Me animo a hacer una chapuza en el garaje. Como siempre con estas gaitas, la cosa se complica, y lo que parece que llevará a lo más una hora nos hipoteca la tarde del viernes (quién te ha visto y quién te ve). Lo apretado del espacio dificulta la operación. He tenido que bajar primero de una repisa las bicis, lo del verano y mil telares más, y luego subirme a ella para empezar a albañilear. La pared no cede al empuje del taladro. Creo que estoy dando en hueso, quizá una bonita viga. Me he cargado ya tres brocas (por suerte había tacos de distinto tamaño tirados por la caja de herramientas), pero si algo tengo claro es que la misión ha de completarse a como dé lugar. Paso de subir otra vez todo, embeberme del black friday en el Leroy Merlin en busca de otro juego de brocas (sección "profesional") y volver a empezar. Entre los coscorrones que me doy contra el techo y otros graciosas pejigueras empiezo a enajenarme. Hago un intento a la desesperada con una broca para madera, y sorprendentemente su afilada punta se abre paso en la pared, aunque poco a poco. Menos mal que aquí abajo Sara y las niñas no pueden oír mi patética arenga al taladro, proferida con voz de energúmeno mientras aprieto los dientes: “¡Penetra, campeón!” Mal que bien, queda puesta la dichosa balda y colocada la pesada carga encima. Paso la aspiradora y vuelvo a poner todo en su sitio. Echo un orgulloso vistazo. La satisfacción por el trabajo bien hecho me deja de excelente humor, no menos que cuando he escrito un poema, así sea de los que tengo por más logrados.
Me
ducho y afeito regalando más de lo habitual al cuerpo, como si hubiera pasado diez horas en el andamio. Pongo la
lista “Canciones que te gustan” de Spotify. Todas me parecen una maravilla, y
la casual transición de unas a otras, afortunadísima: “Pure” de Marsheaux (viva
el Eurodisco), “Neon lights” de Annie (viva), “Metal fingers” de Electric
president, “Laid” de James. Me acuerdo entonces del primo Aníbal, al que le
encanta esta canción, y me imagino a su hermano Javier ladeando escéptico la
cabeza antes de recomendar una aria de Bononcini. Pero, le diría, no se
puede comer caviar todos los días. Lo importante es que la ensalada nuestra de
cada día sea una muy buena ensalada, la mejor. Y, de vez en cuando, caviar.
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