fuera de su tiempo natural es doblemente gozoso. Lo es hasta la
euforia (la buena, la que no sale) pasar una hora en la plaza del Grano dentro
de este paréntesis en plena temporada campista. Bebo de la fuente –es lo
primero–, me apoyo en el pretil a mirar pasar la gente, me siento en el
humilladero, doy una despaciosa vuelta alrededor de la plaza, me apoyo en uno
de los soportales de negrillo y me vuelvo a sentar en una terraza.
Van compareciendo por tierra las palomas y por aire los gorriones, esa calderilla del cielo de Miguel d´Ors. Les administro
la rebanada del pan de la tapa. En principio hay migas para todos, pero las
palomas, tan torpes las pobres, están a verlas venir. Los gorriones, más
rápidos, se adelantan siempre. El tamaño no importa, acaso piensen orgullosos,
como un Messi que valsara con el balón en los pies entre fornidos centrales.
Las palomas harían bueno el lema que leímos en la camiseta de un adolescente en
una verbena: “Si nos organizamos follamos todos”. Pero los gorriones no están
por la labor. Esto es la ley del más rápido. Uno de ellos, al que le sobra la i
de gorrión, hace vibrar las alas mientras con el buzón abierto pedigüeñea un
bocado a su madre a pesar de que podría alimentarse solo. Otro llega a comer de
mi mano, suspendido en el aire como un colibrí diesel. A esto sale el dueño
agitando un paño y los espanta malcarado. Le falta gritar como el Gañán: “¡Ea,
las ratas del aire!” Los peregrinos no dan crédito. Cuando sale una segunda vez
y me ve trabajando de nuevo en su alimentación, que simultaneo con el picoteo
en un par de libros, se permite recordarme la ordenanza que prohíbe dar de comer a las
palomas. Ah, no, yo echaba a los gorriones, respondo. No está mal, pero podría
haber sido mejor: “¿Desde cuándo le importan a usted las prohibiciones? Lo que
está prohibido es ampliar una terraza sin licencia, y más en una plaza como
esta.” Se pasa uno la vida yéndose de los sitios rumiando ingeniosas réplicas
que llegaron dos segundos tarde, aún en el huevo de la idea. ¡Asísteme, John
Wayne!
Buenos días, Sergio. Anoche terminé de leer Lo breve eterno. No sabes cuánto me emocionó, me pareció hondo, bien trabajado y muy profundo para un chico de tu edad. Descubro tu blog, que ya he añadido a mi lista y te seguiré por esa plaza de la Grana hoy, mañana se verá.
ResponderEliminarMe voy a hacer con Quietud ahora mismo.
Enhorabuena y muchos besos.
Muchísimas gracias, Isolda, y bienvenida.
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