Los pollos van ya
por la tercera jaula. Si siguen engordando acabarán echándonos de
casa. “Este piso es demasiado pequeño para los cuatro”,
insinuarán displicentes en cuanto aprendan a hablar. En sus
comportamientos comienzo a percibir
motivaciones ocultas, intenciones muy concretas. A mí no me engañan.
La mudanza de su trato hacia nosotros, progresivamente arisco –no
tardarán en picar la mano que les da de comer–, creo que podría
situarla a principios de año. Quiero recordar que fue por entonces
cuando vimos Los pájaros. Como
se animan con el ruido, para ver una película o escuchar música con
atención los desterramos momentáneamente a la cocina, o bien los
tapamos para que duerman. No lo hicimos entonces, pero ellos
permanecieron callados. No supe interpretar en su momento aquel raro
silencio, que si entonces calificaría de grato hoy no dudaría en
tildar de inquietante y premonitorio. Debimos taparlos, así de
sencillo, y yo me estremezco al pensar
que las vidas de la gente a menudo se echan a perder por detalles
nimios. Encarados a la pantalla, sin poder suponer el artificio de lo
que veían a través de aquella ventana, identificándose con la
historia (acaso sus cuerpecillos se inclinaban también en cada
curva, como los de los agapornis de la película), tomaban nota de la
libertad de los sublevados, de su capacidad lesiva, de su disciplina
cuasi castrense, aprendiendo rebeldía, alimentando un odio que
acabará con ellos o con nosotros, contagiándose de la avilantez
creciente de los protagonistas de la historia –sus compañeros
pájaros, claro, no aquel fatuo aunque irresistible galán ni aquella
despampanante rubia–. Demasiadas coincidencias. Demasiado odio para
sus pequeños corazones. Y aquel silencio. Aquel funeral silencio...
Ramón y Lola conspirando
Pero qué historia es esa? Aquí se portaron muy bien el finde de carnaval. No percibí nada extraño, estaban tan majos. Por cierto, están bien guapos en la foto Ramón y Lola.
ResponderEliminar¿En Carnaval? Claro, se pondrían su mejor disfraz, el de risueñas mascotas...
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