jueves, 15 de mayo de 2014

MARIO QUINTANA Y MÁS (LAS CONFESIONES DE UN PEQUEÑO LECTOR)

De la pereza como método de trabajo, tituló uno de sus libros de versos el brasileño Mario Quintana, de quien he leído la nutricia antología publicada con primor por Los Papeles del Sitio, con traducción y prólogo marca de la casa de E. Gª. Máiquez. Añadamos (porque puede haber en una casa tantas como ojos la ven y organismos y sentires la habitan) que para uno es esta, la de Máiquez, ante todo luminosa. Pero volviendo a Quintana, son impagables los aforismos (aquí llamados “Quintanares”) y el “Autoprólogo”, hecho de la misma materia aforística («Edades sólo hay dos: o se está vivo o se está muerto.» «Toda confesión no trasfigurada por el arte es indecente.» «Soy tan orgulloso que nunca encuentro lo que escribí a mi altura. Porque la poesía es insatisfacción, un ansia de superación. Un poeta satisfecho no satisface.») Impagables, ya digo, como los poemas, por escoger un libro, de Rua dos cataventos (Calle de las veletas), especialmente tres de ellos para mi gusto, felizmente titulados por el traductor: “Nana”, “Noviazgo”, y este “Cuadro”:

Escribo junto a la ventana abierta.
Mi pluma es del color de las persianas,
verde… Y qué leves, lindas filigranas
pone el sol en la página desierta.

No sé qué paisajista tarambana
mezcla tonos…, y acierta…, y desacierta…,
y busca así la novedad que vierta
colores en las horas cotidianas…

¡Juegos de luz danzando en el follaje!
De lo que iba a escribir voy y me olvido…
¿Por qué pensar? También yo soy paisaje…

Y, soluble en el aire, estoy soñando,
transformado, irisado, estremecido,
entre los dedos que me van pintando.


Pero venía esto, que no es una reseña sino una acción de gracias, a cuento de otra cosa: de la pereza a la que últimamente me aplico como método de lectura -que ha de ser cualquier cosa menos un trabajo-, o más bien como método para escoger las lecturas. Cada vez más picalibros, observo sin inmutarme cómo la torre que crece y crece en la mesita de noche comienza a amenazar derrumbe. Hay de todo, y todo bueno: Día tras día de Tomás Segovia, Allá lejos y tiempo atrás de W. H. Hudson, Viaje a pie de Pla, El azul sobrante de J. J. Lozano, Nocturno casi de Lorenzo Oliván, Autobiografía de papel de Félix de Azúa, Antología poética de Marià Manent, Diario de una tregua de Dionisio Ridruejo, Prosas (en verso) y Sermo humilis de Jon Juaristi, Todo el oro del día de Eugénio de Andrade, Broza de Antonio Manilla y Cuaderno de brotes de Vicente Gallego. Y naufragar en este mar me es dulce.

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